Analía Melgar
En 1973, el filósofo francés Roger Garaudy publicó, a través de ediciones Seuil, Danser sa vie. El prólogo de ese libro fue realizado por el famoso coreógrafo Maurice Béjart. Allí, luego de distinguir entre danza profana y de danza sagrada, luego de proponer a la danza como una meditación en movimiento, Béjart ofrece una de las claves para entender la totalidad de la propuesta de Garaudy: “El lugar de la danza está en la casa, en la calle, en la Vida”.
Precisamente por esa conexión entre la danza y la totalidad de la experiencia humana, es posible articular en la profusa obra de Garaudy un texto como Danzar su vida, aparentemente desvinculado de las preocupaciones políticas, históricas y morales de su autor. Aquí, la danza es tratada como un arte que es “una forma de existir. No simplemente juego sino celebración, participación y no espectáculo”.
Ahora bien, para verificar esta hipótesis, Garaudy se documenta fuertemente y procede a hacer un libro que, antes que un ensayo, es una investigación a partir de la cual brinda a diferentes artistas un lugar en la historia de la danza. El resultado de este estudio está organizado en tres grandes bloques: La danza de la vida, Los pioneros, Los creadores de la danza moderna, La danza a partir de 1950.
La parte central de este libro está formada por un repaso por grandes figuras de la danza moderna y contemporánea, de principios y mediados del siglo XX: Isadora Duncan, Ruth Saint-Denis y Ted Shawn, Martha Graham, Mary Wigman, Rudolf von Laban, Doris Humphrey, Alwin Nikolais, Merce Cunningham, Maurice Béjart. Este repaso se apoya en buenas fuentes, que se mencionan en la bibliografía final, y una arriesgada interpretación personal, que, no obstante no se permite caer en la falta de justificación sino todo lo contrario. Para el caso de George Balanchine, por ejemplo, Garaudy argumenta su escasa presencia dentro de este libro: “Si en este ensayo sobre la danza moderna no hemos consagrado ningún capítulo a Georges Balanchine, es porque él sólo participó marginalmente en las experiencias vitales de nuestro siglo, y porque, finalmente, no ha hecho una contribución decisiva a la creación. […] se trata de un arte exterior a la vida, que no pasa de ser un divertimento”.
De este modo, Garaudy escapa de una tendencia lamentable en muchas compilaciones acerca de la historia de la danza: la acumulación de datos sin análisis ni toma de postura al respecto. Por el contrario, a partir de su determinación del verdadero sentido de la danza, el autor trata la obra de cada uno de los creadores de la época en que se concentra este libro, sin por ello caer en omisiones imperdonables.
Otras de las virtudes Danzar su vida proviene de la amplitud de la cultura de Garaudy. Su libro es un manual, accesible, grato, bien informado. Pero entra en la profundidad de los fenómenos tratados y, por ejemplo, para entender la que él llama nueva danza, procede a vincularla al estado de otras artes contemporáneas al desarrollo coreográfico. Entonces, las vanguardias en la danza se comprenden en el correlato del surrealismo, de Beckett, de Robbe-Grillet, de Faulkner, de Boris Vian, según diferentes casos.
En síntesis, este libro vale la pena leerse por su capacidad de combinar información y análisis, datos y creencias, objetividad y apasionamiento. Para quien desee conocer y comprender el pasado reciente de la danza contemporánea en el ámbito internacional, y poder vincularlo con el presente, Danzar su vida es un camino ameno y preciso.
[Roger Garaudy, Danzar su vida (Lin Durán, Hilda Islas y Dolores Ponce, trad.), México, Conaculta-CENIDID, 2003].