ÍNDICE
PREFACIO
Capítulo
I Occidente es un
accidente
a) El mito de la excepción hebrea
b) El mito del « milagro
griego »
c) El mito latino
Capítulo
II La gran
ruptura : Jesús
Capítulo
III El Cristo de Pablo no es
Jesús
a) Pablo, fundador del cristianismo.
-Un
judaísmo reformado.
-Un
« platonismo para el pueblo ».
b) De San Pablo a Nicea : el
nacimiento de una teología
de
la dominación.
c) El
constantinismo.
Capítulo
IV El Renacimiento, el nacimiento de
las fieras
Capítulo
V Podemos vivir de otro
modo
Capítulo
VI Geopolítica del siglo
XX
-Un crimen que ha llegado a ser una
religión : « el monoteísmo del
mercado ».
-Un mundo dividido.
-Europa, un vasallo.
-Elogio de la corrupción.
-La droga, incienso del « monoteísmo del
mercado ».
-La muerte, un juego de niños.
-E.E.U.U. « über alles ».
- ¿Por qué hablar de Dios ?
-Los desencuentros
a) la URSS, traición a Marx.
-Una enfermedad del
socialismo.
b) La norteamericanización y el
islamismo como
enfermedad del Islam.
-Una falla de la geopolítica.
Capítulo
VII Por una política del
siglo XXI
a) La alternativa a la
« mundialización ».
- Soluciones concretas.
b) Semillas de esperanza.
- La nueva « ruta de la seda » y el
puente
« intercontinental ».
-La civilización de los trópicos.
Capítulo
VIII La gran inversión
a) La educación : el hombre es un animal
sobrenatural.
b) El amor como trascendencia del
Otro.
c) Las artes, « historia
santa » de la
humanidad.
d) La teología de la liberación.
Capítulo
IX Las penúltimas preguntas y la « docta
ignorancia ».
a) La creación : un alfarero sin arcilla
y un rey sin reino.
b) El mito es más verdadero que la
historia.
c) El Infierno y la Redención.
d) La religión y la alienación de
la fe.
e) La unidad de la fe : La
Trinidad.
ANEXO « Centinela, ¿qué
piensas de la noche ? - La aurora llega ».
__________________________________________________________________________
EL TERRORISMO OCCIDENTAL
ROGER GARAUDY
PREFACIO
Este
libro fue escrito enteramente antes del 11 de septiembre de 2001. No he tenido
que cambiar ni una sola coma, puesto que permite comprender la significación
histórica del acontecimiento -en el marco de los tres milenios que ha durado la
génesis de Occidente, con sus contradicciones internas y su frágil apogeo-,
signo precursor y simbólico que da cuenta del posible cambio en su trayectoria,
hasta hoy ascendente y aparentemente irreversible.
El World
Trade Center y el Pentágono, fueron los blancos emblemáticos
derribados luego de cincuenta años de dominación norteamericana.
Una vez
que fue eliminada la barbarie precedente gracias a la derrota de Hitler, los
norteamericanos quisieron mostrar a escala planetaria su nuevo poder de
destrucción, con el fin de disuadir a cualquier rival que tuviese la intención
de disputarles la hegemonía mundial.
El 6 de
agosto de 1945, el presidente Truman, dió la orden de lanzar sobre Hiroshima
una bomba atómica de una potencia equivalente a 2 500 toneladas de explosivos
clásicos. La bomba causó la muerte instantánea de 80 000 personas y 100 000
« heridos », es decir irradiados y condenados a muerte (cáncer
o leucemia), ya que a 4 kilómetros del punto de impacto, había carne humana que
había sido lanzada hasta ahi por el bombardeo de neutrones y rayos gama.
El 9 de
agosto de 1945 otra bomba del mismo tipo fue lanzada sobre la ciudad de
Nagasaki, aumentando el número de víctimas (comprendida Hiroshima) a 200 000.
Tales
crímenes contra la humanidad no podían repetirse sin suscitar una vasta
reprobación mundial.
Hiroshima
inauguró entonces, cincuenta años de « Pax Americana »,
marcada desde Guatemala a Vietnam, pasando por Nicaragua, Iraq, Yugoslavia y
Afganistán, por bombardeos « humanitarios » e intervenciones
« democráticas », que trataron de imponer a esos pueblos,
dirigentes que contaban con el visto bueno de Washington.
Al día
siguiente del ataque al World Trade Center y el Pentágono, la Casa Blanca hizo
pública su versión : se trataba de un episodio de la guerra de Afganistán.
Bin Laden había organizado una red terrorista con piratas aéreos afganos y
musulmanes de todos los países -incluso algunos emigrantes que se habían
establecido en Europa y Estados Unidos- decididos a llevar la « guerra
santa » al territorio estadounidense. Para ello se apoderaron de cuatro
aviones de líneas comerciales, que fueron utilizados como misiles, destruyendo
el WTC en Nueva York y el Pentágono en Washington.
Esta
versión de los hechos permitía justificar ante la opinión pública la
interminable cacería de Bin Laden, e intensificar los bombardeos aéreos sobre
Afganistán.
También
permitió movilizar el odio de los norteamericanos contra el Islam,
confundiéndolo voluntariamente con el islamismo.
Luego
del hundimiento de la URSS, « el Imperio del Mal » según Ronald Reagan, los dirigentes estadounidenses
encontraron un nuevo espantapájaros : el Islam, proclamado a su vez « Imperio del Mal ». La
extensión del Islam en el mundo, como antaño el comunismo, proporcionó a los
E.E.U.U. el pretexto para intervenir en todos los puntos del planeta. Ello
justifica intervenciones no sólo en el Cercano Oriente, así como en África y
Asia, tal como lo habían hecho en 1965 en Indonesia, donde organizaron el golpe
de estado de Suharto, que masacró 800 000 personas.
Pero la
versión Bin Laden es absolutamente insostenible, incluso técnicamente, como lo
han mostrado en el curso de un debate riguroso, 200 pilotos de líneas aéreas
civiles y algunos pilotos militares norteamericanos.
« 1°
Una operación de esta envergadura y de tal precisión podía ser llevada a cabo
únicamente por pilotos profesionales altamente calificados, capaces de seguir
una trayectoria tan rigurosa a una velocidad de 1 Mach (1 000 kilómetros por
hora) y golpear con precisión un objetivo, que a una altitud normal de vuelo, ¡
tiene la talla de un lápiz !
2°
Una operación tan perfectamente realizada supone un conocimiento de los
reglamentos, prohibiciones y códigos secretos, puesto que se trata de un
espacio aéreo donde cada metro está vigilado por la seguridad militar y la CIA.
3°
Ninguno de los servicios de seguridad intervino durante el ataque : los
cazas que están en estado de alerta constante, preparados para un despegue
inmediato y que pueden derribar a todo avión sospechoso que sobrevuele el
distrito de Columbia, no recibieron ninguna orden.
4°
En el marco de los estudios realizados por los norteamericanos para combatir
secuestros de aviones, los E.E.U.U. disponen de un sistema que permite
paralizar el plan de vuelo del aparato en cuestión y de teledirigirlo, sea para
derribarlo o para imponerle otra trayectoria. »
No había entonces necesidad de ningún piloto
ni « pirata » para ocupar su lugar en el momento del impacto.
Todo
estaba sincronizado, o como dice el informe, « coreografiado »,
teledirigido, desde un avión Awacs.
La
conclusión de los pilotos es clara : todo eso implica complicidades a alto
nivel en el gobierno, el ejército y los servicios de seguridad. Estamos
frente a un caso de Alta Traición, ante una conspiración.
No es
la primera vez que la CIA, militares de alto rango y dirigentes políticos,
organizan una provocación para imponer a sus conciudadanos la idea de la
necesidad de una guerra a ultranza.
En
Cuba, luego del fallido desembarco de Bahía Cochinos, los jefes del ejército y
de la CIA, quienes consideraban demasiado « blanda » la
política de Kennedy frente a Fidel Castro, le propusieron organizar
provocaciones en Guantánamo, con manifestaciones y sabotajes, proponiéndole
incluso hundir un navío de guerra estadounidense en la rada. Ese fue el pretexto
que utilizaron en 1898, para declararle la guerra a España.
No
es entonces la primera vez. Pero en esta oportunidad la operación utilizaba nuevos elementos. Para
realizar un gran golpe, era necesario que los conspiradores actuaran « desde
adentro » y que la conspiración interna fuese camuflada y atribuída a
« terroristas islámicos », con el fin de soliviantar a la
opinión pública. Esta parte de la tarea fue fácil, puesto que desde los años
ochenta la CIA había establecido contactos con sectores extremistas « islamistas »,
para organizar la « guerra santa » contra el Imperio del
Mal, la URSS.
Los
E.E.U.U. apoyaban en la época la lucha de su aliado Bin Laden, contra el
« enemigo de Dios ».
Los
conspiradores norteamericanos fabricaron un montaje. Una demostración
espectacular para mostrar el peligro que corrían los E.E.U.U., y por lo tanto,
la necesidad de desplegar una energía mayor en una guerra más ofensiva de
carácter planetario, como aquella entablada antaño contra la URSS.
Para
estos efectos, persuadieron a los
talibanes que tenían que entrar en guerra contra otro enemigo de Dios :
los E.E.U.U., con los mismos pretextos
religiosos utilizados contra la URSS.
Los
kamikazes estaban dispuestos a dar sus vidas, « dando un gran golpe »
contra este nuevo enemigo.
Para
ellos, el combate era el mismo.
No se
les pidió a los kamikazes « desviar los aparatos ». Era
inútil, porque los aviones serían teledirigidos.
El
informe de los pilotos dice : « una vez que los candidatos
islamistas entraron en los aviones, el golpe estaba asegurado ».Creían
en la operación, sin saber que tenían el papel de comparsas en el plan de
los conspiradores, para quienes lo esencial era hallar entre los cadáveres,
aquellos de los « islamistas ». El FBI agregó como « pruebas »
descubiertas en los escombros, manuales con cursos de pilotaje en árabe, varios
ejemplares del Corán e incluso pasaportes.
Los
medios de comunicación hicieron el resto.
La
coyuntura económica, política y militar era propicia para un golpe de estado.
(1)
Los
despidos se multiplicaban y los índices de la actividad económica estaban a su
nivel más bajo desde 1962.
La baja
de la tasa de interés decidida por el Banco Federal y aplicada nueve veces
desde inicios del año 2000 para estimular la inversión, como la baja de
impuestos decretada para favorecer el consumo, no lograban contener la
recesión. Desde hacía 13 años que los créditos urgentes destinados a los bancos
no se encontraban en un nivel tan bajo.
La
inquietud hizo presa de las verdaderas fuerzas públicas de los E.E.U.U., es
decir, los grandes lobbies industriales y financieros, bancos, compañías
petroleras, fabricantes de aviones como Boeing y Lockhead y las industrias de
armamento. Junto al lobby militar
quisieron entonces darle una nueva orientación a la política norteamericana.
El lobby
militar e industrial no olvidó que la guerra de Corea -luego de la euforia
financiera causada por la Segunda Guerra Mundial- suscitó un « auge
económico » que le evitó a los E.E.U.U. su primera crisis de post
guerra.
Sólo
una guerra de esta envergadura les permitiría sobrepasar las dificultades
existentes.
Los
conspiradores exigieron que el presidente George Bush junior, adoptara una
actitud tan eficazmente agresiva como la del presidente Reagan.
Lo
lograron ampliamente. Bush cambió de rumbo y lenguaje. En febrero de 2002 le
lanzó un ultimátum a Iraq, Irán y Corea del Norte.
Desde
el mes de octubre del año 2001, había hablado de una « verdadera
cruzada », inspirándose en el guión “El Choque de Civilizaciones”, de
Huntington. Según este autor, la civilización occidental judeo-cristiana
estaría amenazada por la « colusión confuciano-islámica »,
designando con este lenguaje, a Irán y China, como los enemigos principales.
1. Ver las estadísticas en el capítulo VII.
.Los
E.E.U.U. encontraban cada vez más
resistencia y cada vez menos aliados en su tentativa de
« mundialización », es decir, de colonización a escala planetaria en
beneficio de un único
centro
colonial. Lo que había provocado por otra parte, la siguiente acotación del
periodista inglés Wallaby : « La descolonización creó un vacío que
sólo un Imperio puede colmar ».
Esta
oposición a la mundialización se expresó con fuerza con ocasión de las
manifestaciones de Seattle, por ejemplo, en la cual el dirigente campesino
francés, José Bové, logró movilizar a los agricultores norteamericanos. Esto es
tanto más sorprendente, cuando se constata que sus intereses no están exentos
de contradicciones.
En
Génova, los cautos oligarcas de la Organización Mundial de Comercio, previeron
realizar su reunión en un buque para evitar la ira de los manifestantes. Luego
decidieron que el próximo « Davos » se realizaría en Nueva York.
Ante
tales dificultades, la política llevada a cabo por Bush junior, no aportaba
ninguna solución. Durante la campaña electoral y esbozando algunas ideas, había
hablado de « escudos antimisiles », de liberarse de los
« compromisos contraídos » en el Cercano Oriente, es decir, un
lenguaje que para algunos olía a « aislacionismo ».
El
aislamiento internacional de los E.E.U.U. apareció con más fuerza todavía en la
conferencia de Durban, en África del Sur, en la cual, con Israel, fueron
acusados con virulencia.
La
Conferencia, al igual que la Asamblea General de las Naciones Unidas, recordó
que se trataba de un estado racista y los E.E.U.U. después exigieron que esta
decisión fuera anulada.(1)
Los
delegados africanos puntualizaron además, que el derecho internacional había
reconocido desde el proceso de los dirigentes nazis en Nuremberg, que los
« crímenes contra la humanidad » eran imprescriptibles. Es por
eso que los africanos, víctimas del más terrible crimen contra la humanidad -la
esclavitud- alegaron que tenían derecho a exigir reparaciones por parte de
los países que la habían practicado : Europa y los E.E.U.U.
1. E.E.U.U. aprovechó el
conflicto entre Iraq y Kuwait y la
consiguiente primera guerra del Golfo, para hacer pasar en la ONU, poco después
de la Conferencia de Madrid (1991) sobre
el Cercano Oriente, un texto que abrogó la decisión de 1975 de la Asamblea
General, en el que se declaraba que el
sionismo era una forma de racismo. N.d.T.
C O N C L U S I Ó N
Bush en
un primer momento presentó su acción como una « cruzada », queriendo
reunir alrededor de los E.E.U.U., a todos los dirigentes de las antiguas
potencias colonialistas de Europa.
Pero el
término « cruzada » impedía que ésta se ampliara a los países
musulmanes, propietarios éstos, de importantes reservas de petróleo, necesarias
para los E.E.U.U.
Bush
cambió de vocabulario y la expansión norteamericana adoptó el nombre de « guerra
contra el terrorismo », con el fin de que todos los gobiernos
pudieran reprimir a los opositores. Ello tuvo como resultado la intensificación
de la represión, designándola desde entonces con el nombre de « lucha
contra el terrorismo ».
Esto
permitía además denunciar como « cómplices del terrorismo », a
todos los estados que rehusaran formar parte de la coalición.
Tony
Blair, el primero de los presidentes « sometidos », dió la señal al
hacer aprobar leyes represivas « antiterroristas ». La ley
« antiterrorista » británica estipula que desde ahora se podrá
detener a cualquier extranjero por simple petición de un ministro y que dicho
extranjero no podrá conocer los cargos que se le imputan. El artículo 109 permite a los ministros pasar por encima de
la ley e informar únicamente al Parlamento. Los siglos de tradición y de
resistencia contra la arbitrariedad que consagró el « habeas corpus »,
(1) fueron barridos en unas horas.
Los
demás vasallos europeos siguieron el ejemplo, completando la alienación de la
soberanía prevista por el tratado de Maastricht y procedieron a la
centralización de la justicia en una « Eurojust », luego de
haber coordinado y centralizado a las policías del continente en « Europol. »
A
comienzos del año 2002, una conferencia de juristas « europeos »
en Nuremberg, trazó las grandes líneas de este proyecto, según el cual,
cualquier ciudadano europeo podrá ser detenido y juzgado en su país, con
arreglo a leyes extranjeras.
Una vez
más aparece claro, según la propia expresión del Tratado de Maastricht que « Europa no
puede ser otra cosa que el pilar europeo de la Alianza Atlántica ». El
artículo 5 de la OTAN alienaba ya nuestra independencia militar y nos
encadenaba a todas las agresiones norteamericanas : así fue para la guerra
del Golfo, contra Yugoslavia, Somalía y Afganistán.
Las
órdenes de Bush que imponen la alianza « antiterrorista »,
implican una creciente subordinación a la política exterior norteamericana.
Bush
profirió amenazas contra los estados que rehusaron plegarse a esta política de
dominación mundial y denunció a Iraq, Irán y Corea del Norte como « estados
terroristas ».
Algunos
meses más tarde, dió un paso más en la senda de este chantaje demencial,
amenazándolos con ataques atómicos.
1. El Habeas Corpus data de 1679 y le valió al Reino Unido la
reputación de “tierra de libertades”. El texto precisa :
« el oficial deberá, tres días más tarde...entregar o hacer
entregar al prisionero o detenido en persona, al Lord Canciller o al Lord
guardián del Gran Sello de Inglaterra...debiendo entonces dar a conocer
exactamente las causas verdaderas de la detención o prisión. (...) N.d.T.
Para
luchar contra esta nueva barbarie, es necesario tomar conciencia sobre cuál es
el « enemigo principal », puesto que nos encontramos en
una situación algo parecida a aquella que sufrimos bajo la ocupación alemana.
Las nociones de « izquierda » y « derecha »
-que tuvieron una significación profunda durante los siglos XIX y XX- se han
transformado ahora en la disyuntiva : colaboración o resistencia.
No
porque las contradicciones de clase hayan perdido importancia, sino porque la
sumisión de Francia a una potencia extranjera ha hecho inseparable la lucha
social de la lucha
nacional.
La economía francesa está sometida a intereses extranjeros y las grandes empresas
están indisociablemente ligadas a los grandes consorcios internacionales que
han invertido inmensos capitales.
Como
ayer, cuando el combate de los resistentes estaba indisolublemente ligado a la
lucha contra la subordinación de nuestra economía y política a la voluntad del
ocupante, una lucha coherente contra el desempleo, la desigualdad, las
deslocalizaciones, las quiebras fraudulentas, no puede ser llevado a buen
término, sin un combate contra las instituciones y las fuerzas económicas
norteamericanas.
Europa
no es más que un relevo de la dominación norteamericana. Europa es hoy,
norteamericana.
Conviene entonces romper todo lazo con las
instituciones internacionales, instrumentos de dominación
norteamericanos : la OTAN, el FMI, Europol, Eurojust, etc. Es allí donde
se decide el 70 % de las leyes « francesas ».
No se
trata de aislarnos, sino al contrario, liberarnos de lo que nos impide
establecer relaciones fecundas, independientes, con los países del Tercer
Mundo, como nosotros, amenazados por una
« mundialización », que no es una mundialización « sinfónica »,
que recoge el aporte de todas las civilizaciones y culturas
-iguales en derecho- sino una mundialización « imperial », una
nueva forma de colonialismo al servicio de una metrópolis única.
Así aparece
el sentido que tiene el 11 de septiembre. No es la expresión del enfrentamiento
entre Islam y cristianismo, ni entre Oriente y Occidente, tal como los
conspiradores quisieran reducir el siglo XXI , al guión establecido por
Huntington.
Es en
el estallido de las contradicciones internas del Occidente capitalista y
colonizador,
-que
emplea nuevos métodos para preservar su supervivencia- donde hay que buscar el
sentido profundo del 11 de septiembre de 2001.
P R Ó L O G O
Para prevenir al lector e informarle acerca
del ángulo de visión y del índice de refracción
de la mirada del autor, sobre los
acontecimientos de su siglo, su génésis y su porvenir.
***
Mi vida
está hecha de rupturas. No lamento ninguna de ellas. Porque ninguna fue la
negación de la precedente, sino la superación de un límite.
Mi
familia me educó en un ateísmo que me liberó de las concepciones
antropomórficas de Dios y me preservó de
toda religión tribal, aquellas que pretenden tener el monopolio de lo absoluto
y nos imponen mitos, ritos y dogmas, como si tuvieran un valor universal, como
si fuesen propiedad de un pueblo elegido.
La
frontera de mi ateísmo era la razón hermética, es decir, inconsciente de sus
postulados y de sus límites.
Cuando
tomé conciencia que estos límites eran la cultura y la filosofía que me habían
enseñado en la escuela, tuve la necesidad de escapar de esa prisión cientista.
Gracias a Kierkegaard, a quien descubrí
gracias a algunas amistades protestantes, me dí cuenta que existían más allá de
nuestra pequeña lógica y moral, sacrificios parecidos a los de Abraham,
aparentemente dementes, puesto que rompían con todas las normas de la tribu.
Pude
entonces franquear otra brecha, tal vez la más grande abierta en la historia de
los hombres y de los dioses : Jesús. Con Él, la ruptura, la
superación y la trascendencia no estaban contaminadas por nuestra mezquina
visión espacial de la exterioridad.
Lo que
antes de Él se llamaba Dios, estaba fuera de nosotros, sobre nosotros, como lo
enseñaba la cosmología infantil, que nos mostraba una tierra plana desde la
cual se « subía » al cielo y se « descendía »
al infierno.
Ese
Dios estaba representado por la omnipotencia de un monarca que programaba « desde
arriba » el destino terrenal de los hombres y de sus imperios, como el
artesano que modela una jarra o una estatua de arcilla.
Jesús
rompió con esta « ley » supuestamente divina, que se abatía
sobre la pobre humanidad, a la que se le obligaba obedecer y aceptar los
decretos « del alto cielo ». Jesús violó todos los tabúes y
mandamientos. Dió un ejemplo de responsabilidad y de amor, escogiendo darse a
los más pobres, a los desposeídos, no para « ayudarles » con
el paternalismo del rico que se « inclina » impactado por su
miseria, sino que para vivir y morir con ellos, como ellos.
Su
muerte fue un llamado imperativo a nuestra propia resurrección, instándonos a
rehusar una vida que tuviese como único objetivo la satisfacción de nuestros
pequeños deseos y de nuestras pequeñas ambiciones, que nos lleva a inclinarnos
ante la voluntad de los « grandes », los eternos dispensadores
de riqueza y honores para súbditos dóciles.
Con Jesús
liberador, alcanzamos la estatura de
hombres, capaces de responsabilidad y
amor.
Lo que
hasta entonces se había llamado Dios, ya no fue más un ser ni un amo, sino que
un llamado.
Este
llamamiento al acto creador y liberador fue la avalancha torrencial de una
movilización por una vida más
plena, por la plenitud de la vida, sobrepasando todos los objetivos que
hasta entonces considerábamos como los únicos posibles.
La
fe, es la respuesta sin reticencias a este llamamiento y la fuerza que nos ha
sido entregada para participar en esta marejada.
No como
la orden que un señor da a su esclavo, sino como el ejemplo contagioso de un
hermano destinado a continuar y engrandecer la obra del Padre.
Debemos,
con todos los riesgos que esto implica, escoger la vía. Para mí, el camino fue
el de la militancia.
Con
Jesús en el corazón devine marxista, considerando que Marx había elaborado para un siglo determinado,
leyes de desarrollo que permitirían al hombre alcanzar no un « fin de la
historia », sino salir de la prehistoria, en la cual la riqueza y el
poderío de unos se basan en la miseria y la dependencia de muchos.
Nunca
he lamentado haber tomado esa opción, porque continúo pensando que sin el
método de análisis empleado por Marx, no es posible comprender hoy en día la
división del mundo, entre el colonialismo unificado existente desde la última
guerra -coalición formada por los antiguos y nuevos colonialistas- y la creciente fractura entre los que
tienen y los que no tienen.
Una vez
más escogí mi campo contra la ideología dominante de los dominantes. Escogí el
Islam, la ideología dominante de los dominados, no para compartir las
nostalgias del pasado o la imitación de Occidente, sino como una manera de
tomar partido y seguir el ejemplo de la teología de la liberación. Ésta
nació en América Latina, en Africa, en Asia, allí donde los seres humanos
mueren de miseria al ritmo de un Hirohsima cada dos días, debido al « modelo
de crecimiento » occidental, que sigue agravando su « subdesarrollo »,
corolario de la dependencia.
La
unidad del mundo y no la unidad imperial de una hipócrita mundialización,
sino la unidad sinfónica de todos los pueblos, de todas las comunidades, es el
único templo digno de ser llamado templo de Dios. Nuestra primera tarea de
hombres de fe, es la de ser sus contructores.
El
fracaso provisorio de la gran esperanza de los excluidos -el socialismo- vino
de aquellos que traicionando el pensamiento de Marx, no comprendieron que una verdadera revolución necesita más
trascendencia que determinismo. Ese determinismo que los devotos llaman « Providencia », es llamado « mano invisible por los amos del « pensamiento único »
con Adam Smith a la cabeza ; « progreso » por los
ordenántropos, o « materialismo dialéctico » por aquellos que
han empobrecido el marxismo de Marx.
Tal ha
sido la historia de mis rupturas que la secta del « pensamiento
único » llama la historia de mis variaciones.
Sólo la
muerte interrumpirá su desarrollo.
Y la
acogeré con el mismo fervor, porque el hombre no vive para morir. El hombre
muere para vivir, con la alegre certeza que otros hombres tomarán el relevo y
la antorcha.
a) El navío « Tierra » se
está hundiendo.
Después
de cinco siglos de colonialismo occidental y cincuenta años de dominación
imperial norteamericana, las desigualdades no cesan de aumentar. Millones de
hambrientos, de parados y excluidos están en las calas a babor, mientras que a
estribor se encuentran lujosas cabinas y principescas « suites »,
desde donde se puede conocer vía Internet, las variaciones de las Bolsas
del mundo, esas incubadoras de la especulación.
El
mundo está dividido entre el Norte y el Sur, entre « los que tienen y los
que no tienen ».
¿Cómo
escapar del naufragio ?
El
objeto de este libro es de tratar de hacer escuchar los crujidos y los gritos
de los náufragos para plantear el
problema y resolverlo.
La
solución no es únicamente económica , aunque la máxima urgencia sea la
disminución de las desigualdades.
La
solución no es únicamente política, aun cuando el mundo actual pertenezca a
aquellos que nos ayudaron en dos oportunidades a obtener la victoria -en 1917 y
en 1944- y que acumularon la mitad de la riqueza planetaria desde 1945, sobre
las ruinas de una Europa exsangüe y avasallada.
La
solución es más profunda, puesto que el navío Tierra boga sin timón y no sabe dónde va,
conducido por un timonel borracho corroído por la corrupción. El problema
fundamental es el desprecio por toda finalidad humana. Por ello, la única
cuestión que permitirá resolver todas las demás, es aquella de la finalidad.
Ahí
está el secreto de la salvación, puesto que nuestras religiones -las que se
enseñan en las escuelas y en los medios de comunicación- no se plantean jamás
la pregunta del « ¿ Por qué ? ».
Por eso
es que nos estamos muriendo.
Esa
pregunta no la contestará ningún ordenador (un maravilloso proveedor de
medios), sino los corazones y las cabezas de los hombres.
A
esta fe que nos interpela se la puede llamar Dios o de otra manera. Poco importa lo que
nuestra religión diga : soy cristiano, musulmán o ateo. Lo que importa
es lo que esta fe hace de nuestra vida.
Ya
que la religión es una manera de pensar o de creer. La fe, una manera de actuar.
Busquemos
juntos.
b) Un combate a Contranoche
El
objetivo principal, incluso único, de este testamento furioso, desordenado,
sembrado de repeticiones obsesivas, pero desbordante de esperanza, donde se
entremezclan a veces poemas con análisis
sociológicos, meditaciones sobre Dios con refranes siempre constantes sobre las
matanzas que causa el hambre y que cuestan al mundo un «Hiroshima cada dos
días », es mostrar que esta tragedia, la división del mundo, es la
consecuencia del “ modelo de crecimiento” de Occidente. Más allá de la
deriva occidental representada por cinco siglos de « modernidad » y
cincuenta años de hegemonía de EEUU, vanguardia descerebrada pero todopoderosa,
de la decadencia en el transcurso del siglo que se inica ¿ cómo podrá el
hombre, so pena de un suicidio planetario, retomar el destino en sus
manos ?
*
* *
El
centro y motor de mi pensamiento filosófico es la búsqueda y elaboración de una
filosofía del Acto, opuesta a la tradicional metafísica occidental del
Ser.
De ahí
proviene mi crítica sistemática a la filosofía griega, que de Parménides a
Aristóteles pasando por Platón, siempre postuló, por encima de las apariencias
sensibles y del devenir, la existencia de un substrato exterior inmutable.
Nunca
he cesado de cuestionar esta exterioridad y esta inmutabilidad, desde mis
reflexiones de estudiante, gracias a la primera « Acción » de Maurice
Blondel (que la Iglesia condenó por « inmanentista » y prohibió
publicar), hasta la crítica fundamental de Nietzsche sobre esta exterioridad e
inmutabilidad del ser y del deber ser,
que constituyen el principio de toda
moral, de la política y de la teología de la dominación.
Puesto
que si este Ser existe fuera de nosotros y sin nosotros en su trascendencia
intocable,
es
necesariamente la norma, la ley de nuestra existencia y acción. Es nuestro
destino.
Jesús
realizó la mayor ruptura en la historia de la humanidad, precisamente porque
hasta entonces, los hombres concebían a los dioses como soberanos todopoderosos
dirigiendo desde fuera y desde arriba el destino de los hombres, para
castigarlos o recompensarlos en función de su obediencia y sumisión a los
decretos divinos, tratárase de Zeus, Júpiter o Jehová (dios de los ejércitos y
de las matanzas).
Con
Jesús por el contrario -pobre y que muerto trágicamente-, el hombre pudo
concebir y vivir una forma de trascendencia que ya no fue exterior ni
dominadora. Esta se identificaba con la vida cotidiana de los hombres, con sus
derrotas y sus esperanzas, y sobretodo, con la responsabilidad total que desde
entonces tuvieron : la de realizar el reino divino. Jesús desfatalizó a la
historia. Su « resurrección » no es un problema biológico que se
habría producido como un « milagro » realizado por un ser
« todopoderoso ». La Resurrección ocurre todos los días, Jesús
se levanta vivo, vivo hasta en la vida
de aquellos que se creían perdidos. La Resurreción produce en ellos la metamorfósis
de una vida significativa y radicalmente nueva.
Este
reino « ya » está aquí, en cada hombre en quien nace la exigencia de
no contentarse con lo que es y con lo que él es ; él, « todavía no
es », porque esta exigencia no está aún «toda en nosotros ».
De
ahí que en 1933, en la primera etapa de
mi reflexión -en el momento que se producía
una de las crisis más profundas de nuestra historia, crisis que había
comenzado en 1929 en los EEUU, alcanzando luego a todo el mundo y
manifestándose en Europa con la llegada de Hitler al poder-, me negué a ver en
la filosofía una carrera liberal más y consideré que era mi obligación buscar
en ella una respuesta que le diera sentido a mi vida y a nuestra historia
común, como una manera de superar el caos.
El
problema era indivisiblemente político y religioso. Religioso, porque
había que jugarse la vida y decidir
sobre la cuestión de la finalidad última. Político, porque no sólo
estaba en juego nuestra salvación personal, sino que también el de la comunidad
humana. Se trataba de un « imperativo categórico » : asumir su lugar
en el combate, elegir su campo y definir una metodología de la iniciativa
histórica que nos diera los medios de superar las contradicciones del
caos.
Lo que
me pareció más urgente en esta primera etapa de mi camino de acuerdo a la
cultura filosófica de mis veinte años, fue vivir en un todo a Kierkegaard y
Carlos Marx . Kierkegaard, debido a que en sus meditaciones en Temor y
temblor, sobre el sacrificio de Abraham, sugiere que por encima de nuestras
pequeñas lógicas y pequeñas morales transitorias, pueden surgir exigencias
incondicionales. Allí encontré el antídoto al irrisorio individualismo que hace
de cada uno de nosotros el centro y la medida de todo y nos conduce a un enfrentamiento
permanente, tanto entre los individuos como entre las naciones, entre la
voluntad de crecimiento y la voluntad de poder. Descubrí la necesidad viviente
de « valores absolutos » no fuera de mí mismo, en el cielo, en las
estrellas y sus falsos dioses, sino que éstos valores nacían de una necesidad
irrecusable : la de un postulado fundamental y primigenio, el único que
podía darle coherencia y eficacia a mi vida y a mi acción, esto es, la
participación en un movimiento histórico real.
En
Marx, al que leía en ese entonces con una pasión únicamente intelectual, no
encontré una nueva « concepción del mundo » ni una nueva concepción
religiosa, ni metafísica ni positivista. En Marx encontré una exigencia, la de
no pretender resolver solo y únicamente con ideas, los problemas nacidos del
desorden mundial, y entonces me uní a la fuerza que resistía al caos, militando
en ella, corriendo el riesgo de compartir el maniqueísmo, con sus errores, sus
excesos y tal vez sus crímenes, en un mundo donde el crimen era universal.
Así fue
como me convertí en militante durante cuarenta años de un partido que
reivindicaba como propio el método de Marx y que la situación histórica
verificaba plenamente. Combatí a los amos del mundo que habían sojuzgado a
Europa, desde München a la Resistencia. Consideré que era el partido menos malo
de todos, porque bueno no había ninguno.
Vivir
en una sola vida a Marx y a Kierkegaard era sin duda un problema de la época,
ya que alguna vez le escuché decir al propio Sartre que esa era su ambición. Es
cierto que habíamos sacado conclusiones diametralmente opuestas. Sartre,
partiendo del dramático cara a cara entre la subjetividad y la trascendencia,
trató intelectualmente de adherir a un marxismo teorizado por él mismo, en el
que veía « la filosofía insuperable de nuestro tiempo ». Tomó en
general una posición humana ante grandes situaciones inhumanas de nuestro
tiempo. En favor de la resistencia y contra la guerra de Argelia, pero sin que
esta posición puramente intelectual, lo llevara a compromisos más allá que los
contraídos con grupúsculos en los cuales proyectaba sus fantasmas teóricos.
Mi
camino fue rigurosamente opuesto. Lo que me pareció primordial fue la
encarnación. Con la cabeza no se
transforma el mundo, y tenemos que mancharnos las manos con los inevitables
combates que lo desgarran. Uno no puede « sentarse en el techo », no
puede contentarse con « proclamar el bien », sino que debe tomar
partido por el mal menor, igual que en la época de Jesús, al lado de « los
que no tienen », junto a los pobres.
Al
menos debemos empecinarnos en abrir entre los combatientes, una brecha de
cierta trascendencia, como lo han intentado en nuestra época experiencias
militantes profundamente humanas y divinas, las de los « curas
obreros » y aquella emprendida por los « teólogos de la
liberación », que tratan de reconciliar la historia con la trascendencia.
No sé
si mi apuesta inicial la gané, pero no lamento haberla mantenido durante
cuarenta años en un partido en el cual llegué a ser uno de sus dirigentes. Yo
no renuncié. Fui expulsado en 1970 por haber afirmado que « la Unión
Soviética no podía ser considerada como un país socialista ».
El
balance de esos cuarenta años de fidelidad no me parece negativo.
En
primer lugar por el recuerdo siempre presente en el plano teórico -y siguiendo
el sentido del pensamiento de Marx- que no se podía definir el marxismo como
una suerte de determinismo económico. Por el contrario, es el capitalismo y su
consiguiente alienación del hombre, el que ha hecho de la economía el motor de
la historia, abandonando al mercado la regulación de todas las relaciones
sociales. El determinismo (no el determinismo sectorial de las ciencias, sino
la extrapolación de un determinismo
total, totalitario) no puede fundar más que una política conservadora, puesto
que si el porvenir está contenido en el presente y puede deducirse de él,
ninguna irrupción de algo nuevo, ninguna ruptura, ninguna revolución es
posible.
Contra
viento y marea, nunca dejé de proclamar, que la revolución tiene más necesidad
de trascendencia que de determinismo.
Fue al
interior del partido una lucha permanente contra toda interpretación
« positivista » de la noción de « socialismo científico ».
El socialismo puede ser « científico » en sus medios, en el análisis
de la economía capitalista (ya que no hay otra
« ciencia económica » que la del hombre alienado por el
sistema), en la estrategia correspondiente a este análisis, pero a condición de
no hacer nunca abstracción como lo señalaba Marx, de la posibilidad permanente
de romper con la alienación, por más profunda que ésta sea.
Es esto
lo que me llevó a la crítica radical del « neopositivismo » marxista,
incluso cuando este tomó con Althusser y sus discípulos la forma
« estructuralista » : « El hombre es una marioneta
puesta en escena por las estructuras ». El estructuralismo de Althusser
posponía por décadas el momento de la « ruptura epistemológica »,
permitiendo pasar a Marx, de la « ideología » a la
« ciencia ».
En el
plano exterior, mi esfuerzo constante por incluir plenamente el momento de la
trascendencia en el marxismo me permitió -cuando creé y dirigí el « Centro
de Estudios y de Investigaciones Marxistas »- organizar a nivel del
Occidente cristiano (de Italia a
Alemania, Canadá y EEUU), el diálogo entre cristianos y marxistas.
Aprendí mucho de esta fecundación
recíproca, de los grandes teológos franceses como el padre Chenu y el padre
Dubarle ; en Alemania, de católicos como Karl Rahner, o de protestantes
como Jurgen Moltman ; en Italia de los padres Balducci y Girardi ; en
Checoslovaquia del pastor Hromadka ; en Inglaterra del obispo
Robinson ; en EEUU de los padre Courtney Murray y Quentin Lauer y del
extraño Harvey Cox ; en España del canónigo González Ruiz, del padre Caffarena
y de Ramón Panikkar.
En
Salzburgo durante el apogeo de este diálogo, el padre Rahner (s.j.), uno de los
más importantes expertos del Concilio, planteó la pregunta última contestando a
una interpelación mía. Yo le había recordado que Marx, al aportar la
metodología de la iniciativa histórica (el problema del orden de los medios),
había definido en primer lugar el socialismo por sus fines, esto es, crear para
cada niño portador del genio de Rafael o de Mozart, las condiciones económicas,
políticas y culturales que le permitan realizar todas sus posibilidades. El
padre Rahner aportó la respuesta a nuestra búsqueda común, mostrándome (luego
lo escribió en su Prefacio a la traducción alemana e inglesa de mi libro « Del
Anatema al diálogo. Un Marxista se dirige al Concilio ») que Marx,
como yo mismo intentaba hacerlo en ese diálogo, definía sólo los « fines
penúltimos » y en cambio el cristianismo era « la religión del
porvenir absoluto ».
Yo
acepté encantado su tesis, agregando : trabajemos juntos, cristianos y
marxistas, para alcanzar estos « fines penúltimos ». Y si nosotros,
marxistas, tenemos la tentación de creer que hemos alcanzado « el fin de
la historia », entonces estaríamos felices de encontrar a los cristianos a
nuestro lado para que nos dijeran : hay que ir más lejos en la creación.
Pero, por favor, ¡ no lo digáis demasiado pronto como para apartarnos
hacia evasiones piadosas y dejar la actividad militante !
Me
pareció que juntos habíamos alcanzado el objetivo espiritual que nos habíamos
fijado, pero quedaba todavía muchopor hacer, para poner en marcha a nuestras
respectivas comunidades en pos de ese objetivo.
Desde
entonces, el retroceso de la Iglesia católica en relación a la maravillosa
apertura iniciada por el Concilio Vaticano II, la involución de los partidos
comunistas, la implosión de la URSS y la división creciente del mundo entre el
Norte y el Sur, entre « aquellos que tienen » y los « que no
tienen », el triunfo provisorio del « monoteísmo del mercado »,
el triunfo de los ricos y el aplastamiento de la millones de pobres, muestran
el inmenso camino que queda por recorrer para poder encarnar las verdades que
juntos habíamos vislumbrado.
Por mi parte, considerando las consecuencias
de los resultados positivos obtenidos en el plano de la clarificación teórica
de los problemas, pero midiendo también la magnitud de los peligros de un mundo
dividido entre el Norte y el Sur, propuse en 1974, al Consejo Ecuménico de las
Iglesias (en presencia de observadores del Vaticano, un obispo húngaro y el
padre Cottier) extender nuestro díalogo, puesto que cristianos y marxistas
tenemos las mismas referencias culturales judeocristianas y grecorromanas.
Propuse pasar del diálogo entre cristianos y marxistas, a un « diálogo
universal de civilizaciones », con Asia, Africa y Amerindia.
El
proyecto fue recibido un poco fríamente porque yo definí el diálogo como un
intercambio en el cual cada dialogante, debía estar convencido desde el
comienzo que tenía algo que aprender del otro, es decir, que estaba dispuesto a
reconocer que algo le podía faltar a su propia verdad y que estaba por lo tanto
dispuesto a cuestionarse.
La idea
que pudiera haber « algo que faltaba » en lo que se proclamaba desde
hacía siglos como « catolicidad », como universalidad plena, no le
gustó a los representantes católicos.(Debo decir que más tarde encontré las
mismas reticencias en los « ulemas » musulmanes por razones análogas,
es decir, la pretensión de poseer la verdad absoluta).
Por los
dos lados me enfrentaba una vez más a una filosofía del Ser, un patrón absoluto
de la realidad y del bien, una creación y un orden establecidos de una vez por
todas. Si este Ser y su orden habían sido deseados por Dios, era entonces un
sacrilegio pretender transformarlo. Si existía una revelación o una profecía
última, era sacrílego también concebir una renovación o innovación.
Los
tabúes dogmáticos, nacidos de la proyección del Ser fuera de nosotros, impedían
concebir, a pesar de lo dicho por Jesús y en el Corán, que Dios está siempre en
plena tarea, que la creación es contínua e inacabada y que cada uno de
nosotros, colaborador del Dios Único -que « está en él », sin ser
« de él »- es personalmente responsable y debe responder ante esta
exigencia divina. Debí entonces proseguir la búsqueda de un diálogo más vasto
sin mis habituales socios marxistas y cristianos.
Pero me
invadió un sentimiento de vértigo ya que ¿no es una locura pretender tener
razón contra todos ? En ese frío mortal de vacío y soledad, encontré
finalmente el mundo real, es decir universal, en circunstancias que había
estado confinado hasta entonces en una cultura exclusivamente occidental.
Profesor de filosofía, habiendo obtenido todos los diplomas que se podía tener
en la profesión, tomé conciencia que aparte de las filosofías occidentales,
ignoraba todo de las otras. No sabía nada de la antigua sabiduría china, hindú
y musulmana, no conocía las tradiciones orales de la comunidad africana, los
tesoros de la Amerindia maya o inca, destruidos por los conquistadores.
Ese colonialismo cultural con que cual estaba impregnado desde la escuela,
provocó en mí una ira que nunca más me ha dejado. Me puse a leer con pasión las
meditaciones taoístas de Lao Tse y la obra filosófica de Chuang Tse
(Zhuan
zi, según la ortografía utilizada hoy. N.d.T.), los « Vedas » y los
« Upanisads », las grandes epopeyas de Ramayana y del Maharabata de
los hindúes. La primera, en la versión mística de Tulsidas y la segunda, desde
donde fue tomada la divina Bhagavad-Gita ; el Popol Vuh, que sobrevivió a
la destrucción causada por la hogueras de la Inquisición ; otras obras de
los Mayas y las de las comunidades incásicas,además de los cuentos de la
oralidad africana, algunos de ellos como el Kaidara, que sobrevivieron gracias
a la transcripción de Hampaté Ba. Luego, fue el encantamiento con la visión del
mundo y la poesía de los grandes sufíes del Islam, desde Dhul Nun a Shabestari,
de Rabi’a de Basorah, de Rumi y de Ibn Arabi.
Escapando
de la atmósfera confinada sólo a Occidente, me hice a la mar y mi espíritu
volvió a respirar. A todo pulmón.
Conocí
entonces la experiencia del Islam andaluz y fundé en Córdoba el único museo de
España dedicado a la presencia y al esplendor de la cultura árabe-islámica. Se
trataba de mostrar que España en la época del califato, había sido un gran
momento de la cultura española y europea, reanudando la continuidad perdida
entre las culturas de Oriente y de Occidente. Ello me permitió explorar
profundas brecha ya abiertas por algunos cristianos como Ramón Lull, que unió
las tres religiones abrahámicas en su Diálogo de los tres sabios y del
gentil ; Alfonso X el Sabio y el obispo Raimón de Toledo, quien hizo
traducir al latín los tesoros de la cultura árabe-musulmana, gracias a la cual
conocimos la cultura griega y oriental ; exploradores gigantes como el
cardenal de Cues, quien osó soñar con un concilio universal de religiones, que
esbozó en la La paz de la fe ; la mística del Maestro Eckardt, tan
impregnada con los Cuentos Visionarios de Avicena, que abrió las
perspectivas de la unidad
de la fe más
allá de la diversidad cultural de las religiones. Esta tradición se prosiguió
con los
más
recientes orientalistas españoles, a los que el padre Asín Palacios les había
desbrozado el camino con su Islam cristianizado, en el cual evoca la
fraternidad mística y poética de Ibn Arabí con San Juan de la Cruz.
La
filosofía del Ser, el ardid dominador más grande de Occidente como escribe un
filósofo musulmán, no existía más allá de nuestra insignificante península
europea. Tomé conciencia que a escala de la historia milenaria del mundo,
Occidente es un accidente. Este era el primer subtítulo de mi primer libro, Diálogo
de Civilizaciones (1), puesto que en la mayor parte de las lenguas
del mundo, la palabra « ser » existe sólo como cópula (incluso a
veces no existe) y no como sustantivo.
Entonces
comprendí cuán por encima de todos los supuestos filósofos de su siglo estaba
mi viejo maestro Gastón Bachelard.
En sus
meditaciones paralelas sobre la teoría del conocimiento y sobre la creación
poética, aporta una contribución decisiva a la filosofía del acto, contra las
filosofías del Ser. Ya Kant, extenuaba a la fantasmagórica « cosa en
sí », que después proseguirían en el vacío etéreo de sus pesadillas,
Heidegger y Jean Paul Sartre.
En su « Nuevo
espíritu científico » y en su « Filosofía del no »,
partiendo del estudio de la historia de las ciencias , Bachelard esbozó (más
allá de las matemáticas de Euclides, de la física de Newton y de la química de
los contrarios de Lavoisier) una « filosofía no cartesiana ». Exorcizó
al espectro dos veces milenario del Ser e hizo de la conciencia, un reflejo y
no una creación de proyectos invalidados, negados, siempre renacientes en sus
negaciones creadoras; poéticos, en el sentido más profundo de la palabra.
Bachelard
también abordaba este poema de la creación continuada, a través del arte, de la
ensoñación despierta, de la creación poética.
La
doble reflexión sobre el arte no occidental -que nunca es reflectante sino
proyectante, jamás imitación de un ser o de una apariencia, sino invención
mítica y captación de energías-, y en el camino recorrido por las ciencias
desde el inicio del siglo XX, desde la relatividad y la teoría de los cuantos
hasta la biología genética o la astrofísica de hoy, yo siempre he tenido el
sueño pretencioso de recorrer hasta el final el doble camino de Bachelard,
hasta el punto donde los dos caminos se juntan, es decir, ver en la invención
científica, un caso particular de la creación poética, aquel que está
comprobado por una verificación experimental.
Así
tendría lugar la ruptura definitiva con la filosofía del Ser y podría nacer,
llevada por las civilizaciones de todos los pueblos y de todos los tiempos, la
filosofía del acto, es decir, de la creación.
De esta
manera estuve obligado a reflexionar sistemáticamente sobre el arte. Dejando de
lado la historia de la filosofía occidental -que era el curso que yo dispensaba
en la Universidad-, me consagré a la investigación sobre la estética,
considerada no como metafísica de lo bello, sino como reflexión sobre el acto
de creación artística.
Profundizando
mis cursos sobre la pintura europea, de Cimabue a Picasso, estuve sorprendido
por el carácter prospectivo de la obra de todos los grandes maestros. En mi
libro, Sesenta
1. París, editorial Denoël, 1977.
obras
que anunciaron
el futuro, expresé la certidumbre de que cada creador digno de ese nombre
pinta no el reflejo de un ser o de una apariencia, sino que más allá de eso,
pinta el proyecto de una realidad que todavía no es, se trate de Giotto, Rembrandt,
Van Gogh, Kandinski o Picasso.
Madurando
esta investigación en campos profundamente diferentes, la danza por ejemplo,
intenté decir en Danser sa vie (libro sobre el cual Béjart me escribió
diciéndome que había hallado sus convicciones profundas sobre la danza), que se
trata aquí también de una
superación
de los gestos utilitarios o protocolares, lo que un ejecutante del teatro
japonés del nô, llamaba : « reproducir los gestos de
Dios ».
También
la arquitectura en sus más altas realizaciones religiosas, permite comprender
por qué todo arte -pintura, música, danza- es un arte sagrado. No porque su
tema sea religioso, como en las imágenes de Saint Sulpice, sino porque es
verdaderamente un arte. No deja al espectador intacto, lo transforma en participante,
es decir, en un ser humano que no se contenta con ser lo que es. La obra no es
nunca grande si deja al espectador intacto. El espacio cristiano de una
catedral con la « desestabilización » pascaliana de sus bóvedas
portadoras de infinito; el espacio musulmán de una mezquita, que inscribe por
el contrario al hombre de fe en el cristal transparente de sus columnas cuyas
bóvedas más bajas son como arcoiris balizando el infinito ; el tempo
hindú, centro y resumen del mundo que explora los sucesivos esplendores
subiendo los peldaños de Borobudur. Todos nos inducen físicamente a
sentimientos indivisibles de comunidad, participación y superación del sentido
de nuestras vidas, es decir, la fe común, más allá de la diversidad cultural de
las religiones.
Es por
eso que yo pienso que la filosofía desemboca obligatoriamente en la teología.
Una
teología que no puede ser a su vez más que poética, porque « hablar de
Dios », hablar de esta trascendencia sin común medida con lo humano,
implica que no es posible comprenderla y definirla con nuestros conceptos, sino
simplemente designarla o sugerirla con nuestras imágenes, nuestras
metáforas y mitos, del mismo modo que
Dios se comunica con nosotros mediante parábolas tomadas de nuestra
experiencia.
La
preocupación permanente de mi vida fue de esta manera, buscar el punto en el
cual el acto de fe religioso, la acción política y el acto de creación
artística conforman un todo.
La
íntima relación de fe y política, -es decir, el postulado por el cual decidimos
de nuestras finalidades últimas y de la cuestión de la elección de los medios y
métodos para realizarlas- se expresa tan fuerte al final como al comienzo de mi
esfuerzo, cuando hice mis primeros intentos por no separar a Marx de
Kierkegaard.
Decir
Dios para mí, ha significado no cesar nunca de decirme : la vida tiene un
sentido y yo soy responsable de descubrirlo y cumplirlo. Es un postulado, es
decir una elección indemostrable y necesaria a la vez. Necesaria para que la
vida tenga coherencia y sea otra cosa que un caos irresponsable. Como el
postulado de Euclides es necesario para que se mantengan derechas la mesa o el
muro que uno construye. Inverificable, puesto que no se debe esperar el aval de
un « ser » preexistente cuyo « deber-ser » derivaría como
reflejo de un orden también preexistente e intocable. Si existiera una
« prueba » de la « existencia » de Dios, derivada por
ejemplo del « argumento ontológico », con la pretensión de deducir la
realidad de la idea que de ella nos hacemos, nos transformaríamos en unos
beatos, creyendo en el fantasma del ser supremo y esperando de él, castigos o
recompensas.
Es por
eso que me parece que la religión del siglo XXI, la fe en el sentido de la vida
y de la historia, el motor de nuestra acción comunitaria y responsable por contruir
un mundo -Uno- no se desarrollará con la prolongación de las actuales
religiones institucionales, que pretenden poseer el monopolio de la verdad
definitiva y total y que rechazan la diversidad de las perspectivas culturales
de otras religiones, cuyas fe apuntan a la misma trascendencia, que por
definición, no tiene común medida con nuestros conceptos.
La
concepción judeo-cristiana de la creación refuerza a la filosofía griega de la
dominación, el orden eterno de las « ideas » de Platón, la jerarquía
de los conceptos y de los seres de Aristóteles.
Si Dios
creó el mundo de una vez por todas (sea en seis días o en un sólo bang
), entonces es sacrílego pretender modificar este orden eterno. Pablo de Tarso
agregó al cristianismo esta visión lineal de la historia proveniente de los
Hebreos : « Dios produce en vosotros el querer y el
hacer ; vosotros no hacéis nada », (Filipenses, II, 13).
Pablo fue así el fundador de la teología de la dominación. Marcó con su
impronta la historia de la Iglesia hasta la actual « teología de la
liberación », que al contrario, se esfuerza por encontrar el mensaje
liberador y contestatario de Jesús, en su « alzamiento » entre los
pobres, a quienes aportó prioritariamente la « buena nueva » de su
humanidad plena, luchando contra la sumisión y las prohibiciones impuestas por
los grandes sacerdotes de todas las religiones en todos los tiempos.
El
Islam tiene su San Pablo en la persona de Hanbal y sus despóticos herederos
espirituales o integristas. El Islam también necesita una teología de la
liberación.
Esta
decadencia dogmática e inquisitorial de las religiones, debido a su alianza con
el poder y la justificación ideológica que aportan a esta dominación, no debe
hacernos olvidar su primer despertar ni su proclamación de la finalidad última,
a condición que ellas no se excluyan
mutuamente, sino que reencuentren la vida en su fecundación recíproca y
humilde. Porque la exclusión de esta dimensión trascendente de la vida, que es
el alma de toda fe, ha provocado un caos todavía peor que las cruzadas y la
Inquisición. Una contrarreligión que no osa decir su nombre -el
monoteísmo del mercado- ha conducido a la partición del mundo
entre el Norte y el Sur, estableciendo una jungla donde se enfrenta la voluntad
de crecimiento con la voluntad de poder de los individuos y de los estados.
Para
medir el grado de barbarie del sistema, recordemos que en 1994, luego de cinco
siglos de colonialismo, 80% de los recursos naturales del planeta están
controlados y son consumidos por un 20 % de privilegiados de la población
mundial, mientras el hambre y la desnutrición causan en los países no
occidentales 30 000 muertos por día. Es decir, el modelo de crecimiento
occidental le cuesta al mundo el equivalente de un Hiroshima cada dos días.
No podríamos encontrar otra prueba más irrefutable que ésta, al mostrar que los
hombres no están guiados por la búsqueda de la trascendencia, sino por el deseo
de saciar sus apetitos individuales. Esta irrisoria y falsa libertad desemboca
en el aplastamiento de los débiles por los poderosos y la guerra de todos
contra todos. No hay prueba más irrecusable de la superioridad de Marx sobre
Adam Smith. Según este último, si cada cual persigue solamente su interés
individual, el interés general quedará satisfecho. Una « mano
invisible », escribía, realizaría dicha armonía.
Marx
reconocía que el capitalismo creaba grandes riquezas - y en El Capital no calla
su admiración por este dinamismo-, pero, dice, creará todavía más miseria y
desigualdad con una polarización creciente de la riqueza en manos de una
minoría y la alienación e indigencia de la mayoría. El mundo, dividido hoy
entre el Norte y el Sur, es una verificación manifiesta de sus previsiones.
Lo que
hemos tratado de hacer vivir bajo el nombre de diálogo de culturas, entre
marxistas y cristianos, luego, diálogo entre las civilizaciones de Oriente y
Occidente, debe ser la obra de todos en un plano de receptividad mutua,
teniendo la certeza fundadora de todo diálogo : cada uno de los
dialogantes tiene algo que aprender del otro y debe estar dispuesto en
consecuencia a cuestionar sus propias verdades, para poder avanzar hacia una
verdad siempre más lejana e inaccesible que un horizonte determinado, pero
siempre más global, quiero decir, una verdad más universal y plena de amor.
Sólo
entonces, cada uno -al recibir gracias a su participación en la comunidad los
medios económicos, políticos y culturales de su pleno desarrollo-, sentirá
nacer en él, superando al hombre prehistórico y alienado que aún somos, « la
auténtica communidad de los seres vivientes ».
El paso
del hombre a una historia verdaderamente humana comienza con la regla de oro,
que de Lao Tse a Heráclito, es el alma de todas las sabidurías y de la
fe : Ser Uno con el Todo.
La
sabiduría de Jesús como la de los Upanisads, de Lao Tse y Cankara, de los
profetas de Israel y de los sufíes del islam, de San Francisco de Asís, Gandhi,
Martin Luther King y de la teología de la liberación nacida en las comunidades
de base : «el poema comenzado del Universo ».
*
* *
Esta es
una declaración de guerra a los « ordenántropos », es decir a
aquellos que creen que el pensamiento es una función del cerebro y lo asimilan
a un ordenador, olvidando que lo propio del hombre es plantear las preguntas
últimas, en primer lugar la del por qué y la de la finalidad.
Si el
siglo XXI continúa sobre este camino perdido, si continúa dirigido como en el
siglo XX por ciegos todopoderosos, no durará cien años y nos aprestaríamos
entonces a asesinar a nuestros nietos. He tenido la suerte (¿ o la
desgracia ?) de vivir casi la totalidad del siglo XX, el siglo más
sangriento de nuestra historia. Chorrea de petróleo y sangre. Está atorado con
desechos nucleares que amenazan a nuestros hijos por varios siglos, con
tragaluces televisivos, que cada noche mediante la crónica roja les esconden la
realidad real y enmascaran también, a los que detrás de las bambalinas, dirigen
el mundo. El siglo empieza con una nueva inversión, aquella de las
comunicaciones informáticas, cuando no hay nada humano que comunicar sino el
curso de la Bolsa. El ordenántropo (pulula por todas partes) es un ser
prehistórico, prehumano, que ve en el ordenador, no una máquina maravillosa que
puede darnos los medios de construir o destruir el mundo, sino una « inteligencia
artificial » que permitiría asignar un fin, un objetivo, un sentido a esta
construcción, a nuestra vida. Es también el mundo de los juegos televisivos,
donde nuestros hijos aprenden, cómo se puede llegar a ser un asesino a los
siete años con riesgo « cero muerto », como el ejército
norteamericano. Transformándolos en idiotas
(es decir, sin plantearse jamás
el asunto del sentido de la vida), enseñándoles a pulsar teclados de
ordenadores y haciéndoles creer que la inteligencia puede reducirse al
suministro de « medios » sin plantearse nunca el problema de los
« fines ».
Estos retardados
herederos del clericalismo cientista del siglo XIX han reemplazado simplemente
el mecanismo de Laplace por la cibernética.
El
ordenántropo tecnócrata no se plantea jamás el asunto de la finalidad última y
entrega un poder gigantesco -átomo o la manipulación genética- al servicio de
los apetitos de un animal, cuyos
instintos han sido depravados. El ordenador es de esta manera el último
avatar del pitecántropo.
El
cuestionamiento actual de las propias ciencias, el principio de identidad de
Aristóteles, el empirismo de Locke, el dualismo de Descartes, el positivismo de
Augusto Comte, toda la marea negra de la filosofía del ser que ha contaminado a
Occidente desde hace veinticinco siglos, es el mejor aliciente para que advenga
una filosofía del acto, luego de siglos de hegemonía occidental.
Hay que reanudar el pensamiento de Heráclito
de Efeso, quien soñaba con las fronteras de Oriente, en Persia y más allá, en
India, en las raíces de la vida, para así sobrepasar el desliz espiritual de
Occidente.
Deambulamos
entre estos escombros de humanidad, hechos de armas cada vez más sofisticadas
para destruir el mundo, « juguetes » mercantilizados, destinados a
eliminar el sentido de la vida.
Busquemos
juntos entonces un nuevo horizonte donde pueda despuntar el día.
Por eso
hay que escribir y hay que hablar de Dios, para reagrupar, a veces en desorden,
algunos gérmenes de reflexión nacidos de la experiencia de todo un siglo
maldito, para ayudar a aquellos que no quieren ser los hombres del fin de los
tiempos, aquellos que piensan que es posible vivir de otro modo.
Sólo
sembramos granos de futuro. Para vivir de otra manera. Para vivir.
*
* *
Donde
sea que se hayan inspirado los que durante casi un siglo fueron mis guías y
modelos, todos ellos mantuvieron alumbrada la misma llama. El obispo brasileño
Helder Camara que me escribió cuando yo era dirigente comunista : « Tenemos
sed de lo mismo ». El padre
Chenu que escribió : « Más trabajo, más creador es
Dios ». Y entre mis camaradas,
Maurice Thorez, quien me mostró en el martirio del teólogo Tomás Münzer,
las raíces cristianas del socialismo moderno. Hasta Luis Aragon, cuyo poema « La
rosa y la reseda » aún resuena en mi corazón.
Estábamos
al borde del mismo abismo, al borde de la misma nada silenciosa poblada de una
infinidad de posibles. Sentíamos el vacío que nos rodeaba y el inextinguible
deseo de explorar la selva virgen.
No sé
cómo hubiera podido vivir sin ellos, sin esas voces y llamados que venían de
diversos horizontes. Sin ellos, no sé cómo podría haber vivido lo que se llama
vida.
Desde
el nacimiento de mi fe hasta sus últimos e inaccesibles resplandores, me siento
encandilado, iluminado en mi noche por miles de luces contradictorias y
fraternales.
*
* *
El
primer encuentro -digo encuentro porque siempre tenemos la impresión que
alguien viene hacia nosotros, toma nuestra mano y nos conduce « hacia
allá »- fue el encuentro con Jesús.
Y en el
marco -iba a decir la jaula- del ateísmo cómodo en el que había vivido hasta
los dieciséis años (sin cuestionamiento ni búsqueda), significó una ruptura
decisiva. Fue como si el soplo del mar me hubiera embriagado de viento y de
infinito. Era Jesús. Aquél que no nos deja nunca más y viene hacia nosotros con
una corona de espinas y no de oro, andrajoso y con los cabellos desordenados
por las borrascas en alta mar. Con sus pies descalzos de mendigo, pero capaz de
dar la vuelta al mundo más rápido que el sol. Jesús no es un rey que ordena,
sino un hermano pobre a quien no se puede ver, pero al que se imagina. Su
llamado es irresistible y definitivo. Él me lavó de mis confortables certezas y
de la finitud de la pereza de alma.
Y sin
embargo yo resoplaba aún como caballo arisco. Tú viviste hermano, Hijo del
hombre y moriste por la más bella vida imaginable, dejando reinar a los
sacerdotes judíos y al ocupante romano. Un pueblo aplastado por esta doble
Ley : la de los saduceos y la de César.
Entonces ¿cómo
uno puede vivir su vida, la única posible de los hombres y de los Dioses,
participando en todas las revueltas contra la opresión ?
Para
serte más plenamente fiel y proseguir con todos nuestros compañeros la vía que
tú habías abierto en nuestras vidas, ser la levadura de las rebeliones y estar
con los pobres del mundo, fue necesario seguir tu camino, no solo, sino con
todos. Me convertí en militante gracias a ti y para serte fiel, devine
comunista formando parte de ese inmenso movimiento de hambrientos y oprimidos,
de ese movimiento solidario que le daba un rostro real a la esperanza de
millones de hombres, como tú supiste dárselo a los que te rodeaban. En ese
combate millones murieron, muertos por el mismo poder al que a menudo se unían
los que invocaban tu nombre con otros hábitos y con otros amigos. En los « tuyos », que devinieron
los « míos » a causa de los usurpadores de tu nombre, había quienes
te maldecían sin haberte conocido y yo amaba como tú amaste al desconocido,
presente en todos y en todas partes.
Una vez
más, los simples, los sin galones, fueron traicionados por sus amos terrenales
o espirituales. Unos, cardenales con túnica roja alrededor de un hombre vestido
de blanco, como en tiempos de los emperadores romanos, enviaban a tus
discípulos para que fueran devorados por las fieras. Yo fui expulsado de ese
otro estado mayor que se decía « comunista » y que era
cómplice de tu segunda muerte. Pero yo
esperaba tu regreso. Se lo habías anunciado a tus discípulos : « Por
vuestro bien es necesario que me vaya : en efecto, si no me voy, el
Paracleto no vendrá a vosotros. Tengo todavía muchas cosas que deciros pero no
oóis capaces de soportarlas.. »(Juan, XVI, 7). « Cuando el Espíritu
de verdad vendrá, os hará acceder a la verdad plena.. » (Juan, XVI,
12, 13). « El os comunicará lo que recibe de mí ». (Juan, XVI,
14). « En este mundo conocéis
la prueba de la adversidad, pero tened fe porque yo he vencido al
mundo ». (Juan XVI, 33)
Jesús
me mostró lo que era la plenitud del hombre. Fue el pilar central alrededor del
cual flotan mis caminos cambiantes. Como dice hoy en día Leonardo
Boff : « He cambiado de batalla, pero no de
trinchera ».
Los
mensajes de Mahoma desde La Meca se parecen a los del Jesús de los Evangelios.
Como ellos, nos revelan lo que debe ser la vida personal de un verdadero hombre
total, es decir, habitado por Dios. Ello bastó para que los ricos mercaderes de
La Meca pusieran su cabeza a precio y trataran de matarlo, al igual que los
grandes sacerdotes saduceos, quienes renegando de su propio Dios, que según sus
propias palabras era su único rey, denunciaron ante Pilato a Jesús por haberse
proclamado « rey de los judíos », : « No tenemos otro
rey que César », y obtuvieron que Jesús fuera crucificado. Mahoma,
también amenazado de muerte, logró junto a sus fieles compañeros escapar y
alcanzar Medina, ciudad de la cual llegó a ser su señor.
Es una
experiencia única : ser fiel a la enseñanza de Jesús en lo que respecta a
la vía personal del hombre, pero, ¿cómo mantener el rumbo cuando se tiene
la responsabilidad de un pueblo y de un estado y que es necesario gobernar sin
renegar los principios de su vida personal ? Mahoma comenzó por
universalizar el mensaje. Ordenó honorar a todos los profetas precedentes
enviados por el mismo Dios y particularmente a Abraham y Jesús, que él
consideró por encima de todos los otros profetas, debido a sus nacimientos
sobrenaturales (nacidos de una Virgen), y a los que saludó con el nombre de
Mesías, no en el sentido hebraico del término, esto es, como un soberano
elegido, sino que como el Salvador de los hombres de todos los tiempos, aquél
que les mostró como realizar el « Reino de Dios ».
Mahoma
puso en el centro de su mensaje, la opción preferencial por los
pobres : « Cuando quiero destruir una ciudad,
le doy el poder a los ricos ».(Corán, XVII, 16). Todos los preceptos
económicos del Corán tienden a crear una sociedad igualitaria. Le zakat es un impuesto a la fortuna y no sólo
sobre los ingresos, de manera que nadie puede vivir gracias a la riqueza de sus
antepasados. El riba, es la prohibición de poseer toda propiedad que no
esté fundada en el trabajo, con el fin de impedir que la riqueza se acumule en
un sólo sector de la sociedad y la miseria en el otro.
Yo me
convertí en musulmán sin renegar de Jesús ni de Marx. Por el contrario,
mantengo la voluntad de serles fiel. Todas las religiones (que son lo contrario
de la fe, puesto que se trata de « creer » y no de actuar) y los
jerarcas musulmanes -príncipes y los doctores de la ley a su servicio-
deshonoran al Islam. Igual que el judaísmo y el cristianismo, que prefieren los
ritos y dogmas al mensaje de Abraham, Jesús y Mahoma, con el objeto de hacer
creer en nombre de una observacia estricta, que « practicar » es
obedecer a sus prohibiciones y no luchar por la liberación divina y humana, es
decir, no luchar contra la miseria, la humillación y contra toda situación en
la cual el rostro del hombre se encuentre desfigurado, en lugar de asemejarse a
la faz de Dios.
Se ha
visto pulular en los templos durante siglos, a los « pontífices » que
disponen de plenos poderes y cuantiosas riquezas, como los antiguos
« emperadores romanos ». Soberanos disolutos y despóticos que se
consideraban como Mu’awya, como los sucesores de los « califas bien
guiados ». Son los mismos con los mismos vicios, que hasta nuestros días,
siguen siendo los sucesores corrompidos que se esconden detrás de rigorismos
hipócritas.
Ha
habido finalmente en la primera religión « revelada » del Cercano
Oriente, rabinos fabricados en Brooklyn que enseñan un « Breviario del
odio » : « talibanes
hebreos » y enturbantados talmúdicos. Y en la cristiandad, cruzados,
inquisidores neocolonialistas y traficantes de armas, drogas y perversiones.
No se
puede contar con ninguna de las religiones dominantes institucionales si
queremos evitarle al siglo XXI un suicidio planetario. Y sin embargo, afirmamos
que sin perder nada de la herencia espiritual de los tres últimos milenios, herencia
transmitida por los rebeldes de estas tres religiones
« reveladas » : -los profetas de Israel, los que siguen fieles
al mensaje de Jesús, los sufíes musulmanes y sobretodo, el diálogo entre las
sabidurías de Asia, Africa y América Latina y su teología de la liberación que
luchan contra la teología de la dominación-, es posible construir un siglo XXI
con rostro humano y divino.
El
mayor problema no es técnico, económico ni político. Sin olvidar estas tres
dimensiones, se trata de encauzarlas hacia fines humanos, buscando la unidad
sinfónica del mundo, en la diversidad de sus culturas, frente a una
« mundialización » que apunta a la unidad imperial del planeta,
escondiendo en realidad la creciente división del mundo entre el nuevo poder
colonial unificado de EEUU y sus vasallos europeos, y un mundo al que este
« crecimiento » le cuesta debido al hambre, según la UNICEF, más de
treinta millones de muertos por año, de los cuales trece millones son niños.
¿Qué
hacer para pasar del suicidio planetario a la resurrección del hombre y a la
unidad del mundo ?
Si este
siglo prosigue ciegamente este camino, no durará cien años. No sólo a causa de
la matanza que esto significa, sino también debido a la destrucción de la
naturaleza y al agotamiento de las riquezas fósiles del subsuelo ; a la
contaminación y disminución de la capa de ozono que conducirá a la
transformación del clima y a la exterminación de la fauna de la tierra y del
mar; también a causa de la manipulación genética, el abuso de pesticidas y la
desforestación. En Amazonía y en Indonesia por ejemplo, se destruyen los
pulmones de la humanidad construyendo represas aberrantes en función únicamente
del interés mercantil. Se saquean los mares empleando técnicas que significan
el aniquilamiento de especias enteras de peces, y por otro lado, la escasez
creciente del agua y de sus redes de distribución, reducen las posibilidades de
la agricultura. En una palabra, en la superficie de la tierra, bajo tierra, en
los océanos, en el cielo, en la relación con los demás seres vivientes, la
destrucción ocasionada por esta nueva barbarie -llamada productividad
tecnológica, modernismo e incluso progreso- termina con el despliegue de la
vida y de la humanidad que se habían desarrollado durante millones de años.
La
manipulación de las conciencias de las gentes -infantilizada y fascinada por
laTV y las tecnologías de la « comunicación », del teléfono celular e
Internet- permite anestesiarlas hasta tal punto que olvidan el abismo y la
muerte al que les conduce el « pensamiento único ». Es el resultado
de la ausencia de reflexión acerca de los fines y del sentido de la historia
humana.
Una
decadencia tal nos la muestran los E.E.U.U. con una imágen mortífera :
doscientos cincuenta millones de armas y doscientos cincuenta millones de
habitantes, los miles de presos hacinados en sus cárceles, los condenados a
muerte y treinta tres millones de indigentes. En el « país más
rico del mundo», un niño de cada cuatro sufre de hambre. De este magma
emerge un 1 % de ricos que dispone del 70 % de la riqueza nacional, con sus
miles de millones de deudas (más que le conjunto del Tercer Mundo), viviendo
por encima de sus recursos, con niños asesinos desde los seis años y
especuladores que trafican en los mercados, además de una panoplia militar capaz
de destruir las infraestructuras y la población de los países recalcitrantes,
haciéndoles volver atrás varios siglos.
Para eso emplean la llamada guerra « cero muerto »
(muerto norteamericano por supuesto), es decir, guerras llevadas a cabo
mediante una tecnología que no tiene equivalente en la capacidad de respuesta
del adversario, la guerra de la ametralladora contra la azagaya, como durante
las guerras coloniales del siglo XIX. Es una guerra depredadora, de cobardes,
signo de la decadencia moral de un mundo donde ha desaparecido completamente la
noción de « honor ».
La
magnitud de esta crisis exige algo más que una revolución política. Las
verdaderas y más profundas transformaciones de la historia son obras que emanan
del surgimiento de nuevas « religiones ». Sin embargo como lo
observamos hasta nuestros días, luego de haber causado una renovación radical
en el corazón y en el espíritu de las masas, todas las religiones
(particularmente
en Occidente, el judaísmo, el cristianismo y más tarde en el Cercano Oriente,
el Islam) están vinculadas y a veces integradas al poder dominante, tanto, que
lejos de producirse su renovación, ellas han contribuido al mantenimiento y
afianzamiento de éste, desencadenando enfrentamientos políticos a los que se atribuye un « aroma » espiritual.
Lo que
necesitamos es algo completamente nuevo, no una renovación de tal o cual
religión, sino la toma de consciencia de la fe como dimensión constitutiva del
hombre en su unidad, para salir de esta sórdida prehistoria depredadora en que
nos ha sumido el desarrollo de la técnica -viga maestra de la « religión
de los medios »- que nos ha hecho perder hasta el deseo de reflexionar en
la finalidad y sentido de nuestra vida y de nuestra historia común.
Es en
la cabeza y en el corazón del hombre donde comienzan las revoluciones y también
las verdaderas mutaciones de la historia. Desgraciadamente, muchos
revolucionarios tienen prisa por cambiar todo, salvo cambiar ellos mismos.
Lo que
necesitamos (Yehudi Menuhin es uno de
los que lo anunció con más lucidez) no es la proclamación de « nuevas
religiones » -cuando la esclerosis de las religiones institucionales, judías, cristianas y
musulmanas agudizan conflictos disfrazados de palabras falsamente
« piadosas »- sino la toma de conciencia de la unidad humana a través
de la unidad de la fe.
Ello
exige en primer lugar, que ninguna de las religiones « reveladas »
pretenda ser exclusiva. La trascendencia de Dios que ellas invocan, exige que
tomemos conciencia de nuestras deficiencias y provincialismo. Ningún diálogo
podrá prosperar, si cada uno proclama
desde el inicio poseer la verdad total y absoluta. Al contrario, sólo
podemos entablar el diálogo a partir del reconocimiento de que algo le falta a
cada una de nuestras religiones, lo cual les impide participar en la fe
única.
* *
¿Teníamos
que convertirnos en « ateos místicos » luego de las milenarias
traiciones de las religiones « reveladas», que abandonaron a Abraham,
Jesús o Mahoma, o continuar su combate ? El camino está sembrado de
escollos y piedras afiladas para los que se aventuran por él a pies descalzos,
y bloques de granito que sobrepasan la fuerza de un par de brazos. Este duro
camino nos lo habían trazado aquellos que no le tuvieron miedo a las rupturas,
los que habían experimentado la trascendencia vivida. Todos los mártires
gloriosos o anónimos de Africa y América Latina, los guerrilleros musulmanes de
Alpujarras, los combatientes de Cévennes, los cátaros de Montségur, María
Magdalena y el pastor Bonhoeffer. Todos ellos nos enseñaron lo que era una
verdadera confesión y conversión : aquella en la que nos jugamos la vida.
Todos, fuese cual fuese su fe, testimoniaron que Dios no era un ser ni un amo,
sino un acto y un llamado. De Monseñor de Las Casas al emir Abdel Khader, todos
reunieron en un mismo fervor, la meditación mística y las batallas cotidianas.
Supieron
vivir en tiempos borrascosos con la serenidad de aquellos que tienen fe en un
Dios que es Todo, es decir, para quien los horrores de la guerra como las
beatitudes del amor forman parte de una misma realidad.
Nuestros
héroes míticos o históricos nos mostraron « la verdad, el camino y la
vida ».
Vivir
la fe, es ser capaz de ver la realidad total y participar en todos los
combates, como el Dios Vichnú decía a
Arjuna : « Ser Uno con el Todo », tal como nos lo
enseñan los sabios del Tao. « Tú eres eso »,
cantaban a su vez los Upanisads. Es decir, que lo más profundo de uno mismo es
idéntico a las fuerzas sagradas del universo total, al que los apologistas de
la vida han llamado Dios desde hace milenios.
¡Poco
importa el nombre si uno sabe serle fiel ! Hay que nadar bajo la
tempestad hasta el agotamiento para vencer a las fuerzas del mal. Bonhoeffer
decía : « Hay que ayudar a Dios en su combate ».
Dios no
es el juez que condena nuestros errores y derrotas. Dios no es el salvavidas
inesperado que nos socorre cuando flaqueamos ante la fuerza de los más fuertes.
Después de Kant ya no es más un ser, sino un postulado.
Cuando
se ha abandonado todo, incluso aquello que consideramos lo más importante,
queda aún el llamado a seguir resistiendo.
« La
esperanza del hombre es la carne de Dios » escribió Barbusse, un escritor sin Dios. El
verdadero ateísmo no consiste en no plantearse preguntas, sino aceptar que las
cosas sean como son y que vayan como van. Pero el pecado más grave es la
desesperanza y el renunciamiento a la lucha. La fe consiste en percibir cuál es
el objetivo y en luchar por él. Este no está escrito de una vez por todas
indicando un porvenir inmutable. La fe es la responsabilidad de cada instante
-corriendo todos los riesgos- de fijarle un blanco a la flecha del tiempo. La
fe es la visión total del mundo, de su nacer incesante y sea cual sea nuestra
fuerza, debemos participar a la realización del Reino.
Cada
uno de nosotros puede recorrer este camino : un día el barrendero conocerá
la felicidad porque estará barriendo la avenida del Reino ; el político
sabrá que su objetivo no es el de complacer a sus electores sino participar a
la verdadera unidad del mundo, aquella en la que cada niño que lleva en sí el
genio de Mozart podrá llegar a ser Mozart. Ese día, todos enarbolaremos la
bandera triunfante del Reino.
Por eso
hay que cesar de observar nuestro mundillo con los ojos del ateísmo subhumano que
no ve en el pájaro otra cosa que su plumaje, en el hombre al ser que sólo
medita complots y crímenes. A una nube que pasa, el presagio
anunciador de la tormenta de invierno o del asfixiante calor estival.
Como el
« sabio » que de manera subhumana desmenuza en conceptos la realidad
o que cree que el ordenador es una suerte de « inteligencia
artificial », capaz de substituirse a la búsqueda de los fines últimos y
que nos proporciona a veces instrumentos de destrucción.
Como
aquél subhombre que pretende enseñarnos lo que es el bien y el mal, tal como se
lo han enseñado sus padres o el cura, en lugar de, a tientas, tratar de crear
la unidad del mundo, nuestro mundo, incluso si éste es pequeño.
Para
experimentar este sacudón terrestre y celeste no es necesario ir a una
sinagoga, iglesia, mezquita o a Borobudur.
El
poeta urdú Kabir (hinduísta y musulmán) escribió en el siglo XV :
«Hombre
de fe, ¿dónde me buscas ?
Yo
estoy muy cerca de ti.
No
estoy ni en el templo ni en la mezquita.
No
estoy en vuestros ritos y ni en vuestras ceremonias...
Si
me buscas verdaderamente
ya
me habrás encontrado ».
*
* *
Esta
transformación profunda de la vida puede alcanzarnos como el relámpago que cae
sobre un árbol frondoso. No se sabe de dónde viene ni qué olor tiene. Ni olor a
incienso ni a droga psicodélica. Es una llamita que a pesar nuestro, actúa en
cada uno de nosotros sin que lo sepamos.
De
repente esa llamita puede crecer y
expandirse por el mundo como el fuego en un pajar. Simplemente es nuestro
« tercer ojo » que se abre. No tenemos más que nuestros ojos para ver
las cosas. Las cosas tal cual son, sin futuro y sin pasado. Tenemos nuestros
conceptos tronzados como para fabricar jaulas, del gallinero al ordenador.
Tenemos el « tercer ojo » como lo llamaba el místico Richard de Saint
Victor. Ese ojo nos indica el sentido, el sentido de la marcha y del
crecimiento humano, el de los significados y fines. Entonces, lo que creíamos
que era el universo, crece más allá del horizonte. Para emplear una palabra
reductora : crece hasta el infinito.
Una
nueva vida comienza y no es otra cosa que la realidad plena, de la cual ya no
somos sólo espectadores sino participantes.
¿ De
quién ?
Podemos
llamarlo Dios.
El
nombre no importa, lo que importa es la realidad y nuestra vida.
Él está
aquí. No debemos prosternarnos ni arrodillarnos.
¡
Levantémonos ! ¡ De pie !
¡ En
marcha ! ¡Al combate !
[Trad. Maria Poumier]