07 octobre 2012

"El terrorismo occidental".Extraits en espagnol (1). Indice. Prefacio. Conclusion. Prologo


              


ÍNDICE

PREFACIO                                                                                          

Capítulo I            Occidente es un accidente                                    
a)   El mito de la excepción hebrea
b)  El mito del « milagro griego »
c)   El mito latino


Capítulo II            La gran ruptura : Jesús


Capítulo III           El Cristo de Pablo no es Jesús
a) Pablo, fundador del cristianismo.
    -Un judaísmo reformado.
    -Un « platonismo para el pueblo ».
b)  De San Pablo a Nicea : el nacimiento de una teología
     de la dominación.
c)   El constantinismo.


Capítulo IV            El Renacimiento, el nacimiento de las fieras


Capítulo V              Podemos vivir de otro modo


Capítulo VI             Geopolítica del siglo XX
-Un crimen que ha llegado a ser una religión : « el monoteísmo del
  mercado ».
-Un mundo dividido.
-Europa, un vasallo.
-Elogio de la corrupción.
-La droga, incienso del « monoteísmo del mercado ».
-La muerte, un juego de niños.
-E.E.U.U. « über alles ».
- ¿Por qué hablar de Dios ?
-Los desencuentros
a)   la URSS, traición a Marx.
                             -Una enfermedad del socialismo.
                                                                             
b)  La norteamericanización y el islamismo como
     enfermedad del Islam.
-Una falla de la geopolítica.

Capítulo VII              Por una política del siglo XXI
a) La alternativa a la « mundialización ».
- Soluciones concretas.
b)  Semillas de esperanza.
- La nueva « ruta de la seda » y el puente
   « intercontinental ».
-La civilización de los trópicos.


Capítulo VIII             La gran inversión
a) La educación : el hombre es un animal
     sobrenatural.
b)  El amor como trascendencia del Otro.
c)   Las artes, « historia santa » de la
     humanidad.
d)  La teología de la liberación.


Capítulo IX                 Las penúltimas preguntas y la « docta ignorancia ».
a) La creación : un alfarero sin arcilla y un rey sin reino.
b)  El mito es más verdadero que la historia.
c)   El Infierno y la Redención.
d)  La religión y la alienación de la fe.
e)   La unidad de la fe : La Trinidad.
                               

ANEXO                     « Centinela, ¿qué piensas de la noche ? - La aurora llega ».
__________________________________________________________________________
 
EL     TERRORISMO    OCCIDENTAL                     


                     ROGER GARAUDY

                    
          
                                                                                                                     
                                           
                                                          PREFACIO

Este libro fue escrito enteramente antes del 11 de septiembre de 2001. No he tenido que cambiar ni una sola coma, puesto que permite comprender la significación histórica del acontecimiento -en el marco de los tres milenios que ha durado la génesis de Occidente, con sus contradicciones internas y su frágil apogeo-, signo precursor y simbólico que da cuenta del posible cambio en su trayectoria, hasta hoy ascendente y aparentemente irreversible.
El World Trade Center y el Pentágono, fueron los blancos emblemáticos derribados luego de cincuenta años de dominación norteamericana.
Una vez que fue eliminada la barbarie precedente gracias a la derrota de Hitler, los norteamericanos quisieron mostrar a escala planetaria su nuevo poder de destrucción, con el fin de disuadir a cualquier rival que tuviese la intención de disputarles la hegemonía mundial.
El 6 de agosto de 1945, el presidente Truman, dió la orden de lanzar sobre Hiroshima una bomba atómica de una potencia equivalente a 2 500 toneladas de explosivos clásicos. La bomba causó la muerte instantánea de 80 000 personas y 100 000 « heridos », es decir irradiados y condenados a muerte (cáncer o leucemia), ya que a 4 kilómetros del punto de impacto, había carne humana que había sido lanzada hasta ahi por el bombardeo de neutrones y rayos gama.
El 9 de agosto de 1945 otra bomba del mismo tipo fue lanzada sobre la ciudad de Nagasaki, aumentando el número de víctimas (comprendida Hiroshima) a 200 000.
Tales crímenes contra la humanidad no podían repetirse sin suscitar una vasta reprobación mundial.
Hiroshima inauguró entonces, cincuenta años de « Pax Americana », marcada desde Guatemala a Vietnam, pasando por Nicaragua, Iraq, Yugoslavia y Afganistán, por bombardeos « humanitarios » e intervenciones « democráticas », que trataron de imponer a esos pueblos, dirigentes que contaban con el visto bueno de Washington.   
Al día siguiente del ataque al World Trade Center y el Pentágono, la Casa Blanca hizo pública su versión : se trataba de un episodio de la guerra de Afganistán. Bin Laden había organizado una red terrorista con piratas aéreos afganos y musulmanes de todos los países -incluso algunos emigrantes que se habían establecido en Europa y Estados Unidos- decididos a llevar la « guerra santa » al territorio estadounidense. Para ello se apoderaron de cuatro aviones de líneas comerciales, que fueron utilizados como misiles, destruyendo el WTC en Nueva York y el Pentágono en Washington.
Esta versión de los hechos permitía justificar ante la opinión pública la interminable cacería de Bin Laden, e intensificar los bombardeos aéreos sobre Afganistán.
También permitió movilizar el odio de los norteamericanos contra el Islam, confundiéndolo voluntariamente con el islamismo.
Luego del hundimiento de la URSS, « el Imperio del Mal » según  Ronald Reagan, los dirigentes estadounidenses encontraron un nuevo espantapájaros : el Islam, proclamado a su vez  « Imperio del Mal ». La extensión del Islam en el mundo, como antaño el comunismo, proporcionó a los E.E.U.U. el pretexto para intervenir en todos los puntos del planeta. Ello justifica intervenciones no sólo en el Cercano Oriente, así como en África y Asia, tal como lo habían hecho en 1965 en Indonesia, donde organizaron el golpe de estado de Suharto, que masacró 800 000 personas.
Pero la versión Bin Laden es absolutamente insostenible, incluso técnicamente, como lo han mostrado en el curso de un debate riguroso, 200 pilotos de líneas aéreas civiles y algunos pilotos militares norteamericanos.
« 1° Una operación de esta envergadura y de tal precisión podía ser llevada a cabo únicamente por pilotos profesionales altamente calificados, capaces de seguir una trayectoria tan rigurosa a una velocidad de 1 Mach (1 000 kilómetros por hora) y golpear con precisión un objetivo, que a una altitud normal de vuelo, ¡ tiene la talla de un lápiz ! 
2° Una operación tan perfectamente realizada supone un conocimiento de los reglamentos, prohibiciones y códigos secretos, puesto que se trata de un espacio aéreo donde cada metro está vigilado por la seguridad militar y la CIA.
3° Ninguno de los servicios de seguridad intervino durante el ataque : los cazas que están en estado de alerta constante, preparados para un despegue inmediato y que pueden derribar a todo avión sospechoso que sobrevuele el distrito de Columbia, no recibieron ninguna orden.
4° En el marco de los estudios realizados por los norteamericanos para combatir secuestros de aviones, los E.E.U.U. disponen de un sistema que permite paralizar el plan de vuelo del aparato en cuestión y de teledirigirlo, sea para derribarlo o para imponerle otra trayectoria. »
 No había entonces necesidad de ningún piloto ni « pirata » para ocupar su lugar en el momento del impacto.
Todo estaba sincronizado, o como dice el informe, « coreografiado », teledirigido, desde un avión Awacs.
La conclusión de los pilotos es clara : todo eso implica complicidades a alto nivel en el gobierno, el ejército y los servicios de seguridad. Estamos frente a un caso de Alta Traición, ante una conspiración.
No es la primera vez que la CIA, militares de alto rango y dirigentes políticos, organizan una provocación para imponer a sus conciudadanos la idea de la necesidad de una guerra a ultranza.
En Cuba, luego del fallido desembarco de Bahía Cochinos, los jefes del ejército y de la CIA, quienes consideraban demasiado « blanda » la política de Kennedy frente a Fidel Castro, le propusieron organizar provocaciones en Guantánamo, con manifestaciones y sabotajes, proponiéndole incluso hundir un navío de guerra estadounidense en la rada. Ese fue el pretexto que utilizaron en 1898, para declararle la guerra a España.
No es entonces la primera vez. Pero en esta oportunidad la operación utilizaba nuevos elementos. Para realizar un gran golpe, era necesario que los conspiradores actuaran « desde adentro » y que la conspiración interna fuese camuflada y atribuída a « terroristas islámicos », con el fin de soliviantar a la opinión pública. Esta parte de la tarea fue fácil, puesto que desde los años ochenta la CIA había establecido contactos con sectores extremistas « islamistas », para organizar la « guerra santa » contra el Imperio del Mal,  la URSS. 
Los E.E.U.U. apoyaban en la época la lucha de su aliado Bin Laden, contra el « enemigo de Dios ».
Los conspiradores norteamericanos fabricaron un montaje. Una demostración espectacular para mostrar el peligro que corrían los E.E.U.U., y por lo tanto, la necesidad de desplegar una energía mayor en una guerra más ofensiva de carácter planetario, como aquella entablada antaño contra la URSS.
Para estos efectos, persuadieron  a los talibanes que tenían que entrar en guerra contra otro enemigo de Dios : los E.E.U.U.,  con los mismos pretextos religiosos utilizados contra la URSS.
Los kamikazes estaban dispuestos a dar sus vidas, « dando un gran golpe » contra este nuevo enemigo.
Para ellos,  el combate era el mismo.
No se les pidió a los kamikazes « desviar los aparatos ». Era inútil, porque los aviones serían teledirigidos.
El informe de los pilotos dice : « una vez que los candidatos islamistas entraron en los aviones, el golpe estaba asegurado ».Creían en la operación, sin saber que tenían el papel de comparsas en el plan de los conspiradores, para quienes lo esencial era hallar entre los cadáveres, aquellos de los « islamistas ». El FBI agregó como « pruebas » descubiertas en los escombros, manuales con cursos de pilotaje en árabe, varios ejemplares del Corán e incluso pasaportes.
Los medios de comunicación hicieron el resto.
La coyuntura económica, política y militar era propicia para un golpe de estado. (1)
Los despidos se multiplicaban y los índices de la actividad económica estaban a su nivel más bajo desde 1962.
La baja de la tasa de interés decidida por el Banco Federal y aplicada nueve veces desde inicios del año 2000 para estimular la inversión, como la baja de impuestos decretada para favorecer el consumo, no lograban contener la recesión. Desde hacía 13 años que los créditos urgentes destinados a los bancos no se encontraban en un nivel tan bajo.
La inquietud hizo presa de las verdaderas fuerzas públicas de los E.E.U.U., es decir, los grandes lobbies industriales y financieros, bancos, compañías petroleras, fabricantes de aviones como Boeing y Lockhead y las industrias de armamento. Junto al  lobby militar quisieron entonces darle una nueva orientación a la política norteamericana.
El lobby militar e industrial no olvidó que la guerra de Corea -luego de la euforia financiera causada por la Segunda Guerra Mundial- suscitó un « auge económico » que le evitó a los E.E.U.U. su primera crisis de post guerra.
Sólo una guerra de esta envergadura les permitiría sobrepasar las dificultades existentes.
Los conspiradores exigieron que el presidente George Bush junior, adoptara una actitud tan eficazmente agresiva como la del presidente Reagan.
Lo lograron ampliamente. Bush cambió de rumbo y lenguaje. En febrero de 2002 le lanzó un ultimátum a Iraq, Irán y Corea del Norte.    
Desde el mes de octubre del año 2001, había hablado de una « verdadera cruzada », inspirándose en el guión “El Choque de Civilizaciones”, de Huntington. Según este autor, la civilización occidental judeo-cristiana estaría amenazada por la « colusión confuciano-islámica », designando con este lenguaje, a Irán y China, como los enemigos principales.


1. Ver las estadísticas en el capítulo VII.





.Los E.E.U.U. encontraban cada vez  más resistencia y cada vez menos aliados en su tentativa de « mundialización », es decir, de colonización a escala planetaria en beneficio de un único
centro colonial. Lo que había provocado por otra parte, la siguiente acotación del periodista inglés Wallaby : « La descolonización creó un vacío que sólo un Imperio puede colmar ».  
Esta oposición a la mundialización se expresó con fuerza con ocasión de las manifestaciones de Seattle, por ejemplo, en la cual el dirigente campesino francés, José Bové, logró movilizar a los agricultores norteamericanos. Esto es tanto más sorprendente, cuando se constata que sus intereses no están exentos de contradicciones.
En Génova, los cautos oligarcas de la Organización Mundial de Comercio, previeron realizar su reunión en un buque para evitar la ira de los manifestantes. Luego decidieron que el próximo « Davos » se realizaría en Nueva York.
Ante tales dificultades, la política llevada a cabo por Bush junior, no aportaba ninguna solución. Durante la campaña electoral y esbozando algunas ideas, había hablado de « escudos antimisiles », de liberarse de los « compromisos contraídos » en el Cercano Oriente, es decir, un lenguaje que para algunos olía a « aislacionismo ».
El aislamiento internacional de los E.E.U.U. apareció con más fuerza todavía en la conferencia de Durban, en África del Sur, en la cual, con Israel, fueron acusados con virulencia.
La Conferencia, al igual que la Asamblea General de las Naciones Unidas, recordó que se trataba de un estado racista y los E.E.U.U. después exigieron que esta decisión fuera  anulada.(1)  
Los delegados africanos puntualizaron además, que el derecho internacional había reconocido desde el proceso de los dirigentes nazis en Nuremberg, que los « crímenes contra la humanidad » eran imprescriptibles. Es por eso que los africanos, víctimas del más terrible crimen contra la humanidad -la esclavitud- alegaron que tenían derecho a exigir reparaciones por parte de los países que la habían practicado : Europa y los E.E.U.U.  
     











1. E.E.U.U.  aprovechó el conflicto entre Iraq y Kuwait  y la consiguiente primera guerra del Golfo, para hacer pasar en la ONU, poco después de la Conferencia de Madrid  (1991) sobre el Cercano Oriente, un texto que abrogó la decisión de 1975 de la Asamblea General, en el que se declaraba que el  sionismo era una forma de racismo. N.d.T. 
                                                
                                           

                                                   C O N C L U S I Ó N
Bush en un primer momento presentó su acción como una « cruzada », queriendo reunir alrededor de los E.E.U.U., a todos los dirigentes de las antiguas potencias colonialistas de Europa.
Pero el término « cruzada » impedía que ésta se ampliara a los países musulmanes, propietarios éstos, de importantes reservas de petróleo, necesarias para los E.E.U.U.
Bush cambió de vocabulario y la expansión norteamericana adoptó el nombre de « guerra contra el terrorismo », con el fin de que todos los gobiernos pudieran reprimir a los opositores. Ello tuvo como resultado la intensificación de la represión, designándola desde entonces con el nombre de « lucha contra el terrorismo ».
Esto permitía además denunciar como « cómplices del terrorismo », a todos los estados que rehusaran formar parte de la coalición.
Tony Blair, el primero de los presidentes « sometidos », dió la señal al hacer aprobar leyes represivas « antiterroristas ». La ley « antiterrorista » británica estipula que desde ahora se podrá detener a cualquier extranjero por simple petición de un ministro y que dicho extranjero no podrá conocer los cargos que se le imputan. El artículo 109  permite a los ministros pasar por encima de la ley e informar únicamente al Parlamento. Los siglos de tradición y de resistencia contra la arbitrariedad que consagró el « habeas corpus », (1) fueron barridos en unas horas.
Los demás vasallos europeos siguieron el ejemplo, completando la alienación de la soberanía prevista por el tratado de Maastricht y procedieron a la centralización de la justicia en una « Eurojust », luego de haber coordinado y centralizado a las policías del continente en « Europol. »
A comienzos del año 2002, una conferencia de juristas « europeos » en Nuremberg, trazó las grandes líneas de este proyecto, según el cual, cualquier ciudadano europeo podrá ser detenido y juzgado en su país, con arreglo a leyes extranjeras.
Una vez más aparece claro, según la propia expresión del  Tratado de Maastricht que « Europa no puede ser otra cosa que el pilar europeo de la Alianza Atlántica ». El artículo 5 de la OTAN alienaba ya nuestra independencia militar y nos encadenaba a todas las agresiones norteamericanas : así fue para la guerra del Golfo, contra Yugoslavia, Somalía y Afganistán.
Las órdenes de Bush que imponen la alianza « antiterrorista », implican una creciente subordinación a la política exterior norteamericana.
Bush profirió amenazas contra los estados que rehusaron plegarse a esta política de dominación mundial y denunció a Iraq, Irán y Corea del Norte como « estados terroristas ».
Algunos meses más tarde, dió un paso más en la senda de este chantaje demencial, amenazándolos con ataques atómicos.





1. El Habeas Corpus data de 1679 y le valió al Reino Unido la reputación de “tierra de libertades”. El texto precisa :
« el oficial deberá, tres días más tarde...entregar o hacer entregar al prisionero o detenido en persona, al Lord Canciller o al Lord guardián del Gran Sello de Inglaterra...debiendo entonces dar a conocer exactamente las causas verdaderas de la detención o prisión. (...) N.d.T.




Para luchar contra esta nueva barbarie, es necesario tomar conciencia sobre cuál es el « enemigo principal », puesto que nos encontramos en una situación algo parecida a aquella que sufrimos bajo la ocupación alemana. Las nociones de « izquierda » y « derecha » -que tuvieron una significación profunda durante los siglos XIX y XX- se han transformado ahora en la disyuntiva : colaboración o resistencia.    
No porque las contradicciones de clase hayan perdido importancia, sino porque la sumisión de Francia a una potencia extranjera ha hecho inseparable la lucha social de la lucha
nacional. La economía francesa está sometida a intereses extranjeros y las grandes empresas están indisociablemente ligadas a los grandes consorcios internacionales que han invertido inmensos capitales.
Como ayer, cuando el combate de los resistentes estaba indisolublemente ligado a la lucha contra la subordinación de nuestra economía y política a la voluntad del ocupante, una lucha coherente contra el desempleo, la desigualdad, las deslocalizaciones, las quiebras fraudulentas, no puede ser llevado a buen término, sin un combate contra las instituciones y las fuerzas económicas norteamericanas.
Europa no es más que un relevo de la dominación norteamericana. Europa es hoy, norteamericana.
 Conviene entonces romper todo lazo con las instituciones internacionales, instrumentos de dominación norteamericanos : la OTAN, el FMI, Europol, Eurojust, etc. Es allí donde se decide el 70 % de las leyes « francesas ».
No se trata de aislarnos, sino al contrario, liberarnos de lo que nos impide establecer relaciones fecundas, independientes, con los países del Tercer Mundo, como nosotros,  amenazados por una « mundialización », que no es una mundialización « sinfónica », que recoge el aporte de todas las civilizaciones y culturas -iguales en derecho- sino una mundialización « imperial », una nueva forma de colonialismo al servicio de una metrópolis única.
Así aparece el sentido que tiene el 11 de septiembre. No es la expresión del enfrentamiento entre Islam y cristianismo, ni entre Oriente y Occidente, tal como los conspiradores quisieran reducir el siglo XXI , al guión establecido por Huntington.
Es en el estallido de las contradicciones internas del Occidente capitalista y colonizador,
-que emplea nuevos métodos para preservar su supervivencia- donde hay que buscar el sentido profundo del 11 de septiembre de 2001.





                                                        
                                                       P R Ó L O G O


Para prevenir al lector e informarle acerca del ángulo de visión y del índice de refracción
de la mirada del autor, sobre los acontecimientos de su siglo, su génésis y su porvenir.

                                                             ***

Mi vida está hecha de rupturas. No lamento ninguna de ellas. Porque ninguna fue la negación de la precedente, sino la superación de un límite.
Mi familia me educó en un ateísmo que me liberó de las concepciones antropomórficas de Dios  y me preservó de toda religión tribal, aquellas que pretenden tener el monopolio de lo absoluto y nos imponen mitos, ritos y dogmas, como si tuvieran un valor universal, como si fuesen propiedad de un pueblo elegido.
La frontera de mi ateísmo era la razón hermética, es decir, inconsciente de sus postulados y de sus límites.
Cuando tomé conciencia que estos límites eran la cultura y la filosofía que me habían enseñado en la escuela, tuve la necesidad de escapar de esa prisión cientista. Gracias a Kierkegaard, a quien  descubrí gracias a algunas amistades protestantes, me dí cuenta que existían más allá de nuestra pequeña lógica y moral, sacrificios parecidos a los de Abraham, aparentemente dementes, puesto que rompían con todas las normas de la tribu.
Pude entonces franquear otra brecha, tal vez la más grande abierta en la historia de los hombres y de los dioses : Jesús. Con Él, la ruptura, la superación y la trascendencia no estaban contaminadas por nuestra mezquina visión espacial de la exterioridad.
Lo que antes de Él se llamaba Dios, estaba fuera de nosotros, sobre nosotros, como lo enseñaba la cosmología infantil, que nos mostraba una tierra plana desde la cual se « subía » al cielo y se « descendía » al infierno.
Ese Dios estaba representado por la omnipotencia de un monarca que programaba « desde arriba » el destino terrenal de los hombres y de sus imperios, como el artesano que modela una jarra o una estatua de arcilla.      
Jesús rompió con esta « ley » supuestamente divina, que se abatía sobre la pobre humanidad, a la que se le obligaba obedecer y aceptar los decretos « del alto cielo ». Jesús violó todos los tabúes y mandamientos. Dió un ejemplo de responsabilidad y de amor, escogiendo darse a los más pobres, a los desposeídos, no para « ayudarles » con el paternalismo del rico que se « inclina » impactado por su miseria, sino que para vivir y morir con ellos, como ellos.
Su muerte fue un llamado imperativo a nuestra propia resurrección, instándonos a rehusar una vida que tuviese como único objetivo la satisfacción de nuestros pequeños deseos y de nuestras pequeñas ambiciones, que nos lleva a inclinarnos ante la voluntad de los « grandes », los eternos dispensadores de riqueza y honores para súbditos dóciles.
Con Jesús liberador,  alcanzamos la estatura de hombres, capaces de responsabilidad  y amor.
Lo que hasta entonces se había llamado Dios, ya no fue más un ser ni un amo, sino que un llamado.
Este llamamiento al acto creador y liberador fue la avalancha torrencial de una movilización  por una vida más plena, por la plenitud de la vida, sobrepasando todos los objetivos que hasta entonces considerábamos como los únicos posibles.
La fe, es la respuesta sin reticencias a este llamamiento y la fuerza que nos ha sido entregada para participar en esta marejada.
No como la orden que un señor da a su esclavo, sino como el ejemplo contagioso de un hermano destinado a continuar y engrandecer la obra del Padre.
Debemos, con todos los riesgos que esto implica, escoger la vía. Para mí, el camino fue el de la militancia.
Con Jesús en el corazón devine marxista, considerando que Marx  había elaborado para un siglo determinado, leyes de desarrollo que permitirían al hombre alcanzar no un « fin de la historia », sino salir de la prehistoria, en la cual la riqueza y el poderío de unos se basan en la miseria y la dependencia de muchos.
Nunca he lamentado haber tomado esa opción, porque continúo pensando que sin el método de análisis empleado por Marx, no es posible comprender hoy en día la división del mundo, entre el colonialismo unificado existente desde la última guerra -coalición formada por los antiguos y nuevos colonialistas-  y la creciente fractura entre los que tienen y los que no tienen.  
Una vez más escogí mi campo contra la ideología dominante de los dominantes. Escogí el Islam, la ideología dominante de los dominados, no para compartir las nostalgias del pasado o la imitación de Occidente, sino como una manera de tomar partido y seguir el ejemplo de la teología de la liberación. Ésta nació en América Latina, en Africa, en Asia, allí donde los seres humanos mueren de miseria al ritmo de un Hirohsima cada dos días, debido al « modelo de crecimiento » occidental, que sigue agravando su « subdesarrollo », corolario de la dependencia.
La unidad del mundo y no la unidad imperial de una hipócrita mundialización, sino la unidad sinfónica de todos los pueblos, de todas las comunidades, es el único templo digno de ser llamado templo de Dios. Nuestra primera tarea de hombres de fe, es la de ser sus contructores.    
El fracaso provisorio de la gran esperanza de los excluidos -el socialismo- vino de aquellos que traicionando el pensamiento de Marx, no comprendieron  que una verdadera revolución necesita más trascendencia que determinismo. Ese determinismo que los devotos llaman « Providencia »,  es llamado  « mano invisible por los  amos del « pensamiento único » con Adam Smith a la cabeza ; « progreso » por los ordenántropos, o « materialismo dialéctico » por aquellos que han empobrecido el marxismo de Marx.
Tal ha sido la historia de mis rupturas que la secta del « pensamiento único » llama la historia de mis variaciones.     
Sólo la muerte interrumpirá su desarrollo.
Y la acogeré con el mismo fervor, porque el hombre no vive para morir. El hombre muere para vivir, con la alegre certeza que otros hombres tomarán el relevo y la antorcha.

a)  El navío « Tierra » se está hundiendo.

Después de cinco siglos de colonialismo occidental y cincuenta años de dominación imperial norteamericana, las desigualdades no cesan de aumentar. Millones de hambrientos, de parados y excluidos están en las calas a babor, mientras que a estribor se encuentran lujosas cabinas y principescas «  suites », desde donde se puede conocer vía Internet, las variaciones de las Bolsas del mundo, esas incubadoras de la especulación.     
El mundo está dividido entre el Norte y el Sur, entre « los que tienen y los que no tienen ».
¿Cómo escapar del naufragio ?
El objeto de este libro es de tratar de hacer escuchar los crujidos y los gritos de los náufragos para  plantear el problema y resolverlo.
La solución no es únicamente económica , aunque la máxima urgencia sea la disminución de las desigualdades.
La solución no es únicamente política, aun cuando el mundo actual pertenezca a aquellos que nos ayudaron en dos oportunidades a obtener la victoria -en 1917 y en 1944- y que acumularon la mitad de la riqueza planetaria desde 1945, sobre las ruinas de una Europa exsangüe y avasallada.
La solución es más profunda, puesto que el navío Tierra boga sin timón y no sabe dónde va, conducido por un timonel borracho corroído por la corrupción. El problema fundamental es el desprecio por toda finalidad humana. Por ello, la única cuestión que permitirá resolver todas las demás, es aquella de la finalidad.
Ahí está el secreto de la salvación, puesto que nuestras religiones -las que se enseñan en las escuelas y en los medios de comunicación- no se plantean jamás la pregunta del « ¿ Por qué ? ».
Por eso es que nos estamos muriendo.
Esa pregunta no la contestará ningún ordenador (un maravilloso proveedor de medios), sino los corazones y las cabezas de los hombres.
A esta fe que nos interpela  se la puede llamar Dios o de otra manera. Poco importa lo que nuestra religión diga : soy cristiano, musulmán o ateo. Lo que importa es lo que esta fe hace de nuestra vida.
Ya que la religión es una manera de pensar o de creer. La fe, una manera de actuar.
Busquemos juntos.


b)  Un combate a Contranoche

El objetivo principal, incluso único, de este testamento furioso, desordenado, sembrado de repeticiones obsesivas, pero desbordante de esperanza, donde se entremezclan  a veces poemas con análisis sociológicos, meditaciones sobre Dios con refranes siempre constantes sobre las matanzas que causa el hambre y que cuestan al mundo un «Hiroshima cada dos días », es mostrar que esta tragedia, la división del mundo, es la consecuencia del “ modelo de crecimiento” de Occidente. Más allá de la deriva occidental representada por cinco siglos de « modernidad » y cincuenta años de hegemonía de EEUU, vanguardia descerebrada pero todopoderosa, de la decadencia en el transcurso del siglo que se inica ¿ cómo podrá el hombre, so pena de un suicidio planetario, retomar el destino en sus manos ?        

                                                                *
                                                           *         *

El centro y motor de mi pensamiento filosófico es la búsqueda y elaboración de una filosofía del Acto, opuesta a la tradicional metafísica occidental del Ser.
De ahí proviene mi crítica sistemática a la filosofía griega, que de Parménides a Aristóteles pasando por Platón, siempre postuló, por encima de las apariencias sensibles y del devenir, la existencia de un substrato exterior inmutable.
Nunca he cesado de cuestionar esta exterioridad y esta inmutabilidad, desde mis reflexiones de estudiante, gracias a la primera « Acción » de Maurice Blondel (que la Iglesia condenó por « inmanentista » y prohibió publicar), hasta la crítica fundamental de Nietzsche sobre esta exterioridad e inmutabilidad del ser  y del deber ser, que constituyen el principio de toda  moral, de la política y de la teología de la dominación.
Puesto que si este Ser existe fuera de nosotros y sin nosotros en su trascendencia intocable,
es necesariamente la norma, la ley de nuestra existencia y acción. Es nuestro destino.
Jesús realizó la mayor ruptura en la historia de la humanidad, precisamente porque hasta entonces, los hombres concebían a los dioses como soberanos todopoderosos dirigiendo desde fuera y desde arriba el destino de los hombres, para castigarlos o recompensarlos en función de su obediencia y sumisión a los decretos divinos, tratárase de Zeus, Júpiter o Jehová (dios de los ejércitos y de las matanzas).
Con Jesús por el contrario -pobre y que muerto trágicamente-, el hombre pudo concebir y vivir una forma de trascendencia que ya no fue exterior ni dominadora. Esta se identificaba con la vida cotidiana de los hombres, con sus derrotas y sus esperanzas, y sobretodo, con la responsabilidad total que desde entonces tuvieron : la de realizar el reino divino. Jesús desfatalizó a la historia. Su « resurrección » no es un problema biológico que se habría producido como un « milagro » realizado por un ser « todopoderoso ». La Resurrección ocurre todos los días, Jesús se  levanta vivo, vivo hasta en la vida de aquellos que se creían perdidos. La Resurreción produce en ellos la metamorfósis de una vida significativa y radicalmente nueva.
Este reino « ya » está aquí, en cada hombre en quien nace la exigencia de no contentarse con lo que es y con lo que él es ; él, « todavía no es », porque esta exigencia no está aún «toda en nosotros ». 
De ahí  que en 1933, en la primera etapa de mi reflexión -en el momento que se producía  una de las crisis más profundas de nuestra historia, crisis que había comenzado en 1929 en los EEUU, alcanzando luego a todo el mundo y manifestándose en Europa con la llegada de Hitler al poder-, me negué a ver en la filosofía una carrera liberal más y consideré que era mi obligación buscar en ella una respuesta que le diera sentido a mi vida y a nuestra historia común, como una manera de superar el caos.
El problema era indivisiblemente político y religioso. Religioso, porque había que jugarse la vida y  decidir sobre la cuestión de la finalidad última. Político, porque no sólo estaba en juego nuestra salvación personal, sino que también el de la comunidad humana. Se trataba de un « imperativo categórico » : asumir su lugar en el combate, elegir su campo y definir una metodología de la iniciativa histórica que nos diera los medios de superar las contradicciones del caos.   
Lo que me pareció más urgente en esta primera etapa de mi camino de acuerdo a la cultura filosófica de mis veinte años, fue vivir en un todo a Kierkegaard y Carlos Marx . Kierkegaard, debido a que en sus meditaciones en Temor y temblor, sobre el sacrificio de Abraham, sugiere que por encima de nuestras pequeñas lógicas y pequeñas morales transitorias, pueden surgir exigencias incondicionales. Allí encontré el antídoto al irrisorio individualismo que hace de cada uno de nosotros el centro y la medida de todo y nos conduce a un enfrentamiento permanente, tanto entre los individuos como entre las naciones, entre la voluntad de crecimiento y la voluntad de poder. Descubrí la necesidad viviente de « valores absolutos » no fuera de mí mismo, en el cielo, en las estrellas y sus falsos dioses, sino que éstos valores nacían de una necesidad irrecusable : la de un postulado fundamental y primigenio, el único que podía darle coherencia y eficacia a mi vida y a mi acción, esto es, la participación en un movimiento histórico real.
En Marx, al que leía en ese entonces con una pasión únicamente intelectual, no encontré una nueva « concepción del mundo » ni una nueva concepción religiosa, ni metafísica ni positivista. En Marx encontré una exigencia, la de no pretender resolver solo y únicamente con ideas, los problemas nacidos del desorden mundial, y entonces me uní a la fuerza que resistía al caos, militando en ella, corriendo el riesgo de compartir el maniqueísmo, con sus errores, sus excesos y tal vez sus crímenes, en un mundo donde el crimen era universal.
Así fue como me convertí en militante durante cuarenta años de un partido que reivindicaba como propio el método de Marx y que la situación histórica verificaba plenamente. Combatí a los amos del mundo que habían sojuzgado a Europa, desde München a la Resistencia. Consideré que era el partido menos malo de todos, porque bueno no había ninguno.
Vivir en una sola vida a Marx y a Kierkegaard era sin duda un problema de la época, ya que alguna vez le escuché decir al propio Sartre que esa era su ambición. Es cierto que habíamos sacado conclusiones diametralmente opuestas. Sartre, partiendo del dramático cara a cara entre la subjetividad y la trascendencia, trató intelectualmente de adherir a un marxismo teorizado por él mismo, en el que veía « la filosofía insuperable de nuestro tiempo ». Tomó en general una posición humana ante grandes situaciones inhumanas de nuestro tiempo. En favor de la resistencia y contra la guerra de Argelia, pero sin que esta posición puramente intelectual, lo llevara a compromisos más allá que los contraídos con grupúsculos en los cuales proyectaba sus fantasmas teóricos.
Mi camino fue rigurosamente opuesto. Lo que me pareció primordial fue la encarnación.  Con la cabeza no se transforma el mundo, y tenemos que mancharnos las manos con los inevitables combates que lo desgarran. Uno no puede « sentarse en el techo », no puede contentarse con « proclamar el bien », sino que debe tomar partido por el mal menor, igual que en la época de Jesús, al lado de « los que no tienen », junto a los pobres.
Al menos debemos empecinarnos en abrir entre los combatientes, una brecha de cierta trascendencia, como lo han intentado en nuestra época experiencias militantes profundamente humanas y divinas, las de los « curas obreros » y aquella emprendida por los « teólogos de la liberación », que tratan de reconciliar la historia con la trascendencia.
No sé si mi apuesta inicial la gané, pero no lamento haberla mantenido durante cuarenta años en un partido en el cual llegué a ser uno de sus dirigentes. Yo no renuncié. Fui expulsado en 1970 por haber afirmado que « la Unión Soviética no podía ser considerada como un país socialista ».
El balance de esos cuarenta años de fidelidad no me parece negativo.
En primer lugar por el recuerdo siempre presente en el plano teórico -y siguiendo el sentido del pensamiento de Marx- que no se podía definir el marxismo como una suerte de determinismo económico. Por el contrario, es el capitalismo y su consiguiente alienación del hombre, el que ha hecho de la economía el motor de la historia, abandonando al mercado la regulación de todas las relaciones sociales. El determinismo (no el determinismo sectorial de las ciencias, sino la extrapolación  de un determinismo total, totalitario) no puede fundar más que una política conservadora, puesto que si el porvenir está contenido en el presente y puede deducirse de él, ninguna irrupción de algo nuevo, ninguna ruptura, ninguna revolución es posible.
Contra viento y marea, nunca dejé de proclamar, que la revolución tiene más necesidad de trascendencia que de determinismo.             
Fue al interior del partido una lucha permanente contra toda interpretación « positivista » de la noción de « socialismo científico ». El socialismo puede ser « científico » en sus medios, en el análisis de la economía capitalista (ya que no hay otra  « ciencia económica » que la del hombre alienado por el sistema), en la estrategia correspondiente a este análisis, pero a condición de no hacer nunca abstracción como lo señalaba Marx, de la posibilidad permanente de romper con la alienación, por más profunda que ésta sea.
Es esto lo que me llevó a la crítica radical del « neopositivismo » marxista, incluso cuando este tomó con Althusser y sus discípulos la forma « estructuralista » : « El hombre es una marioneta puesta en escena por las estructuras ». El estructuralismo de Althusser posponía por décadas el momento de la « ruptura epistemológica », permitiendo pasar a Marx, de la « ideología » a la « ciencia ».
En el plano exterior, mi esfuerzo constante por incluir plenamente el momento de la trascendencia en el marxismo me permitió -cuando creé y dirigí el « Centro de Estudios y de Investigaciones Marxistas »- organizar a nivel del Occidente cristiano (de Italia a  Alemania, Canadá y EEUU), el diálogo entre cristianos y marxistas. Aprendí  mucho de esta fecundación recíproca, de los grandes teológos franceses como el padre Chenu y el padre Dubarle ; en Alemania, de católicos como Karl Rahner, o de protestantes como Jurgen Moltman ; en Italia de los padres Balducci y Girardi ; en Checoslovaquia del pastor Hromadka ; en Inglaterra del obispo Robinson ; en EEUU de los padre Courtney Murray y Quentin Lauer y del extraño Harvey Cox ; en España del canónigo González Ruiz, del padre Caffarena y de Ramón Panikkar.      
En Salzburgo durante el apogeo de este diálogo, el padre Rahner (s.j.), uno de los más importantes expertos del Concilio, planteó la pregunta última contestando a una interpelación mía. Yo le había recordado que Marx, al aportar la metodología de la iniciativa histórica (el problema del orden de los medios), había definido en primer lugar el socialismo por sus fines, esto es, crear para cada niño portador del genio de Rafael o de Mozart, las condiciones económicas, políticas y culturales que le permitan realizar todas sus posibilidades. El padre Rahner aportó la respuesta a nuestra búsqueda común, mostrándome (luego lo escribió en su Prefacio a la traducción alemana e inglesa de mi libro « Del Anatema al diálogo. Un Marxista se dirige al Concilio ») que Marx, como yo mismo intentaba hacerlo en ese diálogo, definía sólo los « fines penúltimos » y en cambio el cristianismo era « la religión del porvenir absoluto ».
Yo acepté encantado su tesis, agregando : trabajemos juntos, cristianos y marxistas, para alcanzar estos « fines penúltimos ». Y si nosotros, marxistas, tenemos la tentación de creer que hemos alcanzado « el fin de la historia », entonces estaríamos felices de encontrar a los cristianos a nuestro lado para que nos dijeran : hay que ir más lejos en la creación. Pero, por favor, ¡ no lo digáis demasiado pronto como para apartarnos hacia evasiones piadosas y dejar la actividad militante !
Me pareció que juntos habíamos alcanzado el objetivo espiritual que nos habíamos fijado, pero quedaba todavía muchopor hacer, para poner en marcha a nuestras respectivas comunidades en pos de ese objetivo. 
Desde entonces, el retroceso de la Iglesia católica en relación a la maravillosa apertura iniciada por el Concilio Vaticano II, la involución de los partidos comunistas, la implosión de la URSS y la división creciente del mundo entre el Norte y el Sur, entre « aquellos que tienen » y los « que no tienen », el triunfo provisorio del « monoteísmo del mercado », el triunfo de los ricos y el aplastamiento de la millones de pobres, muestran el inmenso camino que queda por recorrer para poder encarnar las verdades que juntos habíamos vislumbrado.
 Por mi parte, considerando las consecuencias de los resultados positivos obtenidos en el plano de la clarificación teórica de los problemas, pero midiendo también la magnitud de los peligros de un mundo dividido entre el Norte y el Sur, propuse en 1974, al Consejo Ecuménico de las Iglesias (en presencia de observadores del Vaticano, un obispo húngaro y el padre Cottier) extender nuestro díalogo, puesto que cristianos y marxistas tenemos las mismas referencias culturales judeocristianas y grecorromanas. Propuse pasar del diálogo entre cristianos y marxistas, a un « diálogo universal de civilizaciones », con Asia, Africa y Amerindia.
El proyecto fue recibido un poco fríamente porque yo definí el diálogo como un intercambio en el cual cada dialogante, debía estar convencido desde el comienzo que tenía algo que aprender del otro, es decir, que estaba dispuesto a reconocer que algo le podía faltar a su propia verdad y que estaba por lo tanto dispuesto a cuestionarse.
La idea que pudiera haber « algo que faltaba » en lo que se proclamaba desde hacía siglos como « catolicidad », como universalidad plena, no le gustó a los representantes católicos.(Debo decir que más tarde encontré las mismas reticencias en los « ulemas » musulmanes por razones análogas, es decir, la pretensión de poseer la verdad absoluta).
Por los dos lados me enfrentaba una vez más a una filosofía del Ser, un patrón absoluto de la realidad y del bien, una creación y un orden establecidos de una vez por todas. Si este Ser y su orden habían sido deseados por Dios, era entonces un sacrilegio pretender transformarlo. Si existía una revelación o una profecía última, era sacrílego también concebir una renovación o innovación.
Los tabúes dogmáticos, nacidos de la proyección del Ser fuera de nosotros, impedían concebir, a pesar de lo dicho por Jesús y en el Corán, que Dios está siempre en plena tarea, que la creación es contínua e inacabada y que cada uno de nosotros, colaborador del Dios Único -que « está en él », sin ser « de él »- es personalmente responsable y debe responder ante esta exigencia divina. Debí entonces proseguir la búsqueda de un diálogo más vasto sin mis habituales socios marxistas y cristianos.
Pero me invadió un sentimiento de vértigo ya que ¿no es una locura pretender tener razón contra todos ? En ese frío mortal de vacío y soledad, encontré finalmente el mundo real, es decir universal, en circunstancias que había estado confinado hasta entonces en una cultura exclusivamente occidental. Profesor de filosofía, habiendo obtenido todos los diplomas que se podía tener en la profesión, tomé conciencia que aparte de las filosofías occidentales, ignoraba todo de las otras. No sabía nada de la antigua sabiduría china, hindú y musulmana, no conocía las tradiciones orales de la comunidad africana, los tesoros de la Amerindia maya o inca, destruidos por los  conquistadores. Ese colonialismo cultural con que cual estaba impregnado desde la escuela, provocó en mí una ira que nunca más me ha dejado. Me puse a leer con pasión las meditaciones taoístas de Lao Tse y la obra filosófica de Chuang Tse
(Zhuan zi, según la ortografía utilizada hoy. N.d.T.), los « Vedas » y los « Upanisads », las grandes epopeyas de Ramayana y del Maharabata de los hindúes. La primera, en la versión mística de Tulsidas y la segunda, desde donde fue tomada la divina Bhagavad-Gita ; el Popol Vuh, que sobrevivió a la destrucción causada por la hogueras de la Inquisición ; otras obras de los Mayas y las de las comunidades incásicas,además de los cuentos de la oralidad africana, algunos de ellos como el Kaidara, que sobrevivieron gracias a la transcripción de Hampaté Ba. Luego, fue el encantamiento con la visión del mundo y la poesía de los grandes sufíes del Islam, desde Dhul Nun a Shabestari, de Rabi’a de Basorah, de Rumi y de Ibn Arabi.
Escapando de la atmósfera confinada sólo a Occidente, me hice a la mar y mi espíritu volvió a respirar. A todo pulmón.
Conocí entonces la experiencia del Islam andaluz y fundé en Córdoba el único museo de España dedicado a la presencia y al esplendor de la cultura árabe-islámica. Se trataba de mostrar que España en la época del califato, había sido un gran momento de la cultura española y europea, reanudando la continuidad perdida entre las culturas de Oriente y de Occidente. Ello me permitió explorar profundas brecha ya abiertas por algunos cristianos como Ramón Lull, que unió las tres religiones abrahámicas en su Diálogo de los tres sabios y del gentil ; Alfonso X el Sabio y el obispo Raimón de Toledo, quien hizo traducir al latín los tesoros de la cultura árabe-musulmana, gracias a la cual conocimos la cultura griega y oriental ; exploradores gigantes como el cardenal de Cues, quien osó soñar con un concilio universal de religiones, que esbozó en la La paz de la fe ; la mística del Maestro Eckardt, tan impregnada con los Cuentos Visionarios de Avicena, que abrió las perspectivas de la unidad
de la fe más allá de la diversidad cultural de las religiones. Esta tradición se prosiguió con los
más recientes orientalistas españoles, a los que el padre Asín Palacios les había desbrozado el camino con su Islam cristianizado, en el cual evoca la fraternidad mística y poética de Ibn Arabí con San Juan de la Cruz.
La filosofía del Ser, el ardid dominador más grande de Occidente como escribe un filósofo musulmán, no existía más allá de nuestra insignificante península europea. Tomé conciencia que a escala de la historia milenaria del mundo, Occidente es un accidente. Este era el primer subtítulo de mi primer libro, Diálogo de Civilizaciones (1), puesto que en la mayor parte de las lenguas del mundo, la palabra « ser » existe sólo como cópula (incluso a veces no existe) y no como sustantivo.
Entonces comprendí cuán por encima de todos los supuestos filósofos de su siglo estaba mi viejo maestro Gastón Bachelard.
En sus meditaciones paralelas sobre la teoría del conocimiento y sobre la creación poética, aporta una contribución decisiva a la filosofía del acto, contra las filosofías del Ser. Ya Kant, extenuaba a la fantasmagórica « cosa en sí », que después proseguirían en el vacío etéreo de sus pesadillas, Heidegger y Jean Paul Sartre.     
En su « Nuevo espíritu científico » y en su « Filosofía del no », partiendo del estudio de la historia de las ciencias , Bachelard esbozó (más allá de las matemáticas de Euclides, de la física de Newton y de la química de los contrarios de Lavoisier) una « filosofía no cartesiana ». Exorcizó al espectro dos veces milenario del Ser e hizo de la conciencia, un reflejo y no una creación de proyectos invalidados, negados, siempre renacientes en sus negaciones creadoras; poéticos, en el sentido más profundo de la palabra.
Bachelard también abordaba este poema de la creación continuada, a través del arte, de la ensoñación despierta, de la creación poética.
La doble reflexión sobre el arte no occidental -que nunca es reflectante sino proyectante, jamás imitación de un ser o de una apariencia, sino invención mítica y captación de energías-, y en el camino recorrido por las ciencias desde el inicio del siglo XX, desde la relatividad y la teoría de los cuantos hasta la biología genética o la astrofísica de hoy, yo siempre he tenido el sueño pretencioso de recorrer hasta el final el doble camino de Bachelard, hasta el punto donde los dos caminos se juntan, es decir, ver en la invención científica, un caso particular de la creación poética, aquel que está comprobado por una verificación experimental.         
Así tendría lugar la ruptura definitiva con la filosofía del Ser y podría nacer, llevada por las civilizaciones de todos los pueblos y de todos los tiempos, la filosofía del acto, es decir, de la creación.
De esta manera estuve obligado a reflexionar sistemáticamente sobre el arte. Dejando de lado la historia de la filosofía occidental -que era el curso que yo dispensaba en la Universidad-, me consagré a la investigación sobre la estética, considerada no como metafísica de lo bello, sino como reflexión sobre el acto de creación artística.
Profundizando mis cursos sobre la pintura europea, de Cimabue a Picasso, estuve sorprendido por el carácter prospectivo de la obra de todos los grandes maestros. En mi libro, Sesenta


1. París, editorial Denoël, 1977.




obras que anunciaron el futuro, expresé la certidumbre de que cada creador digno de ese nombre pinta no el reflejo de un ser o de una apariencia, sino que más allá de eso, pinta el proyecto de una realidad que todavía no es, se trate de Giotto, Rembrandt, Van Gogh, Kandinski o Picasso.
Madurando esta investigación en campos profundamente diferentes, la danza por ejemplo, intenté decir en Danser sa vie (libro sobre el cual Béjart me escribió diciéndome que había hallado sus convicciones profundas sobre la danza), que se trata aquí también de una
superación de los gestos utilitarios o protocolares, lo que un ejecutante del teatro japonés del , llamaba : « reproducir los gestos de Dios ».      
También la arquitectura en sus más altas realizaciones religiosas, permite comprender por qué todo arte -pintura, música, danza- es un arte sagrado. No porque su tema sea religioso, como en las imágenes de Saint Sulpice, sino porque es verdaderamente un arte. No deja al espectador intacto, lo transforma en participante, es decir, en un ser humano que no se contenta con ser lo que es. La obra no es nunca grande si deja al espectador intacto. El espacio cristiano de una catedral con la « desestabilización » pascaliana de sus bóvedas portadoras de infinito; el espacio musulmán de una mezquita, que inscribe por el contrario al hombre de fe en el cristal transparente de sus columnas cuyas bóvedas más bajas son como arcoiris balizando el infinito ; el tempo hindú, centro y resumen del mundo que explora los sucesivos esplendores subiendo los peldaños de Borobudur. Todos nos inducen físicamente a sentimientos indivisibles de comunidad, participación y superación del sentido de nuestras vidas, es decir, la fe común, más allá de la diversidad cultural de las religiones.
Es por eso que yo pienso que la filosofía desemboca obligatoriamente en la teología.
Una teología que no puede ser a su vez más que poética, porque « hablar de Dios », hablar de esta trascendencia sin común medida con lo humano, implica que no es posible comprenderla y definirla con nuestros conceptos, sino simplemente designarla o sugerirla con nuestras imágenes, nuestras metáforas  y mitos, del mismo modo que Dios se comunica con nosotros mediante parábolas tomadas de nuestra experiencia.     
La preocupación permanente de mi vida fue de esta manera, buscar el punto en el cual el acto de fe religioso, la acción política y el acto de creación artística conforman un todo.
La íntima relación de fe y política, -es decir, el postulado por el cual decidimos de nuestras finalidades últimas y de la cuestión de la elección de los medios y métodos para realizarlas- se expresa tan fuerte al final como al comienzo de mi esfuerzo, cuando hice mis primeros intentos por no separar a Marx de Kierkegaard.
Decir Dios para mí, ha significado no cesar nunca de decirme : la vida tiene un sentido y yo soy responsable de descubrirlo y cumplirlo. Es un postulado, es decir una elección indemostrable y necesaria a la vez. Necesaria para que la vida tenga coherencia y sea otra cosa que un caos irresponsable. Como el postulado de Euclides es necesario para que se mantengan derechas la mesa o el muro que uno construye. Inverificable, puesto que no se debe esperar el aval de un « ser » preexistente cuyo « deber-ser » derivaría como reflejo de un orden también preexistente e intocable. Si existiera una « prueba » de la « existencia » de Dios, derivada por ejemplo del « argumento ontológico », con la pretensión de deducir la realidad de la idea que de ella nos hacemos, nos transformaríamos en unos beatos, creyendo en el fantasma del ser supremo y esperando de él, castigos o recompensas.
Es por eso que me parece que la religión del siglo XXI, la fe en el sentido de la vida y de la historia, el motor de nuestra acción comunitaria y responsable por contruir un mundo -Uno- no se desarrollará con la prolongación de las actuales religiones institucionales, que pretenden poseer el monopolio de la verdad definitiva y total y que rechazan la diversidad de las perspectivas culturales de otras religiones, cuyas fe apuntan a la misma trascendencia, que por definición, no tiene común medida con nuestros conceptos.
La concepción judeo-cristiana de la creación refuerza a la filosofía griega de la dominación, el orden eterno de las « ideas » de Platón, la jerarquía de los conceptos y de los seres de Aristóteles.
Si Dios creó el mundo de una vez por todas (sea en seis días o en un sólo bang ), entonces es sacrílego pretender modificar este orden eterno. Pablo de Tarso agregó al cristianismo esta visión lineal de la historia proveniente de los Hebreos  : « Dios produce en vosotros el querer y el hacer ; vosotros no hacéis nada », (Filipenses, II, 13). Pablo fue así el fundador de la teología de la dominación. Marcó con su impronta la historia de la Iglesia hasta la actual « teología de la liberación », que al contrario, se esfuerza por encontrar el mensaje liberador y contestatario de Jesús, en su « alzamiento » entre los pobres, a quienes aportó prioritariamente la « buena nueva » de su humanidad plena, luchando contra la sumisión y las prohibiciones impuestas por los grandes sacerdotes de todas las religiones en todos los tiempos.
El Islam tiene su San Pablo en la persona de Hanbal y sus despóticos herederos espirituales o integristas. El Islam también necesita una teología de la liberación.
Esta decadencia dogmática e inquisitorial de las religiones, debido a su alianza con el poder y la justificación ideológica que aportan a esta dominación, no debe hacernos olvidar su primer despertar ni su proclamación de la finalidad última, a condición  que ellas no se excluyan mutuamente, sino que reencuentren la vida en su fecundación recíproca y humilde. Porque la exclusión de esta dimensión trascendente de la vida, que es el alma de toda fe, ha provocado un caos todavía peor que las cruzadas y la Inquisición. Una contrarreligión que no osa decir su nombre -el monoteísmo del mercado- ha conducido a la partición del mundo entre el Norte y el Sur, estableciendo una jungla donde se enfrenta la voluntad de crecimiento con la voluntad de poder de los individuos y de los estados.
Para medir el grado de barbarie del sistema, recordemos que en 1994, luego de cinco siglos de colonialismo, 80% de los recursos naturales del planeta están controlados y son consumidos por un 20 % de privilegiados de la población mundial, mientras el hambre y la desnutrición causan en los países no occidentales 30 000 muertos por día. Es decir, el modelo de crecimiento occidental le cuesta al mundo el equivalente de un Hiroshima cada dos días. No podríamos encontrar otra prueba más irrefutable que ésta, al mostrar que los hombres no están guiados por la búsqueda de la trascendencia, sino por el deseo de saciar sus apetitos individuales. Esta irrisoria y falsa libertad desemboca en el aplastamiento de los débiles por los poderosos y la guerra de todos contra todos. No hay prueba más irrecusable de la superioridad de Marx sobre Adam Smith. Según este último, si cada cual persigue solamente su interés individual, el interés general quedará satisfecho. Una « mano invisible », escribía, realizaría dicha armonía.
Marx reconocía que el capitalismo creaba grandes riquezas - y en El Capital no calla su admiración por este dinamismo-, pero, dice, creará todavía más miseria y desigualdad con una polarización creciente de la riqueza en manos de una minoría y la alienación e indigencia de la mayoría. El mundo, dividido hoy entre el Norte y el Sur, es una verificación manifiesta de sus previsiones.
Lo que hemos tratado de hacer vivir bajo el nombre de diálogo de culturas, entre marxistas y cristianos, luego, diálogo entre las civilizaciones de Oriente y Occidente, debe ser la obra de todos en un plano de receptividad mutua, teniendo la certeza fundadora de todo diálogo : cada uno de los dialogantes tiene algo que aprender del otro y debe estar dispuesto en consecuencia a cuestionar sus propias verdades, para poder avanzar hacia una verdad siempre más lejana e inaccesible que un horizonte determinado, pero siempre más global, quiero decir, una verdad más universal y plena de amor.
Sólo entonces, cada uno -al recibir gracias a su participación en la comunidad los medios económicos, políticos y culturales de su pleno desarrollo-, sentirá nacer en él, superando al hombre prehistórico y alienado que aún somos, « la auténtica communidad de los seres vivientes ».    
El paso del hombre a una historia verdaderamente humana comienza con la regla de oro, que de Lao Tse a Heráclito, es el alma de todas las sabidurías y de la fe : Ser Uno con el Todo.  
La sabiduría de Jesús como la de los Upanisads, de Lao Tse y Cankara, de los profetas de Israel y de los sufíes del islam, de San Francisco de Asís, Gandhi, Martin Luther King y de la teología de la liberación nacida en las comunidades de base : «el poema comenzado del Universo ». 



                                                                    *
                                                               *         *

Esta es una declaración de guerra a los « ordenántropos », es decir a aquellos que creen que el pensamiento es una función del cerebro y lo asimilan a un ordenador, olvidando que lo propio del hombre es plantear las preguntas últimas, en primer lugar la del por qué y la de la finalidad.
Si el siglo XXI continúa sobre este camino perdido, si continúa dirigido como en el siglo XX por ciegos todopoderosos, no durará cien años y nos aprestaríamos entonces a asesinar a nuestros nietos. He tenido la suerte (¿ o la desgracia ?) de vivir casi la totalidad del siglo XX, el siglo más sangriento de nuestra historia. Chorrea de petróleo y sangre. Está atorado con desechos nucleares que amenazan a nuestros hijos por varios siglos, con tragaluces televisivos, que cada noche mediante la crónica roja les esconden la realidad real y enmascaran también, a los que detrás de las bambalinas, dirigen el mundo. El siglo empieza con una nueva inversión, aquella de las comunicaciones informáticas, cuando no hay nada humano que comunicar sino el curso de la Bolsa. El ordenántropo (pulula por todas partes) es un ser prehistórico, prehumano, que ve en el ordenador, no una máquina maravillosa que puede darnos los medios de construir o destruir el mundo,  sino una « inteligencia artificial » que permitiría asignar un fin, un objetivo, un sentido a esta construcción, a nuestra vida. Es también el mundo de los juegos televisivos, donde nuestros hijos aprenden, cómo se puede llegar a ser un asesino a los siete años con riesgo « cero muerto », como el ejército norteamericano. Transformándolos en idiotas  (es decir,  sin plantearse jamás el asunto del sentido de la vida), enseñándoles a pulsar teclados de ordenadores y haciéndoles creer que la inteligencia puede reducirse al suministro de « medios » sin plantearse nunca el problema de los « fines ». 
Estos retardados herederos del clericalismo cientista del siglo XIX han reemplazado simplemente el mecanismo de Laplace por la cibernética.
El ordenántropo tecnócrata no se plantea jamás el asunto de la finalidad última y entrega un poder gigantesco -átomo o la manipulación genética- al servicio de los apetitos de un animal, cuyos  instintos han sido depravados. El ordenador es de esta manera el último avatar del pitecántropo.
El cuestionamiento actual de las propias ciencias, el principio de identidad de Aristóteles, el empirismo de Locke, el dualismo de Descartes, el positivismo de Augusto Comte, toda la marea negra de la filosofía del ser que ha contaminado a Occidente desde hace veinticinco siglos, es el mejor aliciente para que advenga una filosofía del acto, luego de siglos de hegemonía occidental.
 Hay que reanudar el pensamiento de Heráclito de Efeso, quien soñaba con las fronteras de Oriente, en Persia y más allá, en India, en las raíces de la vida, para así sobrepasar el desliz espiritual de Occidente.
Deambulamos entre estos escombros de humanidad, hechos de armas cada vez más sofisticadas para destruir el mundo, « juguetes » mercantilizados, destinados a eliminar el sentido de la vida.
Busquemos juntos entonces un nuevo horizonte donde pueda despuntar el día.
Por eso hay que escribir y hay que hablar de Dios, para reagrupar, a veces en desorden, algunos gérmenes de reflexión nacidos de la experiencia de todo un siglo maldito, para ayudar a aquellos que no quieren ser los hombres del fin de los tiempos, aquellos que piensan que es posible vivir de otro modo.
Sólo sembramos granos de futuro. Para vivir de otra manera. Para vivir.        

                                                                    *
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Donde sea que se hayan inspirado los que durante casi un siglo fueron mis guías y modelos, todos ellos mantuvieron alumbrada la misma llama. El obispo brasileño Helder Camara que me escribió cuando yo era dirigente comunista : « Tenemos sed de lo mismo ». El padre  Chenu que escribió : « Más trabajo, más creador es Dios ». Y entre mis camaradas,  Maurice Thorez, quien me mostró en el martirio del teólogo Tomás Münzer, las raíces cristianas del socialismo moderno. Hasta Luis Aragon, cuyo poema « La rosa y la reseda » aún resuena en mi corazón.
Estábamos al borde del mismo abismo, al borde de la misma nada silenciosa poblada de una infinidad de posibles. Sentíamos el vacío que nos rodeaba y el inextinguible deseo de explorar la selva virgen.
No sé cómo hubiera podido vivir sin ellos, sin esas voces y llamados que venían de diversos horizontes. Sin ellos, no sé cómo podría haber vivido lo que se llama vida.
Desde el nacimiento de mi fe hasta sus últimos e inaccesibles resplandores, me siento encandilado, iluminado en mi noche por miles de luces contradictorias y fraternales.

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                                                                *          *

El primer encuentro -digo encuentro porque siempre tenemos la impresión que alguien viene hacia nosotros, toma nuestra mano y nos conduce « hacia allá »- fue el encuentro con Jesús.
Y en el marco -iba a decir la jaula- del ateísmo cómodo en el que había vivido hasta los dieciséis años (sin cuestionamiento ni búsqueda), significó una ruptura decisiva. Fue como si el soplo del mar me hubiera embriagado de viento y de infinito. Era Jesús. Aquél que no nos deja nunca más y viene hacia nosotros con una corona de espinas y no de oro, andrajoso y con los cabellos desordenados por las borrascas en alta mar. Con sus pies descalzos de mendigo, pero capaz de dar la vuelta al mundo más rápido que el sol. Jesús no es un rey que ordena, sino un hermano pobre a quien no se puede ver, pero al que se imagina. Su llamado es irresistible y definitivo. Él me lavó de mis confortables certezas y de la finitud de la pereza de alma.
Y sin embargo yo resoplaba aún como caballo arisco. Tú viviste hermano, Hijo del hombre y moriste por la más bella vida imaginable, dejando reinar a los sacerdotes judíos y al ocupante romano. Un pueblo aplastado por esta doble Ley : la de los saduceos y la de César.
Entonces ¿cómo uno puede vivir su vida, la única posible de los hombres y de los Dioses, participando en todas las revueltas contra la opresión ?                                                                                     
Para serte más plenamente fiel y proseguir con todos nuestros compañeros la vía que tú habías abierto en nuestras vidas, ser la levadura de las rebeliones y estar con los pobres del mundo, fue necesario seguir tu camino, no solo, sino con todos. Me convertí en militante gracias a ti y para serte fiel, devine comunista formando parte de ese inmenso movimiento de hambrientos y oprimidos, de ese movimiento solidario que le daba un rostro real a la esperanza de millones de hombres, como tú supiste dárselo a los que te rodeaban. En ese combate millones murieron, muertos por el mismo poder al que a menudo se unían los que invocaban tu nombre con otros hábitos y con otros amigos.  En los « tuyos », que devinieron los « míos » a causa de los usurpadores de tu nombre, había quienes te maldecían  sin haberte conocido y  yo amaba como tú amaste al desconocido, presente en todos y en todas partes.
Una vez más, los simples, los sin galones, fueron traicionados por sus amos terrenales o espirituales. Unos, cardenales con túnica roja alrededor de un hombre vestido de blanco, como en tiempos de los emperadores romanos, enviaban a tus discípulos para que fueran devorados por las fieras. Yo fui expulsado de ese otro estado mayor que se decía « comunista » y que era cómplice  de tu segunda muerte. Pero yo esperaba tu regreso. Se lo habías anunciado a tus discípulos : « Por vuestro bien es necesario que me vaya : en efecto, si no me voy, el Paracleto no vendrá a vosotros. Tengo todavía muchas cosas que deciros pero no oóis capaces de soportarlas.. »(Juan, XVI, 7). « Cuando el Espíritu de verdad vendrá, os hará acceder a la verdad plena.. » (Juan, XVI, 12, 13). « El os comunicará lo que recibe de mí ». (Juan, XVI, 14).  « En este mundo conocéis la prueba de la adversidad, pero tened fe porque yo he vencido al mundo ». (Juan XVI, 33)
Jesús me mostró lo que era la plenitud del hombre. Fue el pilar central alrededor del cual flotan mis caminos cambiantes. Como dice hoy en día Leonardo Boff : « He cambiado de batalla, pero no de trinchera ».            
Los mensajes de Mahoma desde La Meca se parecen a los del Jesús de los Evangelios. Como ellos, nos revelan lo que debe ser la vida personal de un verdadero hombre total, es decir, habitado por Dios. Ello bastó para que los ricos mercaderes de La Meca pusieran su cabeza a precio y trataran de matarlo, al igual que los grandes sacerdotes saduceos, quienes renegando de su propio Dios, que según sus propias palabras era su único rey, denunciaron ante Pilato a Jesús por haberse proclamado « rey de los judíos », : « No tenemos otro rey que César », y obtuvieron que Jesús fuera crucificado. Mahoma, también amenazado de muerte, logró junto a sus fieles compañeros escapar y alcanzar Medina, ciudad de la cual llegó a ser su señor.
Es una experiencia única : ser fiel a la enseñanza de Jesús en lo que respecta a la vía personal del hombre, pero, ¿cómo mantener el rumbo cuando se tiene la responsabilidad de un pueblo y de un estado y que es necesario gobernar sin renegar los principios de su vida personal ? Mahoma comenzó por universalizar el mensaje. Ordenó honorar a todos los profetas precedentes enviados por el mismo Dios  y particularmente a Abraham y Jesús, que él consideró por encima de todos los otros profetas, debido a sus nacimientos sobrenaturales (nacidos de una Virgen), y a los que saludó con el nombre de Mesías, no en el sentido hebraico del término, esto es, como un soberano elegido, sino que como el Salvador de los hombres de todos los tiempos, aquél que les mostró como realizar el « Reino de Dios ».  
Mahoma puso en el centro de su mensaje, la opción preferencial por los pobres : « Cuando quiero destruir una ciudad, le doy el poder a los ricos ».(Corán, XVII, 16). Todos los preceptos económicos del Corán tienden a crear una sociedad igualitaria. Le zakat  es un impuesto a la fortuna y no sólo sobre los ingresos, de manera que nadie puede vivir gracias a la riqueza de sus antepasados. El riba, es la prohibición de poseer toda propiedad que no esté fundada en el trabajo, con el fin de impedir que la riqueza se acumule en un sólo sector de la sociedad y la miseria en el otro.
Yo me convertí en musulmán sin renegar de Jesús ni de Marx. Por el contrario, mantengo la voluntad de serles fiel. Todas las religiones (que son lo contrario de la fe, puesto que se trata de « creer » y no de actuar) y los jerarcas musulmanes -príncipes y los doctores de la ley a su servicio- deshonoran al Islam. Igual que el judaísmo y el cristianismo, que prefieren los ritos y dogmas al mensaje de Abraham, Jesús y Mahoma, con el objeto de hacer creer en nombre de una observacia estricta, que « practicar » es obedecer a sus prohibiciones y no luchar por la liberación divina y humana, es decir, no luchar contra la miseria, la humillación y contra toda situación en la cual el rostro del hombre se encuentre desfigurado, en lugar de asemejarse a la faz de Dios.
Se ha visto pulular en los templos durante siglos, a los « pontífices » que disponen de plenos poderes y cuantiosas riquezas, como los antiguos « emperadores romanos ». Soberanos disolutos y despóticos que se consideraban como Mu’awya, como los sucesores de los « califas bien guiados ». Son los mismos con los mismos vicios, que hasta nuestros días, siguen siendo los sucesores corrompidos que se esconden detrás de rigorismos hipócritas.
Ha habido finalmente en la primera religión « revelada » del Cercano Oriente, rabinos fabricados en Brooklyn que enseñan un « Breviario del odio » :  « talibanes  hebreos » y enturbantados talmúdicos. Y en la cristiandad, cruzados, inquisidores neocolonialistas y traficantes de armas, drogas y perversiones.
No se puede contar con ninguna de las religiones dominantes institucionales si queremos evitarle al siglo XXI un suicidio planetario. Y sin embargo, afirmamos que sin perder nada de la herencia espiritual de los tres últimos milenios, herencia transmitida por los rebeldes de estas tres religiones « reveladas » : -los profetas de Israel, los que siguen fieles al mensaje de Jesús, los sufíes musulmanes y sobretodo, el diálogo entre las sabidurías de Asia, Africa y América Latina y su teología de la liberación que luchan contra la teología de la dominación-, es posible construir un siglo XXI con rostro humano y divino.
El mayor problema no es técnico, económico ni político. Sin olvidar estas tres dimensiones, se trata de encauzarlas hacia fines humanos, buscando la unidad sinfónica del mundo, en la diversidad de sus culturas, frente a una « mundialización » que apunta a la unidad imperial del planeta, escondiendo en realidad la creciente división del mundo entre el nuevo poder colonial unificado de EEUU y sus vasallos europeos, y un mundo al que este « crecimiento » le cuesta debido al hambre, según la UNICEF, más de treinta millones de muertos por año, de los cuales trece millones son niños.
¿Qué hacer para pasar del suicidio planetario a la resurrección del hombre y a la unidad del mundo ?
Si este siglo prosigue ciegamente este camino, no durará cien años. No sólo a causa de la matanza que esto significa, sino también debido a la destrucción de la naturaleza y al agotamiento de las riquezas fósiles del subsuelo ; a la contaminación y disminución de la capa de ozono que conducirá a la transformación del clima y a la exterminación de la fauna de la tierra y del mar; también a causa de la manipulación genética, el abuso de pesticidas y la desforestación. En Amazonía y en Indonesia por ejemplo, se destruyen los pulmones de la humanidad construyendo represas aberrantes en función únicamente del interés mercantil. Se saquean los mares empleando técnicas que significan el aniquilamiento de especias enteras de peces, y por otro lado, la escasez creciente del agua y de sus redes de distribución, reducen las posibilidades de la agricultura. En una palabra, en la superficie de la tierra, bajo tierra, en los océanos, en el cielo, en la relación con los demás seres vivientes, la destrucción ocasionada por esta nueva barbarie -llamada productividad tecnológica, modernismo e incluso progreso- termina con el despliegue de la vida y de la humanidad que se habían desarrollado durante millones de años.
La manipulación de las conciencias de las gentes -infantilizada y fascinada por laTV y las tecnologías de la « comunicación », del teléfono celular e Internet- permite anestesiarlas hasta tal punto que olvidan el abismo y la muerte al que les conduce el « pensamiento único ». Es el resultado de la ausencia de reflexión acerca de los fines y del sentido de la historia humana.
Una decadencia tal nos la muestran los E.E.U.U. con una imágen mortífera : doscientos cincuenta millones de armas y doscientos cincuenta millones de habitantes, los miles de presos hacinados en sus cárceles, los condenados a muerte y treinta tres millones de indigentes. En el « país más rico del mundo», un niño de cada cuatro sufre de hambre. De este magma emerge un 1 % de ricos que dispone del 70 % de la riqueza nacional, con sus miles de millones de deudas (más que le conjunto del Tercer Mundo), viviendo por encima de sus recursos, con niños asesinos desde los seis años y especuladores que trafican en los mercados, además de una panoplia militar capaz de destruir las infraestructuras y la población de los países recalcitrantes, haciéndoles volver atrás varios siglos.  Para eso emplean la llamada  guerra « cero muerto » (muerto norteamericano por supuesto), es decir, guerras llevadas a cabo mediante una tecnología que no tiene equivalente en la capacidad de respuesta del adversario, la guerra de la ametralladora contra la azagaya, como durante las guerras coloniales del siglo XIX. Es una guerra depredadora, de cobardes, signo de la decadencia moral de un mundo donde ha desaparecido completamente la noción de « honor ».
La magnitud de esta crisis exige algo más que una revolución política. Las verdaderas y más profundas transformaciones de la historia son obras que emanan del surgimiento de nuevas « religiones ». Sin embargo como lo observamos hasta nuestros días, luego de haber causado una renovación radical en el corazón y en el espíritu de las masas, todas las religiones
(particularmente en Occidente, el judaísmo, el cristianismo y más tarde en el Cercano Oriente, el Islam) están vinculadas y a veces integradas al poder dominante, tanto, que lejos de producirse su renovación, ellas han contribuido al mantenimiento y afianzamiento de éste, desencadenando enfrentamientos políticos a los que se  atribuye un « aroma » espiritual.
Lo que necesitamos es algo completamente nuevo, no una renovación de tal o cual religión, sino la toma de consciencia de la fe como dimensión constitutiva del hombre en su unidad, para salir de esta sórdida prehistoria depredadora en que nos ha sumido el desarrollo de la técnica -viga maestra de la « religión de los medios »- que nos ha hecho perder hasta el deseo de reflexionar en la finalidad y sentido de nuestra vida y de nuestra historia común.
Es en la cabeza y en el corazón del hombre donde comienzan las revoluciones y también las verdaderas mutaciones de la historia. Desgraciadamente, muchos revolucionarios tienen prisa por cambiar todo, salvo cambiar ellos mismos.
Lo que necesitamos  (Yehudi Menuhin es uno de los que lo anunció con más lucidez) no es la proclamación de « nuevas religiones » -cuando la esclerosis de las religiones  institucionales, judías, cristianas y musulmanas agudizan conflictos disfrazados de palabras falsamente « piadosas »- sino la toma de conciencia de la unidad humana a través de la unidad de la fe.          
Ello exige en primer lugar, que ninguna de las religiones « reveladas » pretenda ser exclusiva. La trascendencia de Dios que ellas invocan, exige que tomemos conciencia de nuestras deficiencias y provincialismo. Ningún diálogo podrá prosperar, si cada uno proclama  desde el inicio poseer la verdad total y absoluta. Al contrario, sólo podemos entablar el diálogo a partir del reconocimiento de que algo le falta a cada una de nuestras religiones, lo cual les impide participar en la fe única.             






                                                                   
                                                                 *     *
¿Teníamos que convertirnos en « ateos místicos » luego de las milenarias traiciones de las religiones « reveladas», que abandonaron a Abraham, Jesús o Mahoma, o continuar su combate ? El camino está sembrado de escollos y piedras afiladas para los que se aventuran por él a pies descalzos, y bloques de granito que sobrepasan la fuerza de un par de brazos. Este duro camino nos lo habían trazado aquellos que no le tuvieron miedo a las rupturas, los que habían experimentado la trascendencia vivida. Todos los mártires gloriosos o anónimos de Africa y América Latina, los guerrilleros musulmanes de Alpujarras, los combatientes de Cévennes, los cátaros de Montségur, María Magdalena y el pastor Bonhoeffer. Todos ellos nos enseñaron lo que era una verdadera confesión y conversión : aquella en la que nos jugamos la vida. Todos, fuese cual fuese su fe, testimoniaron que Dios no era un ser ni un amo, sino un acto y un llamado. De Monseñor de Las Casas al emir Abdel Khader, todos reunieron en un mismo fervor, la meditación mística y las batallas cotidianas.
Supieron vivir en tiempos borrascosos con la serenidad de aquellos que tienen fe en un Dios que es Todo, es decir, para quien los horrores de la guerra como las beatitudes del amor forman parte de una misma realidad.
Nuestros héroes míticos o históricos nos mostraron « la verdad, el camino y la vida ».
Vivir la fe, es ser capaz de ver la realidad total y participar en todos los combates, como el Dios Vichnú  decía a Arjuna : « Ser Uno con el Todo », tal como nos lo enseñan los sabios del Tao.  « Tú eres eso », cantaban a su vez los Upanisads. Es decir, que lo más profundo de uno mismo es idéntico a las fuerzas sagradas del universo total, al que los apologistas de la vida han llamado Dios desde hace milenios.
¡Poco importa el nombre si uno sabe serle fiel ! Hay que nadar bajo la tempestad hasta el agotamiento para vencer a las fuerzas del mal. Bonhoeffer decía : « Hay que ayudar a Dios en su combate ».
Dios no es el juez que condena nuestros errores y derrotas. Dios no es el salvavidas inesperado que nos socorre cuando flaqueamos ante la fuerza de los más fuertes. Después de Kant ya no es más un ser, sino un postulado.
Cuando se ha abandonado todo, incluso aquello que consideramos lo más importante, queda aún el llamado a seguir resistiendo.
« La esperanza del hombre es la carne de Dios » escribió Barbusse, un escritor sin Dios. El verdadero ateísmo no consiste en no plantearse preguntas, sino aceptar que las cosas sean como son y que vayan como van. Pero el pecado más grave es la desesperanza y el renunciamiento a la lucha. La fe consiste en percibir cuál es el objetivo y en luchar por él. Este no está escrito de una vez por todas indicando un porvenir inmutable. La fe es la responsabilidad de cada instante -corriendo todos los riesgos- de fijarle un blanco a la flecha del tiempo. La fe es la visión total del mundo, de su nacer incesante y sea cual sea nuestra fuerza, debemos participar a la realización del Reino.
Cada uno de nosotros puede recorrer este camino : un día el barrendero conocerá la felicidad porque estará barriendo la avenida del Reino ; el político sabrá que su objetivo no es el de complacer a sus electores sino participar a la verdadera unidad del mundo, aquella en la que cada niño que lleva en sí el genio de Mozart podrá llegar a ser Mozart. Ese día, todos enarbolaremos la bandera triunfante del Reino.
Por eso hay que cesar de observar nuestro mundillo con los ojos del ateísmo subhumano que no ve en el pájaro otra cosa que su plumaje, en el hombre al ser que sólo medita complots  y  crímenes. A una nube que pasa, el presagio anunciador de la tormenta de invierno o del asfixiante calor estival.
Como el « sabio » que de manera subhumana desmenuza en conceptos la realidad o que cree que el ordenador es una suerte de « inteligencia artificial », capaz de substituirse a la búsqueda de los fines últimos y que nos proporciona a veces instrumentos de destrucción.
Como aquél subhombre que pretende enseñarnos lo que es el bien y el mal, tal como se lo han enseñado sus padres o el cura, en lugar de, a tientas, tratar de crear la unidad del mundo, nuestro mundo, incluso si éste es pequeño.
Para experimentar este sacudón terrestre y celeste no es necesario ir a una sinagoga, iglesia, mezquita o a Borobudur.
El poeta urdú Kabir (hinduísta y musulmán) escribió en el siglo XV : 
«Hombre de fe, ¿dónde me buscas ?
Yo estoy muy cerca de ti.
No estoy ni en el templo ni en la mezquita.
No estoy en vuestros ritos y ni en vuestras ceremonias...
Si me buscas verdaderamente
ya me habrás encontrado ».


                                                                          *
                                                                       *     *
Esta transformación profunda de la vida puede alcanzarnos como el relámpago que cae sobre un árbol frondoso. No se sabe de dónde viene ni qué olor tiene. Ni olor a incienso ni a droga psicodélica. Es una llamita que a pesar nuestro, actúa en cada uno de nosotros sin que lo sepamos.
De repente esa llamita  puede crecer y expandirse por el mundo como el fuego en un pajar. Simplemente es nuestro « tercer ojo » que se abre. No tenemos más que nuestros ojos para ver las cosas. Las cosas tal cual son, sin futuro y sin pasado. Tenemos nuestros conceptos tronzados como para fabricar jaulas, del gallinero al ordenador. Tenemos el « tercer ojo » como lo llamaba el místico Richard de Saint Victor. Ese ojo nos indica el sentido, el sentido de la marcha y del crecimiento humano, el de los significados y fines. Entonces, lo que creíamos que era el universo, crece más allá del horizonte. Para emplear una palabra reductora : crece hasta el infinito.
Una nueva vida comienza y no es otra cosa que la realidad plena, de la cual ya no somos sólo espectadores sino participantes.
¿ De quién ?
Podemos llamarlo Dios.
El nombre no importa, lo que importa es la realidad y nuestra vida.
Él está aquí. No debemos prosternarnos ni arrodillarnos.
¡ Levantémonos ! ¡ De pie !
¡ En marcha ! ¡Al combate !          


[Trad. Maria Poumier]