07 août 2014

Contra el monoteísmo de mercado. Roger Garaudy. Madrid 1995




Conferencia pronunciada el 6 de noviembre de 1995 en las jornadas sobre el Islam ante el Nuevo Orden Mundial celebradas en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad. Complutense de Madrid.

El mercado es un lugar de intercambio de toda sociedad que implica una división del trabajo, desde los talleres de la prehistoria, cuyos stocks de sílex tallado atestiguan que no estaban destinados al uso personal sino al trueque (a cambio de otros medios de vida), hasta el tradicional mercado de pueblo, donde cada cual aporta sus huevos, sus pollos o sus legumbres para venderlos y procurarse así otros productos ?herramientas, vestidos? o pagar los ser -vicios del herrero o del barbero.
Ciertamente, entre ambas formas de mercado hay una diferencia: la existencia de un intermediario, la moneda, que originalmente sirve como instrumento de medida para reducir a un denominador común los productos de trabajos que difieren tanto por su calidad como por su cantidad. Hasta aquí, sin embargo, el mercado sigue siendo un medio de comunicación e intercambio. Los fines últimos de la vida se definen al margen de él: vienen establecidos por las jerarquías sociales, las morales implícitas o explícitas, las religiones cuyo origen y fundamento es ajeno al mercado. El mercado sólo llega a convertirse en una religión cuando se erige en regulador único de las relaciones sociales, personales o nacionales, fuente única de la jerarquía y del poder.
No vamos a trazar aquí la historia de esta mutación, a cuyo término todos los valores humanos se han convertido en valores mercantiles, incluidos los valores del pensamiento, las artes o la conciencia. Nos contentaremos con señalar las consecuencias ?económicas, políticas, espirituales? de la fase última de este ciclo, y dibujar algunas pistas para liberamos de ese reduccionismo y de esa entropía humana en los que algunos teóricos americanos del Pentágono, y sus discípulos de todo el mundo, ven (según el título del libro de Fukuyama) el fin de la historia.
Si esta deriva llegara a buen fin, no estaríamos tanto ante un fin de la historia como ante un fin del hombre y de lo que le caracteriza: la trascendencia de su proyecto, que no nos permite abandonarnos a determinismos económicos dirigidos por leyes naturales ?ni a esas espontaneidades instintivas y animales que reinan en la mar, donde el pez grande se come al chico, o en la tierra, en el despilfarro biológico de millones de gérmenes o espermatozoides para la azarosa formación de un embrión.

DEL FIN DE LA HISTORIA AL FIN DEL HOMBRE
En efecto, lo que caracteriza a este monoteísmo del mercado, es decir, a este liberalismo totalitario, es el desprecio de la libertad humana, la voluntad de mutilar su dimensión específica de ser capaz de formar proyectos que no sean una simple prolongación de su pasado, de sus instintos animales o de su interés individual.
Adam Smith ya proponía esta abdicación: “Las grandes líneas del mundo económico actual no han sido trazadas siguiendo un plan de conjunto salido del cerebro de un organizador y deliberadamente ejecutado por una sociedad inteligente, sino por la acumulación de innumerables trazos dibujados por una masa de individuos que obedecen a la fuerza instintiva e inconsciente de la persecución de un fin”[Indagación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones].
Desde Smith a F. von Hayek, pasando por Bastiat y Friedman, la noción de proyecto es sistemáticamente recusada. Milton Friedrnan escribe: “Los precios que emergen de las transacciones voluntarias entre compradores y vendedores ?o sea, en el libre mercado? son capaces de coordinar la actividad de millones de personas, cada una de las cuales sólo conoce su propio interés, de forma tal que hace mejorar la situación de todos. El sistema de los precios cumple esta tarea sin necesidad de dirección central alguna, sin que sea necesario que las gentes se hablen ni que se amen. El orden económico es una emergencia, es la consecuencia no intencional e involuntaria de las acciones de un gran número de personas movidas exclusivamente por su propio interés. El sistema de precios funciona tan bien y tan eficazmente que la mayor parte del tiempo no somos conscientes de que funciona”[Free to Chose, 1991]. Hayek añade: “En una sociedad compleja, el hombre no tiene otra elección que adaptarse por sí mismo a las fuerzas ciegas del proceso social”.
¿En qué momento ha comenzado esta secesión del hombre respecto a su vocación? No es una cuestión de escala en la expansión geografía del intercambio. La ruta de la seda o la de las especias no cambió radicalmente esta vocación del hombre: las caravanas que recorrían Asia y los navíos que se lanzaban a los océanos transportaban ciencias, técnicas, espiritualidades y artes nacidas de la experiencia de todos los pueblos ?desde las invenciones decisivas que permitieron una brusca expansión de la cultura (como la del papel por los chinos, transmitida a Europa por los árabes) hasta las espiritualidades de la India , que a través de Alejandría y Plotino despertaron el descubrimiento interior del principio vivo y creador de todas las cosas.
Pero la convergencia de estas vías esencialmente comerciales hacia el Mediterráneo va a hacerse, a través de Palmira y Alejandría, en dirección a Venecia, a la vez metrópoli y monopolio del negocio internacional. Desde los banqueros lombardos hasta la Liga Hanseática , pasando por las ferias del Ródano y del Rin, las ramificaciones tentaculares del comercio crearán en Occidente una concentración de riquezas tan sólo limitadas por la escasez de las monedas y de la plata.
La dominación árabe en el Mediterráneo iba a conducir a la idea de rodear este mar para ir a la conquista de las fuentes de metal precioso ?ya costeando Africa, como los portugueses, ya atravesando el Atlántico para alcanzar la fabulosa Asia, como los españoles. Esta mutación fundamental tiene lugar entre la toma de Constantinopla por los turcos, en 1453, y la invasión de América por los conquistadores desde 1492. La “hambre de oro” fue el motor de la gran aventura. Tan tenaz en su ambición y tan feroz en sus métodos que los indios de América llegaron a creer que el oro era el dios de los cristianos, como recuerda el bello libro del padre Gutiérrez Dios y el oro de las Indias occidentales. En efecto, el oro confería el poder de un dios. Apoyándose en la banca más fuerte de Alemania, la de los Fugger, para corromper a los grandes electores y vencer a sus rivales Francisco I y Enrique VIII, Carlos V se convierte en Emperador y sueña con crear un imperio mundial. Por primera vez, el dinero ha dado directamente el poder.

LA IMPOSTURA DEMOCRÁTICA
Pero España, cuya estructura sigue siendo feudal, no sabe sacar partido al oro de las Américas y éste va a acumularse en la pionera del capital Venecia. Al menos hasta que los amos de los mares, los ingleses, tras la destrucción de la Armada Invencible (1588), se convierten en los amos del mundo gracias a sus grandes compañías, sobre todo las de las Indias orientales y occidentales. Se habían reunido todas las condiciones para abrir un ciclo nuevo en la historia de la humanidad: cinco siglos de conquista de Occidente a partir de lo que se ha dado en llamar Renacimiento, es decir, el nacimiento simultáneo del capitalismo y el colonialismo, y hasta la realización actual de la “economía de mercado”.
Del Renacimiento se habla comúnmente en términos de estética o de “humanismo”. E igualmente de resurrección de la cultura grecorromana evocando con mas frecuencia el idealismo de Platón que el realismo de Aristófanes, el cual, en su comedia Pluto, (el dios ciego de la riqueza), describe el resorte esencial de la sociedad ateniense:
“? Tú, Pluto, el más poderoso de todos los dioses … ¿gracias a quién reina Zeus?
? Gracias al dinero… Todo depende de la riqueza… Mira a los oradores políticos en las ciudades… Una vez enriquecidos con los dineros públicos, se vuelven injustos y conspiran contra la democracia”.
Y el dios Pluto reconocía: “Cuando se han hecho ricos, desaparecen todos los límites a su maldad”.
Tal era el alma ?o más bien la ausencia de alma? de eso que desde la escuela se nos presenta como “la madre de las democracias”… olvidando decirnos que en Atenas, en los tiempos de Pericles, había tan sólo 20.000 ciudadanos libres por 110.000 esclavos sin derechos, y que su verdadero nombre sería más bien: oligarquía esclavista.
Esta mentira sobre la democracia no ha dejado de reinar: la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos proclama la igualdad de todos, pero mantendrá durante un siglo la esclavitud y, aún hoy, la discriminación: democracia para los blancos, no para los negros. La Declaración francesa de los derechos del hombre y del ciudadano proclama: “Todos los hombres nacen libres e iguales en derechos”, pero la Constitución censitaria a la que sirve de preámbulo excluye a tres cuartos de los franceses del derecho de voto y a las nueve décimas partes de la población del derecho de ser elegidos. Democracia para los ricos, no para los pobres. La misma impostura continúa hoy. La ley es la misma para todos: robar un panecillo está igualmente prohibido para un parado y para un millonario; para ambos está permitido crear un periódico o un banco. Así se salvaguarda la igualdad de derechos.
La democracia es igualmente el pluralismo de los partidos, pero, ¿qué especialista será capaz de decimos en qué se diferencia el proyecto de los demócratas y el de los republicanos en los Estados Unidos? ¿No se trata de dos facciones en el interior de un sólo partido, el del dinero?
Esta omnipotencia del dinero se ejerce a todos los niveles. En el siglo XVIII, Robert Walpole podía decir ante la Cámara de los Comunes: “Sé bien cuánto vale la conciencia de cada uno de los honorables miembros de esta asamblea”. Desde el nacimiento de ese sistema donde todo se compra y se vende, se podía incluso reducir la propia estancia en el Purgatorio comprando aquellas indulgencias contra las que se levantó Lutero.
Sólo los gigantes percibieron la naturaleza perversa de un mundo donde todos los valores se reducían a valores mercantiles y donde iba a nacer el monoteísmo del mercado. Sancho Panza, en Don Quijote, formuló su ley: “Tanto vales cuanto tienes, y tanto tienes cuanto vales” (11, 20), y también: “El mejor cimiento y zanja del mundo es el dinero” (11, 20).

LA RAMERA DEL GÉNERO HUMANO
Shakespeare hace eco a Cervantes en su Timón de Atenas: “Este poco oro bastaría para hacer blanco lo negro, bello lo feo, justo lo injusto, noble lo infame… Este dinero dorado urdirá y romperá votos, bendecirá lo maldito, elevará a los ladrones a la poltrona de los senadores procurándoles títulos, homenajes y lisonjas… El oro, polvo maldito, ramera del género humano” (Acto IV, 2 l ).
Cervantes y Shakespeare fueron los grandes testigos del nacimiento de nuestro mundo, vivieron el principio de la partida, cuando se fijaron las reglas del juego. Hoy, con Beckett, Esperando a Godot, estamos jugando el final de la partida.
Es también significativo que en el mismo momento en que, en Inglaterra, se esbozaba ya este abandono de la economía de subsistencia y el paso a la economía de mercado basada en la crianza del borrego y el comercio de la lana, la primera Utopía moderna, la de Tomás Moro en 1516, afirme con tanta fuerza la trascendencia del proyecto humano contra el determinismo de la riqueza. Quien por primera vez se elevó contra la resignación a las leyes del beneficio, identificadas con leyes naturales necesarias como la de la gravedad; quien imaginó la posibilidad de una resistencia a la caída y a la entropía humanas, no era un soñador, sino un práctico de esta economía naciente, negociador de los acuerdos comerciales con los flamencos y después canciller de Inglaterra, pero al mismo tiempo fue un hombre de fe cuyo martirio final le valió ser canonizado.
No es menos notable el hecho de que, al sugerir una alternativa al mundo del mercado y del dinero, Tomas Moro se inspire en otras formas posibles de desarrollo humano, y que extraiga sus grandes líneas a partir de las descripciones del “Nuevo Mundo”, el de los indios de América, que sólo conocía a través de los informes de Américo Vespucio. Como su contemporáneo francés Montaigne (Ensayos, 1, 80), como el obispo español Bartolomé de Las Casas que osó denunciar “la destrucción de las Indias” y proclamó que “la barbarie viene de Occidente”, Moro demuestra la posibilidad de otra forma de organización social, de otra cultura, de otra civilización. Escribe también: “Cuando comparo las instituciones europeas con las de otros países, no puedo sino admirar la sabiduría y la humanidad, por una parte, y deplorar, por la otra, la barbarie y la sinrazón”. Al individualismo del capitalismo naciente, donde el individuo es centro y medida de todas las cosas, como decían los sofistas de Atenas, Moro opone el principio de una comunidad en la que cada miembro es responsable de los demás, y encuentra el ejemplo en las tribus indias de América.
Estas críticas de Montaigne, Cervantes, de las Casas y Shakespeare, como las esperanzas de Moro, nos resultan hoy de una terrible actualidad, pues los vicios que estaban en germen en el nacimiento del capitalismo ?enmascarados bajo el bello nombre de “modernidad”? han desplegado ahora todas sus consecuencias hasta ponemos al borde de un suicidio planetario si no somos capaces de reconstruir, tras cinco siglos de colonialismo, la unidad del mundo. No mediante esa “mundialización” que, con sus GATT, sus FMI y sus “bancos mundiales” disimula la dominación de los Estados Unidos, sino a través de una unidad sinfónica donde, aportando cada pueblo en igualdad de derechos la contribución de su cultura, pueda ser elaborado un modelo distinto de desarrollo, un modelo cuyo fin último será el de dar a cada hombre, a cada mujer y a cada niño, en el mundo entero, todas las posibilidades para desarrollar plenamente todas las riquezas humanas que albergan en sí.

MISERIA PROGRAMADA PARA LAS MULTITUDES
Hoy nos es posible reconstruir la trayectoria del modelo occidental de crecimiento, tras el mortal desvío que supuso el pretendido Renacimiento, es decir, el nacimiento de la civilización de lo cuantitativo y de la razón instrumental ?la razón cartesiana, es decir una religión de los medios, a la que se ha mutilado la dimensión primordial de la razón: la reflexión sobre los fines últimos de la vida y su sentido.
Smith a finales del XVIII y Karl Marx a mediados del XIX analizaron el capitalismo en la época de su expansión y llegaron a prospectivas diferentes. Smith, a quien se llama “el padre de la economía política”, desarrolló en 1776, en su libro fundamental Indagación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, una teoría del crecimiento, llamada “clásica”, que sigue siendo hoy la línea directriz de lo que todavía hoy se llama liberalismo”. Su tesis es que si cada cual se deja guiar por su interés personal de lucro, se realizará el interés general. Una mano invisible asegura la armonía. Karl Marx, al contrario, partiendo de un análisis profundo de la obra de Smith, reconoce que el capitalismo así concebido creará grandes riquezas y estimulará el desarrollo de las técnicas (y en El Capital no oculta su admiración por el dinamismo prometeico del sistema), pero al mismo tiempo creará terribles desigualdades y miseria.
En nuestros días, esta polarización creciente de la riqueza en torno a una minoría y de la miseria en tomo a las multitudes se ha hecho evidente tanto a escala mundial como en el interior de cada nación. ¿Quién ha dado, pues, la previsión más acertada sobre el futuro del capitalismo? ¿Adam Smith al afirmar que si cada cual persigue su propio beneficio se satisfará el interés general, o Marx al analizar los mecanismos de esta acumulación de la riqueza en un polo y de la miseria en otro?
Al final de la Segunda Guerra Mundial, los acuerdos de Bretton Woods crearon el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y, un Poco más tarde, el GATT, rebautizado como “organización internacional del comercio”. Así se prolongó el viejo desorden colonial con lo que Bush llamó ahora “nuevo orden internacional”, con la diferencia de que este es un colonialismo unificado bajo la dirección americana, donde los antiguos colonizadores europeos son hoy los vasallos: el Tratado de Maastricht, que ha creado una Europa de los mercaderes a partir del club de los antiguos colonialistas (Inglaterra, Francia, Bélgica, España, etc.), precisa que “Europa será el pilar europeo de la Alianza Atlántica “. Las consecuencias de este colonialismo unificado no se limitan a la fractura del mundo en dos por la marginalización del Sur, sino que se extienden a una polarización semejante de la riqueza en el interior de los países del Norte y a la desintegración del tejido social de todos los pueblos. Desde ese momento, el monoteísmo del mercado puede desplegar todas sus consecuencias.

LA RELIGIÓN DEL MERCADO
Esta religión, que ejerce ya su hegemonía sobre todo el mundo, pero que no osa decir su nombre, tiene también sus Padres de la Iglesia. Hobbes , que proclamó el dogma fundamental de la competitividad: “El hombre es un lobo para el hombre”. Bentham, que con su “aritmética de los placeres” definió esa profesión de fe según la cual todo valor es un valor mercantil, y todo placer es mensurable mediante su equivalente monetario.
Malthus, probo funcionario y teórico de la Compañía de las India Orientales, enunció una ley ?la población crece más rápido que la producción de subsistencias? que jamás ha conocido la menor verificación experimental, pero que tenía la ventaja, para los patronos de su Compañía y par los demás colonialistas, de justificar el despoblamiento de la India en el momento en que se estaba destruyendo sus cultivos alimentarios para imponer el monocultivo del algodón. Así, desde Malthus a la Conferencia de El Cairo, pasando por Kissinger, se ha formulado no una ley universal de la población, sino el postulado de todo sistema capitalista y colonialista, que es decir a los más necesitados: “Tened menos hijos para que los que ya estamos satisfechos podamos continuar con nuestro derroche y nuestra dominación”. Aplicando las leyes de Malthus a la biología, Darwin se convirtió, sin desearlo, en uno de los Padres de esta Iglesia cuando a finales del siglo XIX se transpuso el darwinismo biológico al darwinismo social, primero, y después a finales del siglo XX, al darwinismo económico, para justificar la supervivencia de los más aptos por la eliminación de los más débiles, al igual que las multinacionales se imponen sobre las economías más frágiles, e igual que los supermercados hacen que el pequeño comercio y el artesanado s conviertan en especies en vías de extinción.
Esta religión también tiene sus grandes sacerdotes, desde Adam Smith hasta Paul Samuelson, Milton Friedrnan (traducido al francés por Raymond Barre) y Friedrich von Hayek. Tiene también sus congregaciones: el G?7, el Gatt, la Trilateral , el FMI, y también sus monaguillos, reclutados en todas las naciones y en todos los partidos, de Israel a Marruecos, de Londres a Hong?Kong, y sus concilios, ecuménicos como en Bretton Woods, regionales como en Maastricht.
El “nuevo orden internacional”, inspirado por esta teología, difiere del antiguo desorden colonial en los medios de dominación que emplea. Desde el momento en que cinco siglos de colonización han desestructurado ya las economías de las tres quintas partes del mundo destruyendo sus cultivos alimentarios en provecho de los monocultivos o de monoproducciones que prolongan las economías de las metrópolis, de forma tal que la dependencia crea el subdesarrollo e incluso el hambre, la presencia militar deja de ser el instrumento único de dominación salvo en caso de herejía mayor, como por ejemplo el rechazo de los diktats del FMI. Las presiones económicas y las sanciones, que van desde la simple negación de créditos hasta el embargo, bastan en la mayor parte de los casos.
El procedimiento más clásico es el que impone el FM1: eso que púdicamente se llama “ajustes estructurales”. Sus componentes son los siguientes:
? Bloqueo de los salarios y “libertad” de precios.
? Disminución de las, prestaciones sociales del Estado, lo cual afecta a las escuelas, los hospitales, las instituciones sociales y la seguridad social. Queda prohibido, por el contrario, tocar las inversiones (construcción, infraestructuras, etc.), y el FMI no ha pedido jamás que se reduzca el presupuesto militar.
- Supresión de las subvenciones a la producción. Esta medida afecta esencialmente a las capas más pobres de la población.
- Devaluación monetaria, que tiene por consecuencia que se exporte más y que se consuma menos producto interno.
- Por último, privatización de las empresas del Estado para garantizar el control de la economía a las multinacionales.
Esta política de “ajuste” implica motines de hambre contra la subida de los precios: en Marruecos en 1981 y 1984, en Túnez en 1984, en Caracas en 1985 y 1989, en Argel en octubre de 1988. El antiguo gobernador del banco central del Brasil, Manuel Moreya, reconoció que “las consecuencias de las medidas de ajuste del FMI se saldaron con la muerte de unos 500.000 niños”. En cuanto al embargo contra Irak, ha costado ya 400.000 muertos [Individualisim and Econonic Order].
La imposibilidad de una subsistencia autónoma en los pueblos cuya economía ha sido desestructurada por quinientos años de colonización y cincuenta años de FMI, ha conducido a un endeudamiento tal de estos países que el pago de los intereses de la deuda (por no hablar ya de su reembolso) es superior a la pretendida “ayuda” financiera de los países ricos. Aunque, en realidad, en este monoteísmo del mercado, cuya expresión económica es el liberalismo totalitario, son los pobres quienes subvencionan a los ricos. Desde 1980 a 1990, el nivel de vida de Iberoamérica ha bajado en un 15%; el de África, en un 20% [PNUD 92].
Esta situación de dependencia no sólo genera subdesarrollo, sino que además no deja de agravarlo a través de otros procedimientos. Primero, por la práctica de intercambios desiguales entre las materias primas venidas del Sur y los productos manufacturados venidos del Norte. En 1954, a un brasileño le bastaban 14 sacos de café para comprar un jeep en los EE.UU.; en 1962 necesitaba ya 39. El campesino de la Costa de Marfil recibe por su cacao el 5% de la venta de chocolate en Europa; el de Senegal, por sus cacahuetes, el 12% del precio del aceite; el de la India recibe el 3% del precio final de su té negro.
Esta dependencia permite también una manipulación de los mercados mediante la proliferación de necesidades. Es lo que J.K. Galbraith llama “la inversión de la cuerda”: en lugar de que la producción venga dada por las necesidades que aparecen en el mercado, los mercados se crean para dar salida a la producción suscitando necesidades nuevas, aunque éstas fueren artificiales e incluso perversas.
Uno de los corolarios de la economía de mercado es, en efecto, el crecimiento, que consiste en producir, cada vez más y cada vez más rápido, no importa qué: útil, inútil o incluso nocivo o mortal. Desde la coca?cola hasta los instrumentos de la cultura del sinsentido, ya se trate de esa música de 120 decibelios para anestesiar la reflexión o del caleidoscopio de imágenes de televisión que desfilan a ritmo de embrutecimiento, el objetivo es siempre el mismo: “El imperativo categórico es evacuar la cuestión filosófica de la finalidad”, escribe Michel Albert en Capitalisme contre capitalisme. Tal es, en efecto, el fin último del monoteísmo del mercado al meternos en la más falsa de las vidas, desde la caza de indios en los westerns y la jungla del dinero en Dallas, pasando por todas las formas de la violencia y lo inhumano, como Batman y Terminator, hasta la parábola de nuestra regresión hacia el mundo de los “dinosaurios”.

MERCADOS DE MUERTE
Limitémonos a los dos cimientos más sólidos de la expansión del mercado en nuestros días: la droga y el armamento.
La cifra de negocios de la droga presenta hoy en los Estados Unidos la misma magnitud que la del automóvil y el acero; su consumo aumenta a medida que la vida pierde su sentido por el paro y la marginación; para otros, la única finalidad del consumo de drogas es alcanzar una “felicidad de superrnercado”. Es muy significativo que el record de suicidios de adolescentes resida en los países más ricos, como los Estados Unidos o Suecia: en el Sur se muere por falta de medios; en el Norte, por falta de fines.
El consumo creciente de droga es uno de los corolarios del monoteísmo del mercado. Primero por su producción: para un campesino boliviano el cultivo de la coca es diez veces más rentable que el del cacao o el del café, y a él le basta para vivir mientras que al país le permite pagar su deuda al FMI. Después, por su consumo: en Estados Unidos hay 3 millones de toxicómanos crónicos y 20 millones de drogadictos ocasionales; en Francia, según el informe Sofres, uno de cada cinco franceses entre los 12 y los 40 años ha fumado o fuma haschis. La droga se ha convertido en el incienso de la nueva iglesia del monoteísmo del mercado. El ejemplo de la Unión Soviética es revelador: tras la restauración del capitalismo, la producción y el consumo de la droga se han disparado. Entre 1991 y 1993 se han duplicado las superficies cultivadas con adormidera en Uzbekistán; Afganistán, que en 1993 se convirtió en el primer productor mundial de opio, ha triplicado en ese periodo sus exportaciones a Rusia.
En cuanto al armamento, sigue siendo la industria más próspera: ha convertido a los Estados Unidos en la primera potencia del mundo después de la primera guerra mundial. La segunda guerra mundial, gracias a la cual los Estados Unidos llegaron a poseer en 1945 la mitad de la riqueza del planeta, significó la solución final para la crisis iniciada en 1929. La guerra de Corea suscitó un nuevo boom económico. La masacre de Irak fue una apoteosis de los sofisticados ingenios de muerte, y se les hizo tal publicidad ?con demostraciones prácticas? que su producción se ha disparado tras el fin de la guerra.
Otro corolario del monoteísmo del mercado: la corrupción. Alain Cotta, en su libro Le capitalisine dans totis ses états, definía la lógica del sistema: “El aumento de la corrupción es indisociable del empuje de las actividades financieras y mediáticas. Cuando la información permite, en operaciones financieras de cualquier género ?en particular las fusiones, adquisiciones y OPAs?, construir en algunos minutos una fortuna que habría resultado imposible hacer trabajando intensamente toda la vida, la tentación de comprarla y venderla se hace irresistible”. Y el autor añade: “La economía mercantil no puede sino verse favorecida por el desarrollo de este auténtico mercado… En suma, la corrupción juega un papel análogo al del plan”.
No se podría decir mejor: en un sistema donde todo se compra y se vende, no sólo la corrupción, sino la prostitución ha dejado de ser una desviación individual para convertirse en ley estructural del sistema. La prostitución política es el ejemplo más flagrante: Mubarak entra en la guerra del Golfo por 5.000 millones de dólares; el rey Fahd, en una tierra que él dice santa y que pretende vetar a todo infiel, llama y mantiene a decenas de miles de soldados, americanos y otros, paseando por sus calles, pagando su protección; Yeltsin malvende su país acostándose con el FM1, que le envía al famoso Soros como “chulo” cualificado.
Estos son los síntomas característicos de la decadencia de un sistema donde la especulación reporta mucho más que la inversión en la producción o en los servicios. La “especulación” tiene un sentido preciso que registra el diccionario en esta definición: “Especular.? Efectuar operaciones comerciales o financieras, con la esperanza de obtener beneficios basados en las variaciones de los precios o de los cambios”. Maurice Allais, premio Nobel de Economía, basándose en los datos del Banco de liquidaciones internacionales, señala que “los flujos financieros especulativos se elevan a una media de un billón de dólares por día, es decir, cuarenta veces el montante de los flujos correspondientes a liquidaciones comerciales. Tal sistema es indefendible”.[L’Occident au bord du désastre, en Liberation, 2 de agosto de 1993. Cf. igualmente Erreurs et impasses de la construction européenne, Editions Juglar, 1992. ]Eso significa que, en el actual sistema del monoteísmo del mercado, se gana cuarenta veces más especulando con las materias primas, las divisas o lo que los economistas llaman “productos derivados” ?es decir, todo lo que afecta no al pago efectivo de los productos o de los servicios, sino a los compromisos adquiridos sobre la liquidez futura de esas operaciones (contratos a plazo, tasas de divisas, etc.)?, que produciendo o prestando servicios. La función primitiva de los bancos ?recoger dinero e invertirlo en la producción? se ha transformado de tal manera que sus capitales sirven ahora para jugar con el alza o la baja de otros capitales, sin servir a una economía real: el banco se convierte en un casino, parásito de la sociedad concreta, donde los golden boys apuestan sobre los azares de los precios y de las cotizaciones en bolsa.

GENOCIDIO PREVENTIVO
Último rasgo de esta decadencia, de esta desintegración del tejido social que desemboca en el crimen: el imputar a los más desfavorecidos la quiebra del sistema creado por los más beneficiados. Era ya la invención diabólica de Malthus. Hoy se ha sistematizado al focalizar los problemas mundiales sobre la demografía de los pueblos del sur. El teórico actual de esta impostura criminal es Kissinger. Tiene precursores: en 1934, tras la gran crisis del capitalismo, Gunnar Myrdal, en su libro Crisis de la demografía, proponía esta solución: “La eliminación radical de los individuos poco aptos para la supervivencia, lo cual puede realizarse mediante la esterilización”. Hitler pondrá en práctica esta receta.
Kissinger la propuso siendo secretario de Estado, el 26 de noviembre de 1975, en un Memorandum sobre la decisión 314 del Consejo de Seguridad sobre las implicaciones del crecimiento de la población mundial para la seguridad nacional de los EE.UU. y sus intereses de ultramar. Este texto no ha sido “desclasificado” (es decir, que se ha podido consultar en los archivos de Washington) hasta el 6 de junio de 1990. Hoy se ha convertido en la base del global future del presidente de los Estados Unidos: el documento NSSM 200 desarrolla esta visión americana del futuro del mundo. Allí se dice: “Si un país muestra buena voluntad en materia de limitación de los nacimientos, se tendrá esta actitud en cuenta cuando se trate de la distribución de los recursos alimentarios”. En la página 138, el NSSM 200 va más lejos aún y levanta acta de “experiencias controvertidas pero completamente exitosas en la India , donde, tras la atribución de ventajas financieras, gran cantidad de hombres ha aceptado dejarse esterilizar”.
Este genocidio preventivo (la expresión es de la Uniceff ha sido llevada a cabo sistemáticamente en el Tercer Mundo. El director de la Escuela Politécnica de Rio de Janeiro, Bautisto Vidal, en Soberanía y dignidad nacional, anuncia que “oficialmente, según las cifras del IBGE, el 44% de las mujeres brasileñas en edad fértil ya se han esterilizado” (p. 202). En un informe de diciembre de 1992 sobre la población, la Unicef señala que 1a esterilización de las mujeres está parlicularmente extendida en América latina y Asia: 39% en la República Dominicana , 37% en Corea del Sur”. Así, el monoteísmo del mercado exige más sacrificios humanos que ninguna de las religiones del pasado.
De los datos se deduce que es falso decir a los pueblos del Sur que si son pobres es porque tienen demasiados hijos, exculpando así los abusos de Norte, en lugar de decirles la verdad: sois pobres porque el colonialismo ha hecho pillaje de vuestros recursos y ha desestructurado vuestras economías y porque las instituciones nacidas de Bretton Woods (FMI, Banco Mundial, Gatt, etc.) prolongan esa obra al mantener los intercambios desiguales en la división internacional del trabajo y al imponer al Sur modelos de desarrolle y estructuras políticas que sólo responden a los intereses del Norte. Más que nunca demuestra ser cierta la fórmula que ya en el siglo XIX acuñó el padre Lacordaire: “Entre el fuerte y el débil, lo que oprime es la libertad”.
Bush proclamó: “Hay que crear una zona de libre mercado desde Alaska hasta la Tierra del Fuego”. Su secretario de Estado, Baker, añadía: “Hay que crear una zona de libre comercio desde Vancouver hasta VIadivostock”. El gran debate del siglo es el siguiente: ¿Se dejará crucificar la humanidad en esta cruz de oro?

UNA NUEVA GUERRA DE RELIGIÓN
Estamos en vías de vivir una verdadera guerra de religión. No entre los cristianos y los musulmanes, ni entre los creyentes y los no?creyentes, sino entre todos los hombres de fe, es decir, aquellos que creen que la vida tiene un sentido y que ellos son responsables de descubrirlo y realizarlo, y esta otra religión sórdida, el monoteísmo del mercado, que priva de sentido a toda vida y que nos conduce, quebrando el mundo, hacia un suicidio planetario.
Esta necesaria insurrección de la voluntad y del proyecto humanos exige, ante todo, que rompamos el mercado mundial tal y como está hoy concebido por quienes quieren imponer el dominio universal de los Estados Unidos. La insurrección humana no puede vencer adoptando las formas arcaicas de los partidos políticos, los nacionalismos o los particularismos, que engendran explosiones parciales de egoísmos colectivos, ni a través de las Iglesias institucionales, ya sea la Iglesia dominante de los dominantes, es decir la Iglesia Católica , ya sea el islamismo convertido en ideología dominante de los dominados, porque el constantinismo de la primera ha perdido el sentido de la insurrección de Jesús, y el islamismo es una enfermedad del Islam, dividido entre unos dirigentes que con su literalismo religioso enmascaran su adhesión de hecho al monoteísmo del mercado y unas multitudes empuja das a la miseria y a la desesperación por el integrísmo colonialista. Las iglesias pueden formar frentes de rechazo contra el monoteísmo del mercado, pero no forjar un proyecto de futuro.
Un verdadero renacimiento ?o aún una simple supervivencia? depende de nuestra capacidad para crear, al margen de cualquier posicionamiento político, étnico o religioso, núcleos de resistencia frente al sinsentido, comunidades de base parecidas a las que hicieron nacer, en Iberoamérica, las teologías de la liberación.
Los pueblos europeos pueden dar ejemplo retirándose de todos esos organismos que son los instrumentos de nuestra colonización y de la del mundo entero por los provisionales amos americanos de la economía y de la política del planeta, rompiendo con Maastricht, con el Gatt y su organización mundial del comercio, con el FMI y el Banco Mundial que devastan el Sur y el Este del mundo, y ello no para replegamos sobre nosotros mismos en un nacionalismo ilusorio, sino al contrario, para conquistar la libertad de establecer relaciones radicalmente nuevas con el Tercer Mundo y el resto del mundo. Sólo así puede comenzar la búsqueda de una nueva modernidad, opuesta a la modernidad reductora de ese Occidente definido por el reinado exclusivo del mercado y de la técnica, que ha hecho de la productividad un fin en sí; una modernidad no sólo fundada en el crecimiento de las cosas, sino también en el desarrollo de cada hombre, de cada ser humano.
No basta con anular la deuda. Hay que detener también toda ayuda que pase por los gobiernos, es decir, que se esté utilizando ya sea para adquirir armamentos destinados a mantener a los pueblos bajo su yugo y hacerles aceptar los diktats del FMI y la dictadura militar, ya sea para el enriquecimiento personal tanto de los donantes como de los beneficiarios. La ayuda debe ser aportada directamente a los pueblos, mediante contratos con las comunidades de base, y ha de ser consagrada, caso por caso, a un proyecto preciso que se corresponda con las necesidades reales de la comunidad concernida, y prioritariamente a su agricultura, para asegurarle lo más rápidamente posible una autosuficiencia alimentaria.
Tal reorientación de las relaciones con el Sur implica una reconversión saludable de nuestras producciones. Por ejemplo, en lugar de vender armas a esos dirigentes que las usan para reprimir las revueltas engendradas por las exacciones del FMI, hay que vender a las comunidades de campesinos instrumentos de perforación de pozos, o bombas que funcionen con energía solar… mientras que hoy cualquier país africano importa más perfumes y cosméticos que abono.
Esta reconversión de nuestra producción y de nuestro comercio con el Tercer Mundo conducirá, a largo plazo, a una inflexión de nuestros propios modos de vida; el aparato productivo servirá para responder a necesidades más fundamentales y menos artificiales que las que hoy crea nuestra publicidad; no será preciso acudir a la exportación de armas para reducir los costes de nuestro propio armamento. En el nivel de las culturas y de la fe, hemos de poner?nos a la escucha de los fines últimos de la vida que ellas han concebido y vivido. En el nivel de la economía y de la técnica, hay que renunciar a ese etnocentrismo occidental que quiere transformar el mundo en un supermercado sometido a una superpotencia, que sólo considera válidas las técnicas elaboradas en Occidente en el curso de los últimos cinco siglos, juzgando nula la experiencia milenaria de los otros hombres.
Esto implica: una selección critica de las “transferencias de tecnología”; una extensión de los intercambios Sur?Sur sobre la base del “trueque”, para escapar al monetarismo, que es el instrumento de la tiranía de Occidente.
Paralelamente, para responder a las necesidades del Sur y eliminar en él las codicias artificiales o las técnicas de la muerte, es vital para la supervivencia del mundo realizar? una reconversión de las industrias de armamento; una eliminación de toda forma de publicidad, pues sobre ella reposa el sistema de estimulación del deseo y de manipulación de los espíritus; una reforma radical de las Bolsas que excluya el juego de compras y ventas a corto plazo de divisas o títulos, juego que hoy permite, como demuestra Maurice Allais, enriquecerse cuarenta veces más con la especulación que con la producción y los ser?vicios; una tasación del tiempo de trabajo respecto a la productividad, para que los avances de la ciencia no generen paro y para que la productividad no se convierta en un fin en sí, en exclusivo provecho de los propietarios de los medios de producción.
Entonces, y sólo entonces, sean cuales fueren los sacrificios que exija esta insurrección ejemplar, el pueblo de Europa entera, más allá de las periclitadas distinciones entre derecha e izquierda, más allá de los orígenes étnicos o de las convicciones religiosas o filosóficas, reencontrará su independencia, y más aún: el prestigio de ser, contra esta noche de la decadencia, una caballería de la esperanza.