Conferencia
pronunciada el 6 de noviembre de 1995 en las jornadas sobre el Islam ante el
Nuevo Orden Mundial celebradas en la facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad. Complutense de Madrid.
El mercado
es un lugar de intercambio de toda sociedad que implica una división del
trabajo, desde los talleres de la prehistoria, cuyos stocks de sílex tallado
atestiguan que no estaban destinados al uso personal sino al trueque (a cambio
de otros medios de vida), hasta el tradicional mercado de pueblo, donde cada
cual aporta sus huevos, sus pollos o sus legumbres para venderlos y procurarse
así otros productos ?herramientas, vestidos? o pagar los ser -vicios del
herrero o del barbero.
Ciertamente,
entre ambas formas de mercado hay una diferencia: la existencia de un
intermediario, la moneda, que originalmente sirve como instrumento de medida
para reducir a un denominador común los productos de trabajos que difieren
tanto por su calidad como por su cantidad. Hasta aquí, sin embargo, el mercado
sigue siendo un medio de comunicación e intercambio. Los fines últimos de la
vida se definen al margen de él: vienen establecidos por las jerarquías
sociales, las morales implícitas o explícitas, las religiones cuyo origen y
fundamento es ajeno al mercado. El mercado sólo llega a convertirse en una
religión cuando se erige en regulador único de las relaciones sociales,
personales o nacionales, fuente única de la jerarquía y del poder.
No vamos a
trazar aquí la historia de esta mutación, a cuyo término todos los valores
humanos se han convertido en valores mercantiles, incluidos los valores del
pensamiento, las artes o la conciencia. Nos contentaremos con señalar las
consecuencias ?económicas, políticas, espirituales? de la fase última de este
ciclo, y dibujar algunas pistas para liberamos de ese reduccionismo y de esa
entropía humana en los que algunos teóricos americanos del Pentágono, y sus
discípulos de todo el mundo, ven (según el título del libro de Fukuyama) el fin
de la historia.
Si esta
deriva llegara a buen fin, no estaríamos tanto ante un fin de la historia como
ante un fin del hombre y de lo que le caracteriza: la trascendencia de su
proyecto, que no nos permite abandonarnos a determinismos económicos dirigidos por
leyes naturales ?ni a esas espontaneidades instintivas y animales que reinan en
la mar, donde el pez grande se come al chico, o en la tierra, en el despilfarro
biológico de millones de gérmenes o espermatozoides para la azarosa formación
de un embrión.
DEL FIN DE
LA HISTORIA AL FIN DEL HOMBRE
En efecto,
lo que caracteriza a este monoteísmo del mercado, es decir, a este liberalismo
totalitario, es el desprecio de la libertad humana, la voluntad de mutilar su
dimensión específica de ser capaz de formar proyectos que no sean una simple
prolongación de su pasado, de sus instintos animales o de su interés
individual.
Adam Smith
ya proponía esta abdicación: “Las grandes líneas del mundo económico actual no
han sido trazadas siguiendo un plan de conjunto salido del cerebro de un
organizador y deliberadamente ejecutado por una sociedad inteligente, sino por
la acumulación de innumerables trazos dibujados por una masa de individuos que
obedecen a la fuerza instintiva e inconsciente de la persecución de un fin”[Indagación
sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones].
Desde Smith
a F. von Hayek, pasando por Bastiat y Friedman, la noción de proyecto es
sistemáticamente recusada. Milton Friedrnan escribe: “Los precios que emergen
de las transacciones voluntarias entre compradores y vendedores ?o sea, en el
libre mercado? son capaces de coordinar la actividad de millones de personas,
cada una de las cuales sólo conoce su propio interés, de forma tal que hace
mejorar la situación de todos. El sistema de los precios cumple esta tarea sin
necesidad de dirección central alguna, sin que sea necesario que las gentes se
hablen ni que se amen. El orden económico es una emergencia, es la consecuencia
no intencional e involuntaria de las acciones de un gran número de personas
movidas exclusivamente por su propio interés. El sistema de precios funciona
tan bien y tan eficazmente que la mayor parte del tiempo no somos conscientes
de que funciona”[Free to Chose, 1991]. Hayek añade: “En una sociedad compleja,
el hombre no tiene otra elección que adaptarse por sí mismo a las fuerzas
ciegas del proceso social”.
¿En qué
momento ha comenzado esta secesión del hombre respecto a su vocación? No es una
cuestión de escala en la expansión geografía del intercambio. La ruta de la seda
o la de las especias no cambió radicalmente esta vocación del hombre: las
caravanas que recorrían Asia y los navíos que se lanzaban a los océanos
transportaban ciencias, técnicas, espiritualidades y artes nacidas de la
experiencia de todos los pueblos ?desde las invenciones decisivas que
permitieron una brusca expansión de la cultura (como la del papel por los
chinos, transmitida a Europa por los árabes) hasta las espiritualidades de la
India , que a través de Alejandría y Plotino despertaron el descubrimiento
interior del principio vivo y creador de todas las cosas.
Pero la
convergencia de estas vías esencialmente comerciales hacia el Mediterráneo va a
hacerse, a través de Palmira y Alejandría, en dirección a Venecia, a la vez
metrópoli y monopolio del negocio internacional. Desde los banqueros lombardos
hasta la Liga Hanseática , pasando por las ferias del Ródano y del Rin, las
ramificaciones tentaculares del comercio crearán en Occidente una concentración
de riquezas tan sólo limitadas por la escasez de las monedas y de la plata.
La
dominación árabe en el Mediterráneo iba a conducir a la idea de rodear este mar
para ir a la conquista de las fuentes de metal precioso ?ya costeando Africa,
como los portugueses, ya atravesando el Atlántico para alcanzar la fabulosa
Asia, como los españoles. Esta mutación fundamental tiene lugar entre la toma
de Constantinopla por los turcos, en 1453, y la invasión de América por los
conquistadores desde 1492. La “hambre de oro” fue el motor de la gran aventura.
Tan tenaz en su ambición y tan feroz en sus métodos que los indios de América
llegaron a creer que el oro era el dios de los cristianos, como recuerda el
bello libro del padre Gutiérrez Dios y el oro de las Indias occidentales. En
efecto, el oro confería el poder de un dios. Apoyándose en la banca más fuerte
de Alemania, la de los Fugger, para corromper a los grandes electores y vencer
a sus rivales Francisco I y Enrique VIII, Carlos V se convierte en Emperador y
sueña con crear un imperio mundial. Por primera vez, el dinero ha dado
directamente el poder.
LA IMPOSTURA
DEMOCRÁTICA
Pero España,
cuya estructura sigue siendo feudal, no sabe sacar partido al oro de las
Américas y éste va a acumularse en la pionera del capital Venecia. Al menos
hasta que los amos de los mares, los ingleses, tras la destrucción de la Armada
Invencible (1588), se convierten en los amos del mundo gracias a sus grandes
compañías, sobre todo las de las Indias orientales y occidentales. Se habían
reunido todas las condiciones para abrir un ciclo nuevo en la historia de la
humanidad: cinco siglos de conquista de Occidente a partir de lo que se ha dado
en llamar Renacimiento, es decir, el nacimiento simultáneo del capitalismo y el
colonialismo, y hasta la realización actual de la “economía de mercado”.
Del
Renacimiento se habla comúnmente en términos de estética o de “humanismo”. E
igualmente de resurrección de la cultura grecorromana evocando con mas
frecuencia el idealismo de Platón que el realismo de Aristófanes, el cual, en
su comedia Pluto, (el dios ciego de la riqueza), describe el resorte esencial
de la sociedad ateniense:
“? Tú,
Pluto, el más poderoso de todos los dioses … ¿gracias a quién reina Zeus?
? Gracias al
dinero… Todo depende de la riqueza… Mira a los oradores políticos en las
ciudades… Una vez enriquecidos con los dineros públicos, se vuelven injustos y
conspiran contra la democracia”.
Y el dios
Pluto reconocía: “Cuando se han hecho ricos, desaparecen todos los límites a su
maldad”.
Tal era el
alma ?o más bien la ausencia de alma? de eso que desde la escuela se nos
presenta como “la madre de las democracias”… olvidando decirnos que en Atenas,
en los tiempos de Pericles, había tan sólo 20.000 ciudadanos libres por 110.000
esclavos sin derechos, y que su verdadero nombre sería más bien: oligarquía
esclavista.
Esta mentira
sobre la democracia no ha dejado de reinar: la Declaración de la Independencia
de los Estados Unidos proclama la igualdad de todos, pero mantendrá durante un
siglo la esclavitud y, aún hoy, la discriminación: democracia para los blancos,
no para los negros. La Declaración francesa de los derechos del hombre y del
ciudadano proclama: “Todos los hombres nacen libres e iguales en derechos”,
pero la Constitución censitaria a la que sirve de preámbulo excluye a tres
cuartos de los franceses del derecho de voto y a las nueve décimas partes de la
población del derecho de ser elegidos. Democracia para los ricos, no para los
pobres. La misma impostura continúa hoy. La ley es la misma para todos: robar
un panecillo está igualmente prohibido para un parado y para un millonario;
para ambos está permitido crear un periódico o un banco. Así se salvaguarda la
igualdad de derechos.
La
democracia es igualmente el pluralismo de los partidos, pero, ¿qué especialista
será capaz de decimos en qué se diferencia el proyecto de los demócratas y el
de los republicanos en los Estados Unidos? ¿No se trata de dos facciones en el
interior de un sólo partido, el del dinero?
Esta
omnipotencia del dinero se ejerce a todos los niveles. En el siglo XVIII,
Robert Walpole podía decir ante la Cámara de los Comunes: “Sé bien cuánto vale
la conciencia de cada uno de los honorables miembros de esta asamblea”. Desde
el nacimiento de ese sistema donde todo se compra y se vende, se podía incluso
reducir la propia estancia en el Purgatorio comprando aquellas indulgencias
contra las que se levantó Lutero.
Sólo los
gigantes percibieron la naturaleza perversa de un mundo donde todos los valores
se reducían a valores mercantiles y donde iba a nacer el monoteísmo del
mercado. Sancho Panza, en Don Quijote, formuló su ley: “Tanto vales cuanto
tienes, y tanto tienes cuanto vales” (11, 20), y también: “El mejor cimiento y
zanja del mundo es el dinero” (11, 20).
LA RAMERA
DEL GÉNERO HUMANO
Shakespeare
hace eco a Cervantes en su Timón de Atenas: “Este poco oro bastaría para hacer
blanco lo negro, bello lo feo, justo lo injusto, noble lo infame… Este dinero
dorado urdirá y romperá votos, bendecirá lo maldito, elevará a los ladrones a
la poltrona de los senadores procurándoles títulos, homenajes y lisonjas… El oro, polvo maldito, ramera del género humano” (Acto IV, 2 l ).
Cervantes y
Shakespeare fueron los grandes testigos del nacimiento de nuestro mundo,
vivieron el principio de la partida, cuando se fijaron las reglas del juego.
Hoy, con Beckett, Esperando a Godot, estamos jugando el final de la partida.
Es también
significativo que en el mismo momento en que, en Inglaterra, se esbozaba ya
este abandono de la economía de subsistencia y el paso a la economía de mercado
basada en la crianza del borrego y el comercio de la lana, la primera Utopía
moderna, la de Tomás Moro en 1516, afirme con tanta fuerza la trascendencia del
proyecto humano contra el determinismo de la riqueza. Quien por primera vez se
elevó contra la resignación a las leyes del beneficio, identificadas con leyes
naturales necesarias como la de la gravedad; quien imaginó la posibilidad de
una resistencia a la caída y a la entropía humanas, no era un soñador, sino un
práctico de esta economía naciente, negociador de los acuerdos comerciales con
los flamencos y después canciller de Inglaterra, pero al mismo tiempo fue un
hombre de fe cuyo martirio final le valió ser canonizado.
No es menos
notable el hecho de que, al sugerir una alternativa al mundo del mercado y del
dinero, Tomas Moro se inspire en otras formas posibles de desarrollo humano, y
que extraiga sus grandes líneas a partir de las descripciones del “Nuevo
Mundo”, el de los indios de América, que sólo conocía a través de los informes
de Américo Vespucio. Como su contemporáneo francés Montaigne (Ensayos, 1, 80),
como el obispo español Bartolomé de Las Casas que osó denunciar “la destrucción
de las Indias” y proclamó que “la barbarie viene de Occidente”, Moro demuestra
la posibilidad de otra forma de organización social, de otra cultura, de otra
civilización. Escribe también: “Cuando comparo las instituciones europeas con
las de otros países, no puedo sino admirar la sabiduría y la humanidad, por una
parte, y deplorar, por la otra, la barbarie y la sinrazón”. Al individualismo
del capitalismo naciente, donde el individuo es centro y medida de todas las
cosas, como decían los sofistas de Atenas, Moro opone el principio de una
comunidad en la que cada miembro es responsable de los demás, y encuentra el ejemplo
en las tribus indias de América.
Estas
críticas de Montaigne, Cervantes, de las Casas y Shakespeare, como las
esperanzas de Moro, nos resultan hoy de una terrible actualidad, pues los
vicios que estaban en germen en el nacimiento del capitalismo ?enmascarados
bajo el bello nombre de “modernidad”? han desplegado ahora todas sus
consecuencias hasta ponemos al borde de un suicidio planetario si no somos
capaces de reconstruir, tras cinco siglos de colonialismo, la unidad del mundo.
No mediante esa “mundialización” que, con sus GATT, sus FMI y sus “bancos
mundiales” disimula la dominación de los Estados Unidos, sino a través de una
unidad sinfónica donde, aportando cada pueblo en igualdad de derechos la
contribución de su cultura, pueda ser elaborado un modelo distinto de
desarrollo, un modelo cuyo fin último será el de dar a cada hombre, a cada
mujer y a cada niño, en el mundo entero, todas las posibilidades para
desarrollar plenamente todas las riquezas humanas que albergan en sí.
MISERIA
PROGRAMADA PARA LAS MULTITUDES
Hoy nos es
posible reconstruir la trayectoria del modelo occidental de crecimiento, tras
el mortal desvío que supuso el pretendido Renacimiento, es decir, el nacimiento
de la civilización de lo cuantitativo y de la razón instrumental ?la razón
cartesiana, es decir una religión de los medios, a la que se ha mutilado la
dimensión primordial de la razón: la reflexión sobre los fines últimos de la
vida y su sentido.
Smith a
finales del XVIII y Karl Marx a mediados del XIX analizaron el capitalismo en
la época de su expansión y llegaron a prospectivas diferentes. Smith, a quien
se llama “el padre de la economía política”, desarrolló en 1776, en su libro
fundamental Indagación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las
naciones, una teoría del crecimiento, llamada “clásica”, que sigue siendo hoy
la línea directriz de lo que todavía hoy se llama liberalismo”. Su tesis es que
si cada cual se deja guiar por su interés personal de lucro, se realizará el
interés general. Una mano invisible asegura la armonía. Karl Marx, al
contrario, partiendo de un análisis profundo de la obra de Smith, reconoce que
el capitalismo así concebido creará grandes riquezas y estimulará el desarrollo
de las técnicas (y en El Capital no oculta su admiración por el dinamismo
prometeico del sistema), pero al mismo tiempo creará terribles desigualdades y
miseria.
En nuestros
días, esta polarización creciente de la riqueza en torno a una minoría y de la
miseria en tomo a las multitudes se ha hecho evidente tanto a escala mundial
como en el interior de cada nación. ¿Quién ha dado, pues, la previsión más
acertada sobre el futuro del capitalismo? ¿Adam Smith al afirmar que si cada
cual persigue su propio beneficio se satisfará el interés general, o Marx al
analizar los mecanismos de esta acumulación de la riqueza en un polo y de la
miseria en otro?
Al final de
la Segunda Guerra Mundial, los acuerdos de Bretton Woods crearon el Fondo
Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y, un Poco más tarde, el GATT,
rebautizado como “organización internacional del comercio”. Así se prolongó el
viejo desorden colonial con lo que Bush llamó ahora “nuevo orden
internacional”, con la diferencia de que este es un colonialismo unificado bajo
la dirección americana, donde los antiguos colonizadores europeos son hoy los
vasallos: el Tratado de Maastricht, que ha creado una Europa de los mercaderes
a partir del club de los antiguos colonialistas (Inglaterra, Francia, Bélgica,
España, etc.), precisa que “Europa será el pilar europeo de la Alianza
Atlántica “. Las consecuencias de este colonialismo unificado no se limitan a
la fractura del mundo en dos por la marginalización del Sur, sino que se
extienden a una polarización semejante de la riqueza en el interior de los
países del Norte y a la desintegración del tejido social de todos los pueblos. Desde ese momento, el monoteísmo del mercado puede desplegar todas sus
consecuencias.
LA RELIGIÓN
DEL MERCADO
Esta
religión, que ejerce ya su hegemonía sobre todo el mundo, pero que no osa decir
su nombre, tiene también sus Padres de la Iglesia. Hobbes , que proclamó el
dogma fundamental de la competitividad: “El hombre es un lobo para el hombre”.
Bentham, que con su “aritmética de los placeres” definió esa profesión de fe
según la cual todo valor es un valor mercantil, y todo placer es mensurable
mediante su equivalente monetario.
Malthus,
probo funcionario y teórico de la Compañía de las India Orientales, enunció una
ley ?la población crece más rápido que la producción de subsistencias? que
jamás ha conocido la menor verificación experimental, pero que tenía la
ventaja, para los patronos de su Compañía y par los demás colonialistas, de
justificar el despoblamiento de la India en el momento en que se estaba
destruyendo sus cultivos alimentarios para imponer el monocultivo del algodón.
Así, desde Malthus a la Conferencia de El Cairo, pasando por Kissinger, se ha
formulado no una ley universal de la población, sino el postulado de todo
sistema capitalista y colonialista, que es decir a los más necesitados: “Tened
menos hijos para que los que ya estamos satisfechos podamos continuar con
nuestro derroche y nuestra dominación”. Aplicando las leyes de Malthus a la
biología, Darwin se convirtió, sin desearlo, en uno de los Padres de esta
Iglesia cuando a finales del siglo XIX se transpuso el darwinismo biológico al
darwinismo social, primero, y después a finales del siglo XX, al darwinismo
económico, para justificar la supervivencia de los más aptos por la eliminación
de los más débiles, al igual que las multinacionales se imponen sobre las
economías más frágiles, e igual que los supermercados hacen que el pequeño
comercio y el artesanado s conviertan en especies en vías de extinción.
Esta
religión también tiene sus grandes sacerdotes, desde Adam Smith hasta Paul
Samuelson, Milton Friedrnan (traducido al francés por Raymond Barre) y
Friedrich von Hayek. Tiene también sus congregaciones: el G?7, el Gatt, la
Trilateral , el FMI, y también sus monaguillos, reclutados en todas las
naciones y en todos los partidos, de Israel a Marruecos, de Londres a
Hong?Kong, y sus concilios, ecuménicos como en Bretton Woods, regionales como
en Maastricht.
El “nuevo
orden internacional”, inspirado por esta teología, difiere del antiguo desorden
colonial en los medios de dominación que emplea. Desde el momento en que cinco
siglos de colonización han desestructurado ya las economías de las tres quintas
partes del mundo destruyendo sus cultivos alimentarios en provecho de los
monocultivos o de monoproducciones que prolongan las economías de las
metrópolis, de forma tal que la dependencia crea el subdesarrollo e incluso el
hambre, la presencia militar deja de ser el instrumento único de dominación
salvo en caso de herejía mayor, como por ejemplo el rechazo de los diktats del
FMI. Las presiones económicas y las sanciones, que van desde la simple negación
de créditos hasta el embargo, bastan en la mayor parte de los casos.
El
procedimiento más clásico es el que impone el FM1: eso que púdicamente se llama
“ajustes estructurales”. Sus componentes son los siguientes:
? Bloqueo de
los salarios y “libertad” de precios.
?
Disminución de las, prestaciones sociales del Estado, lo cual afecta a las
escuelas, los hospitales, las instituciones sociales y la seguridad social.
Queda prohibido, por el contrario, tocar las inversiones (construcción,
infraestructuras, etc.), y el FMI no ha pedido jamás que se reduzca el
presupuesto militar.
- Supresión
de las subvenciones a la producción. Esta medida afecta esencialmente a las
capas más pobres de la población.
- Devaluación
monetaria, que tiene por consecuencia que se exporte más y que se consuma menos
producto interno.
- Por
último, privatización de las empresas del Estado para garantizar el control de
la economía a las multinacionales.
Esta
política de “ajuste” implica motines de hambre contra la subida de los precios:
en Marruecos en 1981 y 1984, en Túnez en 1984, en Caracas en 1985 y 1989, en
Argel en octubre de 1988. El antiguo gobernador del banco central del Brasil,
Manuel Moreya, reconoció que “las consecuencias de las medidas de ajuste del
FMI se saldaron con la muerte de unos 500.000 niños”. En cuanto al
embargo contra Irak, ha costado ya 400.000 muertos [Individualisim and Econonic
Order].
La
imposibilidad de una subsistencia autónoma en los pueblos cuya economía ha sido
desestructurada por quinientos años de colonización y cincuenta años de FMI, ha
conducido a un endeudamiento tal de estos países que el pago de los intereses
de la deuda (por no hablar ya de su reembolso) es superior a la pretendida
“ayuda” financiera de los países ricos. Aunque, en realidad, en este monoteísmo
del mercado, cuya expresión económica es el liberalismo totalitario, son los
pobres quienes subvencionan a los ricos. Desde 1980 a 1990, el nivel de vida de
Iberoamérica ha bajado en un 15%; el de África, en un 20% [PNUD 92].
Esta
situación de dependencia no sólo genera subdesarrollo, sino que además no deja
de agravarlo a través de otros procedimientos. Primero, por la práctica de
intercambios desiguales entre las materias primas venidas del Sur y los
productos manufacturados venidos del Norte. En 1954, a un brasileño le bastaban
14 sacos de café para comprar un jeep en los EE.UU.; en 1962 necesitaba ya 39.
El campesino de la Costa de Marfil recibe por su cacao el 5% de la venta de
chocolate en Europa; el de Senegal, por sus cacahuetes, el 12% del precio del
aceite; el de la India recibe el 3% del precio final de su té negro.
Esta
dependencia permite también una manipulación de los mercados mediante la
proliferación de necesidades. Es lo que J.K. Galbraith llama “la inversión de
la cuerda”: en lugar de que la producción venga dada por las necesidades que
aparecen en el mercado, los mercados se crean para dar salida a la producción
suscitando necesidades nuevas, aunque éstas fueren artificiales e incluso
perversas.
Uno de los
corolarios de la economía de mercado es, en efecto, el crecimiento, que
consiste en producir, cada vez más y cada vez más rápido, no importa qué: útil,
inútil o incluso nocivo o mortal. Desde la coca?cola hasta los instrumentos de
la cultura del sinsentido, ya se trate de esa música de 120 decibelios para
anestesiar la reflexión o del caleidoscopio de imágenes de televisión que
desfilan a ritmo de embrutecimiento, el objetivo es siempre el mismo: “El
imperativo categórico es evacuar la cuestión filosófica de la finalidad”,
escribe Michel Albert en Capitalisme contre capitalisme. Tal es, en efecto, el
fin último del monoteísmo del mercado al meternos en la más falsa de las vidas,
desde la caza de indios en los westerns y la jungla del dinero en Dallas,
pasando por todas las formas de la violencia y lo inhumano, como Batman y
Terminator, hasta la parábola de nuestra regresión hacia el mundo de los
“dinosaurios”.
MERCADOS DE
MUERTE
Limitémonos
a los dos cimientos más sólidos de la expansión del mercado en nuestros días:
la droga y el armamento.
La cifra de
negocios de la droga presenta hoy en los Estados Unidos la misma magnitud que
la del automóvil y el acero; su consumo aumenta a medida que la vida pierde su
sentido por el paro y la marginación; para otros, la única finalidad del
consumo de drogas es alcanzar una “felicidad de superrnercado”. Es muy significativo
que el record de suicidios de adolescentes resida en los países más ricos, como
los Estados Unidos o Suecia: en el Sur se muere por falta de medios; en el
Norte, por falta de fines.
El consumo
creciente de droga es uno de los corolarios del monoteísmo del mercado. Primero
por su producción: para un campesino boliviano el cultivo de la coca es diez
veces más rentable que el del cacao o el del café, y a él le basta para vivir
mientras que al país le permite pagar su deuda al FMI. Después, por su consumo:
en Estados Unidos hay 3 millones de toxicómanos crónicos y 20 millones de
drogadictos ocasionales; en Francia, según el informe Sofres, uno de cada cinco
franceses entre los 12 y los 40 años ha fumado o fuma haschis. La droga se ha
convertido en el incienso de la nueva iglesia del monoteísmo del mercado. El
ejemplo de la Unión Soviética es revelador: tras la restauración del
capitalismo, la producción y el consumo de la droga se han disparado. Entre
1991 y 1993 se han duplicado las superficies cultivadas con adormidera en
Uzbekistán; Afganistán, que en 1993 se convirtió en el primer productor mundial
de opio, ha triplicado en ese periodo sus exportaciones a Rusia.
En cuanto al
armamento, sigue siendo la industria más próspera: ha convertido a los Estados
Unidos en la primera potencia del mundo después de la primera guerra mundial.
La segunda guerra mundial, gracias a la cual los Estados Unidos llegaron a
poseer en 1945 la mitad de la riqueza del planeta, significó la solución final
para la crisis iniciada en 1929. La guerra de Corea suscitó un nuevo boom
económico. La masacre de Irak fue una apoteosis de los sofisticados ingenios de
muerte, y se les hizo tal publicidad ?con demostraciones prácticas? que su
producción se ha disparado tras el fin de la guerra.
Otro corolario del monoteísmo del mercado: la corrupción. Alain Cotta, en su libro Le
capitalisine dans totis ses états, definía la lógica del sistema: “El aumento
de la corrupción es indisociable del empuje de las actividades financieras y
mediáticas. Cuando la información permite, en operaciones financieras de
cualquier género ?en particular las fusiones, adquisiciones y OPAs?, construir
en algunos minutos una fortuna que habría resultado imposible hacer trabajando
intensamente toda la vida, la tentación de comprarla y venderla se hace
irresistible”. Y el autor añade: “La economía mercantil no puede sino verse
favorecida por el desarrollo de este auténtico mercado… En suma, la corrupción
juega un papel análogo al del plan”.
No se podría
decir mejor: en un sistema donde todo se compra y se vende, no sólo la
corrupción, sino la prostitución ha dejado de ser una desviación individual
para convertirse en ley estructural del sistema. La prostitución política es el
ejemplo más flagrante: Mubarak entra en la guerra del Golfo por 5.000 millones
de dólares; el rey Fahd, en una tierra que él dice santa y que pretende vetar a
todo infiel, llama y mantiene a decenas de miles de soldados, americanos y
otros, paseando por sus calles, pagando su protección; Yeltsin malvende su país
acostándose con el FM1, que le envía al famoso Soros como “chulo” cualificado.
Estos son
los síntomas característicos de la decadencia de un sistema donde la
especulación reporta mucho más que la inversión en la producción o en los
servicios. La “especulación” tiene un sentido preciso que registra el
diccionario en esta definición: “Especular.? Efectuar operaciones comerciales o
financieras, con la esperanza de obtener beneficios basados en las variaciones
de los precios o de los cambios”. Maurice Allais, premio Nobel de Economía,
basándose en los datos del Banco de liquidaciones internacionales, señala que
“los flujos financieros especulativos se elevan a una media de un billón de
dólares por día, es decir, cuarenta veces el montante de los flujos
correspondientes a liquidaciones comerciales. Tal sistema es
indefendible”.[L’Occident au bord du désastre, en Liberation, 2 de agosto de
1993. Cf. igualmente Erreurs et impasses de la construction européenne,
Editions Juglar, 1992. ]Eso significa que, en el actual sistema del monoteísmo
del mercado, se gana cuarenta veces más especulando con las materias primas,
las divisas o lo que los economistas llaman “productos derivados” ?es decir,
todo lo que afecta no al pago efectivo de los productos o de los servicios,
sino a los compromisos adquiridos sobre la liquidez futura de esas operaciones
(contratos a plazo, tasas de divisas, etc.)?, que produciendo o prestando
servicios. La función primitiva de los bancos ?recoger dinero e invertirlo en
la producción? se ha transformado de tal manera que sus capitales sirven ahora
para jugar con el alza o la baja de otros capitales, sin servir a una economía
real: el banco se convierte en un casino, parásito de la sociedad concreta,
donde los golden boys apuestan sobre los azares de los precios y de las
cotizaciones en bolsa.
GENOCIDIO
PREVENTIVO
Último rasgo
de esta decadencia, de esta desintegración del tejido social que desemboca en
el crimen: el imputar a los más desfavorecidos la quiebra del sistema creado
por los más beneficiados. Era ya la invención diabólica de Malthus. Hoy se ha
sistematizado al focalizar los problemas mundiales sobre la demografía de los
pueblos del sur. El teórico actual de esta impostura criminal es Kissinger.
Tiene precursores: en 1934, tras la gran crisis del capitalismo, Gunnar Myrdal,
en su libro Crisis de la demografía, proponía esta solución: “La eliminación
radical de los individuos poco aptos para la supervivencia, lo cual puede
realizarse mediante la esterilización”. Hitler pondrá en práctica esta receta.
Kissinger la
propuso siendo secretario de Estado, el 26 de noviembre de 1975, en un
Memorandum sobre la decisión 314 del Consejo de Seguridad sobre las
implicaciones del crecimiento de la población mundial para la seguridad
nacional de los EE.UU. y sus intereses de ultramar. Este texto no ha sido
“desclasificado” (es decir, que se ha podido consultar en los archivos de
Washington) hasta el 6 de junio de 1990. Hoy se ha convertido en la base del
global future del presidente de los Estados Unidos: el documento NSSM 200
desarrolla esta visión americana del futuro del mundo. Allí se dice: “Si un
país muestra buena voluntad en materia de limitación de los nacimientos, se
tendrá esta actitud en cuenta cuando se trate de la distribución de los recursos
alimentarios”. En la página 138, el NSSM 200 va más lejos aún y levanta acta de
“experiencias controvertidas pero completamente exitosas en la India , donde,
tras la atribución de ventajas financieras, gran cantidad de hombres ha
aceptado dejarse esterilizar”.
Este
genocidio preventivo (la expresión es de la Uniceff ha sido llevada a cabo
sistemáticamente en el Tercer Mundo. El director de la Escuela Politécnica de
Rio de Janeiro, Bautisto Vidal, en Soberanía y dignidad nacional, anuncia que
“oficialmente, según las cifras del IBGE, el 44% de las mujeres brasileñas en
edad fértil ya se han esterilizado” (p. 202). En un informe de diciembre de
1992 sobre la población, la Unicef señala que 1a esterilización de las mujeres
está parlicularmente extendida en América latina y Asia: 39% en la República
Dominicana , 37% en Corea del Sur”. Así, el monoteísmo del mercado exige más
sacrificios humanos que ninguna de las religiones del pasado.
De los datos
se deduce que es falso decir a los pueblos del Sur que si son pobres es porque
tienen demasiados hijos, exculpando así los abusos de Norte, en lugar de
decirles la verdad: sois pobres porque el colonialismo ha hecho pillaje de
vuestros recursos y ha desestructurado vuestras economías y porque las
instituciones nacidas de Bretton Woods (FMI, Banco Mundial, Gatt, etc.)
prolongan esa obra al mantener los intercambios desiguales en la división
internacional del trabajo y al imponer al Sur modelos de desarrolle y
estructuras políticas que sólo responden a los intereses del Norte. Más que
nunca demuestra ser cierta la fórmula que ya en el siglo XIX acuñó el padre
Lacordaire: “Entre el fuerte y el débil, lo que oprime es la libertad”.
Bush
proclamó: “Hay que crear una zona de libre mercado desde Alaska hasta la Tierra
del Fuego”. Su secretario de Estado, Baker, añadía: “Hay que crear una zona de
libre comercio desde Vancouver hasta VIadivostock”. El gran debate del siglo es
el siguiente: ¿Se dejará crucificar la humanidad en esta cruz de oro?
UNA NUEVA
GUERRA DE RELIGIÓN
Estamos en
vías de vivir una verdadera guerra de religión. No entre los cristianos y los
musulmanes, ni entre los creyentes y los no?creyentes, sino entre todos los
hombres de fe, es decir, aquellos que creen que la vida tiene un sentido y que
ellos son responsables de descubrirlo y realizarlo, y esta otra religión
sórdida, el monoteísmo del mercado, que priva de sentido a toda vida y que nos
conduce, quebrando el mundo, hacia un suicidio planetario.
Esta
necesaria insurrección de la voluntad y del proyecto humanos exige, ante todo,
que rompamos el mercado mundial tal y como está hoy concebido por quienes
quieren imponer el dominio universal de los Estados Unidos. La insurrección
humana no puede vencer adoptando las formas arcaicas de los partidos políticos,
los nacionalismos o los particularismos, que engendran explosiones parciales de
egoísmos colectivos, ni a través de las Iglesias institucionales, ya sea la
Iglesia dominante de los dominantes, es decir la Iglesia Católica , ya sea el
islamismo convertido en ideología dominante de los dominados, porque el
constantinismo de la primera ha perdido el sentido de la insurrección de Jesús,
y el islamismo es una enfermedad del Islam, dividido entre unos dirigentes que
con su literalismo religioso enmascaran su adhesión de hecho al monoteísmo del
mercado y unas multitudes empuja das a la miseria y a la desesperación por el
integrísmo colonialista. Las iglesias pueden formar frentes de rechazo contra
el monoteísmo del mercado, pero no forjar un proyecto de futuro.
Un verdadero
renacimiento ?o aún una simple supervivencia? depende de nuestra capacidad para
crear, al margen de cualquier posicionamiento político, étnico o religioso,
núcleos de resistencia frente al sinsentido, comunidades de base parecidas a
las que hicieron nacer, en Iberoamérica, las teologías de la liberación.
Los pueblos
europeos pueden dar ejemplo retirándose de todos esos organismos que son los
instrumentos de nuestra colonización y de la del mundo entero por los
provisionales amos americanos de la economía y de la política del planeta,
rompiendo con Maastricht, con el Gatt y su organización mundial del comercio,
con el FMI y el Banco Mundial que devastan el Sur y el Este del mundo, y ello
no para replegamos sobre nosotros mismos en un nacionalismo ilusorio, sino al
contrario, para conquistar la libertad de establecer relaciones radicalmente
nuevas con el Tercer Mundo y el resto del mundo. Sólo así puede comenzar la
búsqueda de una nueva modernidad, opuesta a la modernidad reductora de ese
Occidente definido por el reinado exclusivo del mercado y de la técnica, que ha
hecho de la productividad un fin en sí; una modernidad no sólo fundada en el
crecimiento de las cosas, sino también en el desarrollo de cada hombre, de cada
ser humano.
No basta con
anular la deuda. Hay que detener también toda ayuda que pase por los gobiernos,
es decir, que se esté utilizando ya sea para adquirir armamentos destinados a
mantener a los pueblos bajo su yugo y hacerles aceptar los diktats del FMI y la
dictadura militar, ya sea para el enriquecimiento personal tanto de los
donantes como de los beneficiarios. La ayuda debe ser aportada directamente a
los pueblos, mediante contratos con las comunidades de base, y ha de ser
consagrada, caso por caso, a un proyecto preciso que se corresponda con las
necesidades reales de la comunidad concernida, y prioritariamente a su
agricultura, para asegurarle lo más rápidamente posible una autosuficiencia
alimentaria.
Tal
reorientación de las relaciones con el Sur implica una reconversión saludable
de nuestras producciones. Por ejemplo, en lugar de vender armas a esos
dirigentes que las usan para reprimir las revueltas engendradas por las
exacciones del FMI, hay que vender a las comunidades de campesinos instrumentos
de perforación de pozos, o bombas que funcionen con energía solar… mientras que
hoy cualquier país africano importa más perfumes y cosméticos que abono.
Esta
reconversión de nuestra producción y de nuestro comercio con el Tercer Mundo
conducirá, a largo plazo, a una inflexión de nuestros propios modos de vida; el
aparato productivo servirá para responder a necesidades más fundamentales y
menos artificiales que las que hoy crea nuestra publicidad; no será preciso
acudir a la exportación de armas para reducir los costes de nuestro propio
armamento. En el nivel de las culturas y de la fe, hemos de poner?nos a la
escucha de los fines últimos de la vida que ellas han concebido y vivido. En el
nivel de la economía y de la técnica, hay que renunciar a ese etnocentrismo
occidental que quiere transformar el mundo en un supermercado sometido a una
superpotencia, que sólo considera válidas las técnicas elaboradas en Occidente
en el curso de los últimos cinco siglos, juzgando nula la experiencia milenaria
de los otros hombres.
Esto
implica: una selección critica de las “transferencias de tecnología”; una
extensión de los intercambios Sur?Sur sobre la base del “trueque”, para escapar
al monetarismo, que es el instrumento de la tiranía de Occidente.
Paralelamente,
para responder a las necesidades del Sur y eliminar en él las codicias
artificiales o las técnicas de la muerte, es vital para la supervivencia del
mundo realizar? una reconversión de las industrias de armamento; una
eliminación de toda forma de publicidad, pues sobre ella reposa el sistema de
estimulación del deseo y de manipulación de los espíritus; una reforma radical
de las Bolsas que excluya el juego de compras y ventas a corto plazo de divisas
o títulos, juego que hoy permite, como demuestra Maurice Allais, enriquecerse
cuarenta veces más con la especulación que con la producción y los ser?vicios;
una tasación del tiempo de trabajo respecto a la productividad, para que los
avances de la ciencia no generen paro y para que la productividad no se
convierta en un fin en sí, en exclusivo provecho de los propietarios de los
medios de producción.
Entonces, y
sólo entonces, sean cuales fueren los sacrificios que exija esta insurrección
ejemplar, el pueblo de Europa entera, más allá de las periclitadas distinciones
entre derecha e izquierda, más allá de los orígenes étnicos o de las
convicciones religiosas o filosóficas, reencontrará su independencia, y más
aún: el prestigio de ser, contra esta noche de la decadencia, una caballería de
la esperanza.