Recién termino de leer el libro de Roger Garaudy 'Los integrismos. El fundamentalismo en el mundo' (1990). Lo cierto es que me resultó decepcionante en cierto sentido y valioso en otro; y sin duda relevante por el tema que trata.Garaudy trata en su libro de diversas formas de integrismo contemporáneo, o lo que su autor asume que son formas del mismo, entre las cuales se encuentran: el cientificismo positivista, el colonialismo europeo, la revolución bolchevique, la Iglesia romana, las teocracias islámicas, y otros. Y mi decepción proviene de la mirada exclusivamente socio política con que el recientemente fallecido intelectual francés (que en paz descanse) aborda el tema.
Pues, esa mirada, propia del marxismo que Garaudy nunca abandonó totalmente a pesar de sus diversas 'conversiones', si bien, por un lado, abre ciertas posibilidades de comprensión y ofrece varios datos importantes en relación al problema del integrismo, por otro lado termina por diluir la cuestión que se supone debía tratar. Pues, en el discurso de Garaudy, y más allá de algunas definiciones generales que aparecen aquí y allá, 'integrismo' termina por significar cualquier postura -y particularmente las posturas políticas- que pretenda imponerse unilateralmente y de manera abusiva; siendo, por añadidura, incapaz de un diálogo genuino con posturas diferentes.Pero, visto así, el integrismo no se diferencia de la mera prepotencia. Y, de hecho, a lo largo del libro, y a pesar de sus indudables méritos, se termina por tener la sensación de que en el mundo contemporáneo todos los gatos son pardos. Por ejemplo, la política exterior estadounidense durante el gobierno de Bush (padre) aparece como integrista del mismo modo que la revolución del Ayatola Komeini (aunque Garaudy haga valoraciones distintas respecto de uno y otro), y el Vaticano de Juan Pablo II del mismo modo que los cismáticos de Lefevre, o la política anti migratoria de Francia en relación al integrismo islámico, etc.
Por supuesto no estoy diciendo que Garaudy confunda todo con todo; pues, de hecho, cada tema lo trata por separado y aporta cada vez datos históricos e interpretaciones pertinentes al contexto. Lo que quiero decir es que la perspectiva asumida por el autor termina por disolver el tema central, el integrismo, y el libro se convierte en un análisis de las formas de prepotencia política y de explotación económica del Occidente contemporáneo y de las reacciones, muchas veces igualmente prepotentes, que aquellas generan en los países y regiones que constituyen sus 'víctimas'.
Ahora bien, por mucho interés que esa historia política pueda tener en sí misma, y si bien es cierto que hay varios integrismos que no pueden ser separados fácilmente de su significación política, nos parece que, de ese modo, se pierde algo esencial: que el integrismo supone una relación con la verdad, y una verdad a la cual se tiene por universal. Y aunque se trata de una relación deformada, y podría decirse 'pervertida', no deja de ser algo que compete a la relación de los hombres con la verdad y su trascendencia (trascendente respecto a lo particular y contingente). Mientras que la pura prepotencia política, y la defensa unilateral y abusiva de intereses sectoriales, no supone de suyo dicha relación.
Dicho de otro modo, se puede acusar a EEUU de ser prepotente (injusto, dañino, mentiroso, etc.) en su política exterior. Pero a nadie se le ocurre que actúa de ese modo en el convencimiento de estar en posesión de una verdad absoluta. Pues, más allá de las declaraciones retóricas en favor de la democracia y los derechos humanos, todo el mundo sabe que EEUU defiende internamente esos valores mientras los pisotea sin ningún pudor en territorio ajeno. Por lo tanto no hay ahí una relación con la verdad al estilo de las ideologías totalitarias de sesgo mesiánico como el bolcheviquismo y ciertos integrismos religiosos. Es decir, la prepotencia norteamericana responde a intereses nacionales y no a verdades cuyo alcance se presume universal.
Otro tanto podría decirse de la Iglesia de Juan Pablo (con Ratzinger a cargo, en esa época, de la preservación de la doctrina). Iglesia a la cual Garaudy trata de integrista debido a sus políticas frente al mundo subdesarrollado, y particularmente frente a las 'teologías de la liberación' sudamericanas, y la equipara -casi- al integrismo de Lefevre. Pero eso es confundir las cosas. Pues, acepto que desde la perspectiva izquierdista del intelectual francés se pueda acusar a esa Iglesia de reaccionaria, de eurocéntrica y de connivencia con los poderosos, pero no me parece claro que se la pueda llamar integrista.
Dicho sea de paso, aunque esto es ajeno a los problemas tratados por Garaudy, una Iglesia infestada de pedófilos y encubridora de los mismos -al menos de hecho-, no pudo ser integrista. Pues de haberlo sido también habría sido implacable en la investigación y corrección de esa grave corrupción de la función pastoral (ya que fue dicho: 'El que acoge a uno de estos niños en mi nombre, a Mi me acoge...' Marcos 9:37). Con esto no estoy sugiriendo, aclaro, que el integrismo sea deseable de ningún modo, ni siquiera frente a males como ese, lo único que digo es que no se puede confundir una política 'reaccionaria' con integrismo. De modo que a la Iglesia de Juan Pablo II se la podría acusar, tal vez, de falta de amor, inmoralidad e hipocresía (y todo eso no se aplicaría tampoco al todo de la Iglesia), pero no tan fácilmente de integrismo; al menos no como se puede llamar integrista a Lefevre. Pues el integrismo supone, repito, un tipo de relación específica con la verdad. Relación deformada y destructiva pero a la vez muy consciente y totalmente comprometida.
Otro tanto habría que decir del marxismo y su aplicación política. Pues, Garaudy, recordemos que fue militante del partido comunista y luego rompió con el mismo, cae en esa suerte de candidez que es frecuente encontrar en los marxistas de buena fe: parece como si los fracasos del comunismo real, con su historial de persecusiones, torturas y crímenes, fueran el resultado de desafortunadas circunstancias históricas, y de la intervención de malas personas (pues parece que las hay también en la izquierda), que impidieron que la aplicación práctica del marxismo se realizara de acuerdo a sus más nobles ideales. De ahí que Garaudy sea muy crítico con la revolución rusa pero no reconozca el integrismo en la propia teoría marxista. Sin embargo, si se dejan momentáneamente de lado las consideraciones históricas y se debaten los principios, se reconoce con claridad que el marxismo contiene la semilla del integrismo en sus propias bases conceptuales (me refiero al marxismo maduro y no al socialismo humanista del joven Marx).
A mi entender, los mejores momentos del libro son los que se dedican al Islam. Pues es cuando más claramente distingue entre, justamente, cuestiones de principio y aplicaciones históricas. Lo cual le permite al autor relativizar las últimas en favor de las primeras y acercarse, así, a una crítica más esencial del integrismo. Por ejemplo, cuando reivindica el aspecto eterno del mensaje del Corán pero considera injustificada la pretensión de convertirlo en un código jurídico de aplicación universal al margen de la historia y de las diferencias culturales. Es decir, Garaudy entiende, en contra de ciertos integrismos islámicos, que el trabajo de interpretación y los ajustes en materia de ética social y de legislación son perfectamente legítimos y no afecan la esencia de la revelación coránica.
En fin, habría bastante más que decir de este libro, y debería yo ser más justo en el señalamiento de sus méritos, pero tendría que extenderme demasiado. De modo que concluyo este post diciendo que se trata de un buen libro. Pues, si bien, a mi juicio, no alcanza a esclarecer la esencia del fenómeno que trata, aporta, en cambio, una mirada panorámica, desde un punto de vista político social, y bastantes datos empíricos y análisis de contextos históricos puntuales, ayudando así a la comprensión del problema. Por lo cual constituye un trabajo valioso, y hasta necesario diría, para quien quiera investigar el tema.
Y, por si hiciera falta aclararlo, digo todo esto, y comento un libro que no me conformó del todo, porque considero que el integrismo es un problema relevante y totalmente vigente. Y no sólo por razones sociales y políticas, que por supuesto existen y son muy importantes, sino también por razones gnoseológicas y espirituales. Pues muchos de nosotros, habitantes de este mundo contemporáneo, no nos dejamos encerrar en la antinomia, que algunos pretenden instalar en la cultura, entre el nihilismo postmoderno, que repite estúpidamente el clisé de que 'no hay verdad', y el integrismo, que (sea cual sea su signo) confunde la trascendencia de la verdad con la absolutización de sus formas de expresión, y por eso pretende que las formas a las que se identifica son las únicas verdaderas, y las demás deben ser combatidas, segregadas y hasta destruidas.
Referencia: 'Los integrismos. El fundamentalismo en el mundo', editado en español por Gedisa. ISBN: 84-7432-424-2001.