Los integrismos, parte I y II
Desde la introducción el autor es tajante con su postura en referencia al tema en cuestión, asegura que “todos los integrismos –tecnocráticos, stalinistas, cristianos, judíos o islámicos- constituyen hoy el mayor peligro para el porvenir”, [1] sitúa pues, algunas de las más afamadas formas de integrismos que se presentan en la actualidad, arremetiendo contra ellas como una peste funesta que nos ha venido embargando y lo sigue haciendo con diferentes manifestaciones.
Define este concepto diciendo que “consiste en identificar una fe religiosa o política con la forma cultural o institucional que pudo revestir en una época anterior de su historia. Creer, pues, que se posee una verdad absoluta e imponerla”. [2] La gravedad de esta postura es que es radical y defiende su teoría como única e incambiable, llegando a extremos por defender lo que se profesa como verdadero.
Garaudy elenca toda una serie de integrismos que se dan en la actualidad, tales como el del cientificismo, la tecnocracia, la concepción positivista de la ciencia, del stalinismo, el romano, iraní, argelino, israelí y el musulmán. Criticando una a una cada una de las actitudes asumidas por dichas élites, que tanto daño han hecho.
Enuncia que el diálogo es lo contrario al integrismo; posibilita la apertura, la tolerancia entre grupos, evita la guerra en sus diferentes manifestaciones y logra que se instaure la paz. El problema radica precisamente en que los integristas no permiten el diálogo como opción; absolutizan su visión del mundo, encasillándose en una única posición.
Un problema que atañe al campo del integrismo y que mueve muchos intereses es el de la economía y la política; “es un cáncer espiritual que amenaza a toda la civilización” [3] llega a sentenciar Roger Garaudy, debido a que de maneras sutiles pero también arrasadoras ha invadido grandes espacios de la humanidad, donde la ideología, irrumpe todos los demás rubros que llevan a cerrarse en una cosmovisión exclusiva y elitista.
El autor denuncia que el problema del integrismo no es un hecho aislado del Islam, sino que tiene su génesis en la sociedad occidental que trata de imponer sus modelos de cultura y desarrollo, desde la época renacentista. Esto resulta clave para no encasillarla en el ámbito meramente religioso, pues también los intereses económicos, de poder o de orden social, llevan a irse a extremos.
Garaudy enmarca algunas características de esta postura, las cuales son, el inmovilismo, -no querer adaptarse y estar en contra del desarrollo-, el regreso al pasado, -estar apegados a la tradición y conservadurismo-, y la intolerancia –actitud dogmática e intransigente-. Notoriamente discrimina esta ideología como retrograda, carente de sentido, limitada por esquemas infundamentados, y que por ende, no llevan a ningún lugar esperanzador sino sólo al ensimismamiento del círculo que ve por sus propio interés, bienestar y progreso.
Posteriormente el autor enmarca y describe tres principales formas de integrismo que se han venido dando principalmente en nuestra época contemporánea, las describe minuciosamente haciendo un análisis y crítica para cada uno de ellos. Estos son los integrismos occidentales, a saber, el cientificista, el stalinista y el romano.
El integrismo cientificista tiene su origen en Francia, en la filosofía de las luces, donde se “crea pues una nueva religión transformando la ciencia en dogma: las opciones científicas transmitidas por la escuela deberán cobrar formas que las vuelvan sagradas”. [4] Aquí entra también el pensamiento de Augusto Comte con su postura positivista y su concepción de ciencia y política. El nuevo principio es la ciencia, con la comprobación de los datos y los hechos observables. La metafísica queda descartada y anquilosada en comparación con la sociología reinante que llega brillando con sus leyes que si explican empíricamente. Nace así la nueva religión de la humanidad, constituida por la era positiva.
La seria amonestación del autor en referencia al cientificismo entendido como integrismo es que “basado en una concepción retrógrada y obsoleta de la ciencia, el cientificismo se ha transformado en una especie de superstición o, mejor dicho, de integrismo totalitario, fundado sobre el postulado de que la ‘ciencia’ puede resolver todos los problemas. Lo que ella no puede mensurar, verificar ni predecir no existe. Este positivismo reduccionista excluye las dimensiones más elevadas de la vida: el amor, la creación artística, la fe. […] Es también uno de los indicios y uno de los agentes de la desintegración de la cultura occidental, pues alimenta una mentalidad tecnocrática”. [5] Ya el hombre no reflexiona sobre sus propios objetivos sino que está en función de actividades técnicas.
El integrismo stalinista no tiene que ver con el pensamiento marxista, sino es una deformación de los seguidores de Marx, que han hecho una desvirtuación del sistema. Tiene que ver con la Unión Soviética y su sistema social-económico de gobierno que degeneró en convertirse en “correas de transmisión de la maquinaria burocrática”, [6] con evidentes posturas positivistas de la realidad y la historia.
Severamente arremete Garaudy al respecto: “la exportación de este integrismo, de esta teología sin Dios, que consideraba el sistema soviético como modelo único e inmutable del socialismo, condujo a los partidos comunistas de Europa y del Tercer Mundo a un fracaso generalizado”. [6] En este sistema –asegura nuestro autor- “encontramos el rasgo fundamental de todo integrismo: reducir un método, una fe, una política, a la forma que pudo cobrar en una época anterior de la historia. Y la consecuencia ineluctable de este dogmatismo: la inquisición. Pues si yo estoy seguro de poseer la verdad absoluta, quien la rechaza es un enfermo a quien conviene recluir en una clínica psiquiátrica, o un recalcitrante conciente cuyo rechazo voluntario de la verdad merece la prisión o la muerte”. [39]
Por último está el integrismo romano, que atañe principalmente a la Iglesia católica, que no es cosa del pasado, que tiene como característica principal el retornar al pasado con la voluntad de imponer la voluntad de la Iglesia como ley autoritaria, por medio del conservadurismo, el centralismo autoritario y la concepción cerrada de la fe occidentalizada.
Finalmente el autor propone una lucha contra el integrismo diciendo que “no se puede llevar a cabo a partir de nuestro propio integrismo, es decir, a partir de esta ‘suficiencia’, de este encierro en nosotros mismos, de esta certeza sobre la superioridad de una cultura presuntamente excepcional y universal, a partir de la cual se medirán todas las demás. No puedo tildar a un hombre de ‘integrista’ porque no comparte mi cultura, mi fe o mi incredulidad”. [10] La solución está en la cultura, en no sentirse superiores a otros, en autocriticarse personalmente, tomando conciencia de los propios integrismos para no sentirnos amos del mundo. Hay que aprender a aprender de los otros.
Termino la presente aportación con una frase que resulta desafiante, pero enmarcándola en la realidad actual puede arrojar datos certeros: “el integrismo es una enfermedad que infesta todos los movimientos políticos y religiosos de nuestro siglo”. [40] Lo importante es no sólo saberlo, sino saber cómo responder a dicha realidad que nos aborda.
[1] Roger Garaudy, Los Integrismos, ed. Gedisa, Barcelona, 1995, p. 13.
[2] Ibíd., p. 13.
[3] Ibíd., p. 14.
[4] Ibíd., p. 19.
[5] Ibíd., p. 27.
[6] Ibíd., p. 36.
[8] Ibíd., p. 37.
[9] Ibíd., p. 39.
[10] Ibíd., p. 58.
[11] Ibíd., p. 40.
Bibliografía:
Garaudy, Roger, Los Integrismos: ensayo sobre los fundamentalismos en el mundo, ed. Gedisa, Barcelona, 1995, 157 pp. [13-60 pp.]